22 feb 2012

Los Goya: previsible y aceptable aburrimiento


Qué tristes y eternas debían de resultar las galas de los Goya antes de Twitter. Por suerte, ahora tenemos esta arma cargada de instantaneidad para proyectar y vomitar nuestras frustraciones y demonios en compañía de nuestros iguales anónimos. Es evidente que hemos avanzado como especie.

Bueno, al tema. Esto de los Goya me recuerda cada vez más a las cenas de navidad. Rajas de ellas, te parecen un engorro y acabas yendo por compromiso. Pero al final, de tanto rebajar las expectativas, hasta pasas un rato aceptable. Previsible y aburrido, sí, pero llevadero.

En este sentido, la ceremonia de este año ha cumplido las nulas expectativas, lo cual es de agradecer y para conformarse. Bien es cierto que a algunos nos hubiera gustado un poco más de marcha, del tipo de cuando premiaron La soledad. No sé, haber otorgado algunos galardones importantes a La mitad de Óscar o a Dispongo de barcos. Por exaltar al gallinero, más que nada. Pero bueno, nuestro querido cine español ha asumido las críticas de sus detractores y se ha dedicado en los últimos años a realizar productos “de género” (comedias adolescentes, terror comercial, dibujos animados,…) y a premiar thrillers correctos con éxito en taquilla. Y en realidad no tengo nada que objetar: hay que llenar las salas y rentabilizar en lo posible las inversiones. Además, ya cansaba un poco al personal el adanismo de muchos jóvenes compatriotas reinventando el cine en cada escena.  

Así que todo fue según lo previsto: los premios para Urbizu y Coronado, la humillación a Almodóvar, unos galardones técnicos para una peli de robots que nadie ha visto y para un western que hemos visto pocos, la poca gracia de la presentadora, la gracia de Segura, el espontáneo y los anonymous, chicas guapas, chicos guapos, chicas guapas y chicos guapos haciendo el ridículo en números musicales, un poco de politiqueo…  Todo previsible y aburrido, en dosis justas, sin alardes ni estridencias. Para qué más.

Por hablar un poco de cine, habría que apuntar que cualquiera de las tres principales películas nominadas (La voz dormida no la he visto) podía haberse llevado el premio sin ningún problema. Para ser sincero, creo que La piel que habito es la más completa y Blackthorn me resulta muy meritoria. Pero No habrá paz… también está bien. En todo caso, es curioso que Urbizu y Coronado hayan triunfado con la que, en mi opinión, no es su mejor película. La caja 507 y, sobre todo, La vida mancha, me parecen superiores. Por otro lado, he echado de menos No tengas miedo y La mitad de Óscar, las dos películas españolas que, junto a la del manchego, más me gustaron el año pasado. Pero bueno, qué se le va a hacer. Por lo menos no se ha hecho el ridículo ninguneando a una obra indiscutible como se hizo hace un par de años con El secreto de sus ojos.

Luego está el misterio de Midnight in Paris. Todavía nadie me ha explicado por qué estaba nominada al guión y no aparecía en ninguna otra candidatura. Creo que los propios académicos tienen un lío considerable sobre lo que se considera película española, no saben qué votar y nos llevan a situaciones tan entrañables como que Urbizu le gane el premio a Woody Allen. Genial.

En definitiva, nos podemos dar con un canto en los dientes con los últimos Goya, más que nada porque el domingo son los Oscar, que este año dan especial pereza y parece que van a premiar a una comedia dramática muda en blanco y negro bastante convencional. Aunque la verdad es que viendo las nominadas, con las excepciones de la gran El árbol de la vida, Midnight in Paris y quizá Los descendientes, puede ser una elección correcta. Otra noche aceptable y previsiblemente aburrida. Como las cenas de navidad y los fines de semana en el pueblo. Menos mal que nos queda Twitter.

Por cierto, vayan a ver Shame y pasen de todo esto.

12 feb 2012

Los lentos que no bailamos

En aquellas lamentables sesiones de tarde de discoteca de provincias había siempre un momento aterrador y extemporáneo: los lentos. Sobre las nueve de las noche, las luces se apagaban y los desgraciados adolescentes recibían una lección acelerada sobre su destino sentimental. De los que bailaban, no puedo contar demasiado. De los otros, los perdedores, los torpes, podría escribir una tesis, pero lo resumiré: los que todavía tenían dinero para una cerveza más se acercaban a la barra, y los demás adoptaban contra la columna más cercana la inevitable postura de chico duro y solitario porque se suponía que era lo que había que hacer, lo que gustaba a las chicas (y nunca hemos sabido si estábamos en lo cierto, aunque bien es verdad que poco ha importado).

Así, desde la barra o la columna, nos burlábamos de las tremendas baladas y de los bailarines despertando a la vida mientras espiábamos en secreto a la compañera de clase que nos gustaba y que nunca nos miró. Tampoco es que la dijéramos nada, pero bueno. El tiempo se encargaría de borrar cualquier nostalgia. Hoy, aquella compañera que bailaba los lentos está divorciada, tiene una hija y odia al Partido Socialista. Y nosotros estamos como estamos.

Cuento estas chorradas porque sorprendentemente son el recuerdo más vivo que tengo de Whitney Houston, sonando a todo trapo en aquel cuarto de hora infernal. Y es que, en realidad, nunca la prestamos excesiva atención. No nos gustaba su música, nunca nos compramos un disco suyo y, si de repente aparecía en la radio, poníamos la cinta de ExtremoduroBlind Guardian. Ni siquiera nos interesó sexualmente, aunque en este terreno siempre ha habido gente para todo. Nos parecía simplemente una mujer guapa y elegante que cantaba muy bien. Y, al fin al cabo, siempre lo fue, porque la época de enseñar la pata y de movimientos inhumanos llegó después, mientras ella desaparecía y, según nos contaron, se deslizaba hacia el abismo. Peripecia que tampoco seguimos demasiado. Para nosotros, sólo fue la voz que nos acompañaba en la barra o en la columna y eso forma parte de nuestra penosa e intrascendente educación sentimental. Y tiene el valor que tiene.

Desconozco si sigue habiendo lentos en las lamentables sesiones de tarde para desgraciados adolescentes. Lo que sí recuerdo es que no los bailamos. Y hoy aquella mujer que cantaba los sábados a las nueve en una discoteca de provincias ha muerto y nosotros estamos ya un poco más viejos y cansados.