19 nov 2011

Elogio al opositor de provincias

Se alegra cuando la radio cita su fría ciudad castellana en el pronóstico del tiempo. Se enfunda su bata, prepara el café, piensa un poco en ella y se recluye en el rincón de la habitación donde vive desde hace ya un año. Anoche fue duro, piensa. Le cuesta el derecho administrativo, teme los casos prácticos. Pero el repaso al alba lo tranquiliza. Cuando amanezca del todo, bajará al bar a desayunar y hojear el periódico de la provincia, propiedad de un conocido constructor. Es un momento que adora. Después, ya no tendrá un instante de calma, hundido entre temarios y apuntes, hasta que cante a su padre algunos textos justo antes de la cena. Así es su vida ahora. En general, se siente bien.

El sábado es su día libre. Antes de ir al cine, paseará, seguro pero al acecho, por la calle mayor junto a su novia, también opositora. Saludará a los conocidos con ese movimiento de cabeza, educado y distante, que sólo se da en provincias. Se confundirá en ese entrañable plano secuencia de Garci al que recuerda la ciudad cada fin de semana. A la vuelta de la esquina les espera la seguridad y una hipoteca compasiva. Y los hijos, a quienes educarán con cariño y severidad y sin riesgos. Ciertas familias no tienen bebés, sino aspirantes a los cuerpos superiores de la administración.

No echa de menos las supuestas aventuras que corren ahora los antiguos compañeros de clase. Se sabe sensato, haciendo lo correcto. Realmente, según recuerda que leyó en algún sitio, no hay sitios maravillosos a donde ir una vez que sales de la universidad. Como dice el padre del protagonista de Nueve cartas a Berta, a veces hay que ser prácticos. Pero tampoco le cuesta demasiado esta renuncia. Nuestro héroe no ha tenido nunca ensoñaciones románticas peligrosas ni sobrevalorados viajes a Londres. Él sólo se ha perdido en los grandes almacenes y en el aparcamiento del fútbol. Ah, y en aquella despedida de soltero, pero ha corrido un saludable tupido velo sobre el asunto.

Lee a Pérez-Reverte o alguna novela histórica cuando tiene algo de tiempo. Escucha a Revólver y a Los secretos, aunque se ha enganchado últimamente a Franz Ferdinand (también disfruta en secreto de la canción melódica italiana). Vota conservador, pero no tiene problemas en cambiar de opción ante un periodo prolongado de los suyos en el poder. Le encanta Cuéntame. Se baja películas de internet de forma moderada y con atisbo de culpabilidad. Es feliz.

Sabe que su destino cercano le deparará otra vida, otras calles, puestos de responsabilidad en grandes ciudades, tentaciones con secretarias. Pero también es consciente de que un día no lejano regresará a provincias, con su alto nivel consolidado y el bolsillo saciado de futuro. Allí despertarán a la vida sus vástagos. La adolescencia es siempre menos lamentable en ciudades pequeñas. 

También sabe que, contra todo pronóstico, recordará con cariño este tiempo. Es un sacrificio medido y asumible. Bata, café caliente, derecho administrativo y calle mayor llenan su vida de opositor de provincias. Es un auténtico revolucionario de nuestro tiempo.

16 nov 2011

De series sobre política

Ya que estamos en semana electoral, he esquivado un rato de aburrimiento redactando esta innecesaria lista de buenas series de televisión sobre política. Hay a quien le gustan.

The west wing
El referente del género. Inteligente, profunda, divertida y didáctica. Los guiones de Aaron Sorkin deberían enseñarse en las universidades y en los cursos de comunicación política. Algunos apuntan que la serie tiene un defecto: su excesivo idealismo. La posmodernidad ha conseguido que este término adquiera en estos días una connotación negativa.

Dejo un discurso de referencias bíblicas:


Y una lección de primero de campañas:




Yes, minister y Yes, prime minister
Joya de la BBC de principios de los ochenta. Comedia centrada en la vigilancia, control y boicot que realizan los altos funcionarios del Estado sobre las ideas y decisiones de los representantes democráticos (gente bien informada me cuenta que esto a veces es más común de lo que parece). Los brutales y divertidos comentarios del funcionario Humphrey Appelby sobre la administración y sus tácticas dilatorias y envolventes son una lección acelerada de cinismo y política. Para partirse la caja.





The wire
La tercera temporada de esta aclamada serie se centra en la política. La serie nos regala un realista y certero retrato de la política municipal y sus actores principales, con sus motivaciones, dificultades y miserias. Magnífica.


The thick of it
Sátira brutal de la BBC sobre el funcionamiento diario de un Ministerio y sobre el sometimiento de la política a los estrategas de la comunicación. Divertida y actual, aunque demasiado caricaturesca. Inolvidable el personaje de Malcolm Tucker, jefe de prensa del primer ministro, inspirado en el todopoderoso dircom de Tony Blair, Alastair Campbell. La serie dio lugar a la película In the loop.

En este vídeo, Tucker interrumpe una entrevista del ministro de Asuntos Sociales:
                                


State of play
Está serie de la BBC es más bien un thriller sobre periodismo y política, pero es uno de los productos más conseguidos de los últimos años. Quizás la visión del periodismo es demasiado idealista y el desenlace pasado de vueltas e innecesario, pero esto no afecta al buen nivel del conjunto de la obra. Se hizo una película de la serie en Estados Unidos con el mismo título.


