El sábado es su día libre. Antes de ir al cine, paseará,
seguro pero al acecho, por la calle mayor junto a su novia, también opositora. Saludará
a los conocidos con ese movimiento de cabeza, educado y distante, que sólo se da
en provincias. Se confundirá en ese entrañable plano
secuencia de Garci al que recuerda la ciudad cada fin de semana. A la vuelta de
la esquina les espera la seguridad y una hipoteca compasiva. Y los hijos, a
quienes educarán con cariño y severidad y sin riesgos. Ciertas familias no
tienen bebés, sino aspirantes a los cuerpos superiores de la administración.
No echa de menos las supuestas aventuras que corren ahora los antiguos
compañeros de clase. Se sabe sensato, haciendo lo correcto. Realmente,
según recuerda que leyó en algún sitio, no hay sitios maravillosos a donde ir una
vez que sales de la universidad. Como dice el padre del protagonista de Nueve cartas a Berta, a veces hay que ser
prácticos. Pero tampoco le cuesta demasiado esta renuncia. Nuestro héroe no ha tenido nunca ensoñaciones románticas peligrosas ni sobrevalorados
viajes a Londres. Él sólo se ha perdido en los grandes almacenes y en el aparcamiento
del fútbol. Ah, y en aquella despedida de soltero, pero ha corrido un saludable
tupido velo sobre el asunto.
Lee a Pérez-Reverte o alguna novela histórica cuando tiene algo de tiempo. Escucha a Revólver y a Los secretos, aunque se ha enganchado últimamente
a Franz Ferdinand (también disfruta en secreto de la canción melódica italiana).
Vota conservador, pero no tiene problemas en cambiar de opción ante un periodo
prolongado de los suyos en el poder. Le encanta Cuéntame. Se baja películas de internet de forma moderada y con
atisbo de culpabilidad. Es feliz.
Sabe que su destino cercano le deparará otra vida, otras
calles, puestos de responsabilidad en grandes ciudades, tentaciones con secretarias.
Pero también es consciente de que un día no lejano regresará a provincias, con su alto nivel
consolidado y el bolsillo saciado de futuro. Allí despertarán a la vida sus
vástagos. La adolescencia es siempre menos lamentable en ciudades pequeñas.
También sabe que, contra todo pronóstico, recordará con cariño este tiempo. Es un
sacrificio medido y asumible. Bata, café caliente, derecho administrativo y calle mayor llenan su vida de opositor de provincias. Es un auténtico
revolucionario de nuestro tiempo.