Los enamoramientos (Alfaguara) supone quizás la consagración definitiva de quizás el escritor más consagrado de la narrativa actual española. Tras embarcarse en un notable y ambicioso proyecto en tres volúmenes que le ocupó varios años (Tu rostro mañana), Javier Marías nos regala una novela menos grandilocuente en la extensión y los objetivos, pero literariamente impecable y extraordinariamente profunda. Una obra mayor del autor y, si nos dejamos llevar por la enorme satisfacción tras la lectura, podríamos atrevernos a calificarla como la mejor de su carrera.
En esta ocasión, el escritor madrileño reflexiona sobre el amor o, mejor dicho, sobre el sentimiento o proceso del enamoramiento y sus consecuencias, pero también sobre la muerte, la ausencia de los seres queridos, el crimen, la impunidad, la envidia o la delación. Porque, contrariamente a lo que pueda pensar el lector al adentrarse en la historia, la novela no orbita exclusivamente sobre el amor. Ni siquiera es una historia de amor o, mejor dicho, no es una historia de amor convencional, ya que los otros temas envuelven toda la obra hasta convertirla en una enmienda a muchas convicciones profundas claves de nuestra existencia.
Sin embargo, aunque el tema central no pueda ser reducido exclusivamente al amor o al enamoramiento, en la obra se encuentran reflexiones inolvidables de los personajes sobre estos sentimientos. No me resisto a incluir una de ellas, verdaderamente deslumbrante:
Sí, todos somos remedos de gente que casi nunca hemos conocido, gente que no se acercó o pasó de largo en la vida de quienes ahora queremos, o que sí se detuvo pero se cansó al cabo del tiempo y desapareció sin dejar rastro o solo la polvareda de los pies que van huyendo, o que se les murió a esos que amamos causándoles mortal herida que casi siempre acaba cerrándose. No podemos pretender ser los primeros, o los preferidos, solo somos lo que está disponible, los restos, las sobras, los supervivientes, lo que va quedando, los saldos, y es con eso poco noble con lo que se erigen los más grandes amores y se fundan las mejores familias, de eso provenimos todos, producto de la casualidad y el conformismo, de los descartes y las timideces y los fracasos ajenos, y aún así daríamos cualquier cosa a veces por seguir junto a quien rescatamos un día de un desván o una almoneda, o nos tocó en suerte a los naipes o nos recogió de los desperdicios; inverosímilmente logramos convencernos de nuestros azarosos enamoramientos, y son muchos los que creen ver la mano del destino en lo que no es más que una rifa de pueblo cuando ya agoniza el verano...
Si yo fuera escritor o aspirante a serlo y leyera estas líneas, me plantearía seriamente dejarlo.
Pero volvamos al amor o enamoramiento. La novela no ofrece una visión idealizada o convencional de este proceso o sentimiento o estado, como se demuestra en el anterior párrafo, sino que entra de lleno en un territorio incómodo para el lector hasta hacer tambalear convicciones piadosas que todos hemos construido en mayor o menor medida sobre esta cuestión que, por otro lado, es algunas veces maravillosa y nos salva del abismo. El destino, las decisiones, las renuncias y, en definitiva, aquello que llamamos vida sentimental, son producto casi siempre del siempre temible y omnipresente azar. Como nuestra existencia, como posiblemente todo.
En cuanto a la muerte y su duelo, aceptación y superación (quizá el tema central de la obra), el académico vuelve a poner el dedo en la llaga y a sacudir nuestras complacientes conciencias al plantear la cuestión de nuestra relación con los que se han ido, los que ya no están y un día estuvieron de tal manera que no podíamos concebir la existencia sin ellos. Uno cree que nunca superará la desaparición de un ser querido. Pero sí se supera. Y Marías reflexiona sobre qué sucedería si alguien que formó parte de nuestras vidas apareciera de repente años después, cuando ya se le ha borrado y no se le espera. Cuando hemos podido vivir sin él o ella sin ningún problema y ya no nos acordamos de aquella necesidad ("no podría vivir sin ti", "qué sería de mí sin ti") en cuyo origen, pese a que nunca lo aceptamos, no había nada más que azar.
El crimen vuelve a estar presente en esta novela del escritor madrileño. Su naturaleza, su autor, su justificación. Como ya sucedía en Tu rostro mañana, esta obra nos presenta la heladora constancia de que el asesinato no es propiedad exclusiva de mafiosos, delincuentes o perturbados. De que cualquiera puede o podría incurrir en estos terribles actos con una adecuada justificación o explicación que lo redima de alguna manera ante su conciencia. Y de que nunca podemos conocer de qué sería capaz la gente que nos rodea, y de qué seríamos capaces nosotros mismos. De la imposibilidad de conciliar la realidad y las apariencias.