House of cards
Notable y oscuro drama de la BBC realizado a principios de los noventa sobre intrigas políticas en el partido conservador tras el periodo de Margaret Thatcher. La trama política inicial está muy conseguida, si bien la serie evoluciona hacia una especie de thriller poco creíble. En todo caso, muy recomendable. El director norteamericano David Fincher está preparando un remake.

12 nov 2011

De senderismo, gin-tonic y otras gilipolleces

En los últimos tiempos he comenzado a sentir una honda preocupación por la mayoría de mis amigos. Asumo que la treintena es una época compleja, en la que ya tienes la edad de tu padre cuando te concibió, en la que dudas de si levantarte los sábados a las nueve o acostarte a esa hora, en la que te planteas qué has estado haciendo la década anterior y comienzas a pensar en la posibilidad de la reproducción y la madurez. Y donde el desencanto se ha puesto hace tiempo a tirar del pelotón y puede que tu escapada termine. Ello conlleva inevitablemente cambios que conducen a cosas absurdas, como comprarse repentinamente un coche o un robot-aspirador (qué gozada) o dejarse o afeitarse la barba. Asumible. Hace unos años se llevaban las hipotecas en yenes (alguna ventaja nos tenía que dejar la crisis).

Todos nos aferramos a este tipo de escapadas absurdas, pero últimamente mis amigos están perdiendo absolutamente el norte y han abrazado sin pudor actividades extravagantes. La más extraña es la súbita adicción al senderismo. Ni que decir tiene que ninguno de ellos ha practicado este pasatiempo diabólico en sus treinta y tantos años de vida ni que tampoco disfruten de ello. Pasan frío, hambre, aburrimiento y muchos de ellos, los más torpes, sufren terriblemente al cruzar un riachuelo o al tener que “poner las manos”. Pero no importa. Incluso alardean de la “vida sana” y el “aire puro” y adoptan una inquietante actitud de superioridad.

Se me escapan las razones de su comportamiento. Quizá es una forma de huir del alcohol, de llevar una vida sana, de “hacer otras cosas”. Quizá sólo envejecen. Otra posibilidad es la presencia de mujeres, ya que es una actividad deportiva en la que no les importa participar. Quizá aspiran a que nuestras conocidas les vean sanos y deportistas, en su esencia animal, en contacto con la naturaleza. Rebuscado y enfermo. Si yo fuera mujer, exigiría que me invitaran a cenar y que se metieran sus bastones y sus botas de trekking (o como se diga) por donde les quepa.

Conste que no tengo nada en contra de esta forma de pasar el rato. Siempre hubo gente para todo, De hecho, tengo otro amigo que al que siempre le gustó el monte más que a un tonto un lápiz y, cuando podía, evitaba emborracharse en las noches universitarias para cogerse el autobús de primera hora del sábado a la sierra. Yo también evitaba salir por ver las semifinales del baloncesto universitario norteamericano. Nada que objetar a las entrañables extravagancias de cada uno.

Pero mi preocupación no acaba en los senderos. También han dado un giro radical a su ocio nocturno. Ello no tendría por qué ser negativo. Hace un tiempo que se echa de menos la creatividad. No sé, podrían experimentar con drogas, con cultura, con veladas literarias y etílicas. Pero no, nada de eso: se han entregado a la conservadora y arcaica constumbre de  beber gin-tonic. Vamos, como mi padre.

No es que tomar esta bebida sea criticable en sí mismo. De hecho, alguna vez he disfrutado de ella después de una copiosa comida Es digestiva y no altera demasiado, y eso lo saben los subdirectores generales de la administración cuando quedan con sus secretarias. Pero la moda que han abrazado mis queridos amigos es vomitiva. Han olvidado sus queridos whiskies (me niego a escribir güisquis) o rones y salen por la noche de gin-tonic en gin-tonic. Hasta la victoria final, supongo.

Extraña costumbre que se ha extendido por la ciudad. Surgen establecimientos con llamativos cartesles con “el gin-tonic más elaborado” o “los mejores del hemisferio norte”. Hay una variedad aterradora. Incluso vi el otro día en mi barrio un establecimiento llamado “gintonería”, al tiempo que me sentía aún más desgraciado y perdido, como un diputado del grupo mixto en la Comisión de Justicia del Congreso

¿La explicación a este fenómeno? Indescifrable. He pensado en la apariencia de estatus, o incluso en que realmente sea la bebida que más les guste (nunca les vi pedir uno y estamos hablando de alguno que en la universidad dormía abrazado a su botella de Ballantines). Y claro, chicas, que no escapan de esta moda. No sé, pero un servidor despreciaría a cualquier mujer que no me abofeteara si la invito a ir al sitio donde sirven “el mejor gin-tonic de la ciudad”. 

¿Crisis de los treinta? ¿Gilipolleces? No está tan claro. Lo cierto es que pasean por el monte y toman gin-tonic como si realmente les gustara. Quizá el raro sea yo. Quizá sólo envejecen. Pero tranquilos: puede que, antes de que nos demos cuenta, quedar a comer en un asador y tomar unos whiskies viendo el fútbol comience a ser percibido como algo revolucionario.