10 may 2012

Ismael Serrano y nosotros


Ismael Serrano ya nos enseñó el camino a la nostalgia mucho antes de que tuviéramos derecho a sentir tal cosa. Le conocimos en aquel tiempo de instituto y facultad, de ganas de cambiar el mundo, cuando nos comíamos a besos en el metro antes de tu parada. Surgió de la nada en aquel paraíso perdido de la industria discográfica de los noventa, como inesperado apéndice para las masas de la facilona poesía de la experiencia, como prórroga posmoderna de entresiglos de la canción de autor. Y claro, incautos y románticos, fuimos sus víctimas en aquellos bares y pequeños teatros.

Los años pasaron y, como nos había advertido Salinger, por supuesto que no fuimos a ningún lugar maravilloso una vez que salimos de la universidad. El cantautor madrileño nos dejó como equipaje sentimental algunas canciones y un par de versos que tampoco nos sirvieron de nada. Lo cambiamos por esos grupos españoles que o bien tenían problemas para vocalizar correctamente o bien cantaban en inglés. O ambas cosas. Lo cierto es que caímos es las garras de la inaprensible y resbaladiza vanguardia y fuimos acumulando derrotas en un castillo de cinismo y perdiendo pelo.

A Ismael Serrano lo dejamos aparcado, si bien escuchábamos de vez en cuando sus nuevos discos. Lo mirábamos con incómoda y tierna indiferencia, como al retrato de primera comunión o a una ex novia del barrio. Y hasta nos divertimos haciendo chistes sobre él.

Pero el tío siempre volvía con su rollo. Como en estos días, en los que ha publicado su enésimo trabajo, de penoso título, por cierto (Todo empieza y todo acaba en ti). Y es que resulta admirable su constancia, su periódica y cruel aparición recordándonos sin que se lo hayamos pedido lo que fuimos. Y que nos gustaba. Para que nos revolquemos, ahora que sabemos que los chavales que se comen a besos delante de nosotros en el metro no envejecerán juntos, con la ya nuestra vieja amiga nostalgia.

De Ismael Serrano se puede decir que no ha evolucionado, que siempre hace lo mismo, que se ha quedado estancado, que cada vez resulta más cansino. Y es más o menos cierto. Pero todo esto también se podría decir de nosotros y a veces hasta estamos conformes con nuestra existencia. Así que no seamos crueles. Para suerte o desgracia, forma parte de nuestra educación sentimental y eso, como he comentado en alguna ocasión, tiene el valor que tiene.

Del nuevo disco no diré nada especial, porque podría acabar en el lodo de la objetividad y de la decepción. Les animo, eso sí, a escucharlo, aunque sean felices. Sólo apuntaré que su canción más entrañable es una versión de unos de esos temas que escuchábamos juntos en aquellos años en los bares de Madrid, lo que nos devolvería al quizás no tan desacertado título del álbum y al terrible asunto de la educación sentimental y del tiempo que nos maltrató. Y como que ya paso. Habrá que irse de putas.