El crimen vuelve a estar presente en esta novela del escritor madrileño. Su naturaleza, su autor, su justificación. Como ya sucedía en Tu rostro mañana, esta obra nos presenta la heladora constancia de que el asesinato no es propiedad exclusiva de mafiosos, delincuentes o perturbados. De que cualquiera puede o podría incurrir en estos terribles actos con una adecuada justificación o explicación que lo redima de alguna manera ante su conciencia. Y de que nunca podemos conocer de qué sería capaz la gente que nos rodea, y de qué seríamos capaces nosotros mismos. De la imposibilidad de conciliar la realidad y las apariencias.
La impunidad y la delación. Otro asunto incómodo que nos regala Los enamoramientos. ¿Somos conscientes de la cantidad de crímenes que quedan impunes? ¿Nos importa? Y, lo que resulta más perturbador, ¿hasta qué punto podríamos justificar y ocultar un acto delictivo en base a nuestros sentimientos, o hasta qué punto es cosa nuestra desvelar un crimen que no nos afecta directamente y que ya no tiene solución? Preguntas que se le plantearán al lector en esta deslumbrante novela y para las que no hay fácil respuesta.
Una novedad de esta obra en la carrera del autor, aunque más bien anecdótica, es la figura sel narrador. Por primera vez, Marías abandona la voz masculina que los lectores inevitablemente le atribuyen a él mismo aunque éste tenga que dar constantes e inútiles clases de primero de literatura sobre la diferencia entre autor y narrador. En Los enamoramientos, la voz es de mujer. De una mujer treintañera desubicada entre la juventud y la madurez, entre el complejo de Peter Pan y la necesidad de asumir que el tiempo pasa y algo habrá que hacer. En este sentido, la protagonista me parece una fiel exponente de una generación bastante perdida (¿como todas?), muy formada y que ha crecido en la abundancia y que se ha despojado definitivamente de las costumbres y valores sociales y religiosos que marcaron la existencia de generaciones anteriores. Que no tienen un relato de la vida que protagonizar o contra el que rebelarse. Y que, por ello, se encuentran profundamente desorientados.
Por cierto, que no esperen los lectores cambios sustanciales respecto a los narradores masculinos del resto de novelas del escritor. De hecho, se podría deducir que Marías defiende indirectamente con esta obra que hombres y mujeres compartimos mucho más de lo que a veces creemos.
Por cierto, que no esperen los lectores cambios sustanciales respecto a los narradores masculinos del resto de novelas del escritor. De hecho, se podría deducir que Marías defiende indirectamente con esta obra que hombres y mujeres compartimos mucho más de lo que a veces creemos.
No he hablado todavía del estilo ya que, en general, no hay novedades sustanciales que sorprendan al lector habitual del académico. Aquí está el conocido "narrador Marías", sus características y sugerentes digresiones, el hipnótico juego temporal entre la acción y sus reflexiones, sus certeras citas literarias que impregnan y se integran adecuadamente en todo el relato. Y una estructura construida al milímetro que dosifica magistralmente el ritmo.
Por poner un pero (entiéndase "pero" como algo que no me ha maravillado del todo), diría que la aparición de Francisco Rico no me ha satisfecho del todo. Me parece que el guiño metaliterario del autor al profesor y su presencia en el relato no acaba de encajar del todo en la narración. Quizás aporta estabilidad y respetabilidad a uno de los personajes de la novela, pero mi impresión es que su inclusión en el relato era innecesaria.
No quiero extenderme más. Evidentemente, esta novela me ha desarmado y quizás, rendido a ella tras la lectura, no soy del todo objetivo al juzgarla y puede que incluso exagere en las alabanzas. Seguramente sea así. Pero no es menos cierto que los tres días que he pasado encerrado en Los enamoramientos han sido, además de un gozo literario impagable, los más sugerentes intelectual y moralmente que he vivido los últimos tiempos, y no quisiera que, por reprimirme, algún lector desorientado se los pierda.
Hace unos años, tras culminar Tu rostro mañana, Javier Marías amagó en varias ocasiones con dejarlo o tomarse un descanso prolongado. Menos mal que no lo hizo.
No quiero extenderme más. Evidentemente, esta novela me ha desarmado y quizás, rendido a ella tras la lectura, no soy del todo objetivo al juzgarla y puede que incluso exagere en las alabanzas. Seguramente sea así. Pero no es menos cierto que los tres días que he pasado encerrado en Los enamoramientos han sido, además de un gozo literario impagable, los más sugerentes intelectual y moralmente que he vivido los últimos tiempos, y no quisiera que, por reprimirme, algún lector desorientado se los pierda.
Hace unos años, tras culminar Tu rostro mañana, Javier Marías amagó en varias ocasiones con dejarlo o tomarse un descanso prolongado. Menos mal que no lo hizo.