29 oct 2012

Presidente Mitterrand: nostalgia del siglo XX


Hay innumerables enfoques, puntos de vista o ángulos desde los que se podría intentar abordar la descomunal figura de Francois Mitterrand, el inolvidable presidente francés de finales del siglo pasado. Seguramente, todos estarían condenados al fracaso. Sin embargo, Robert Guediguian demuestra un estimable talento y una extemporánea valentía narrativa al situar su mirada en los últimos años de vida del hombre, derrotado por la enfermedad y la esperanza.

Presidente Mitterrand (o el más bello y certero El paseante del Champ de Mars) logra así trascender así la historia, la política, la inútil contingencia, para centrarse en lo realmente trascendente: el enfrentamiento de un hombre con su muerte segura y anunciada mientras redacta unas memorias junto a un joven y ambicioso periodista.


Este planteamiento permite a Guediguian presentarnos a un Mitterrand, magistralmente interpretado por Michel Bouquet, ya de vuelta de todo (y aquí ese todo es descomunal), aunque preocupado por su legado y los fantasmas que lo han acompañado durante su eterna carrera, en ese estado de todo anciano cercano al final, en el que imaginamos que poco se tiene que perder y nada queda tampoco por ganar, y que resulta imposible de comprender a quien no lo ha experimentado.

Con Mitterrand no sólo murió un gigante político inabarcable, sino una forma de ver el mundo, socialdemócrata y segura en la cómoda incertidumbre de la Guerra Fría, que nos dejó globalizadamente confusos y dramáticamente conectados a la espera de nuevos reposicionamientos geopolíticos e ideológicos. Desde esta óptica, cobra especial importancia en la obra la figura del joven biógrafo (otro buen trabajo de Jalil Lespert), que nada ya en el relativismo post Guerra Fría y a quien se le derrumban también los puentes vitales, sentimentales y políticos mientras cae seducido por la figura cuasi paterna del gran y enfermo Francois.

La obra, estrenada en 2005 y basada en el libro Memorias interrumpidas (que no he tenido oportunidad de leer), pasa de puntillas por algunos aspectos y sospechas muy trilladas sobre la juventud del presidente francés en el gobierno de Vichy, que interesan al joven periodista por obligación y molestan al viejo mandatario casi también por costumbre. A los dos les importarán cada vez menos estos episodios y más los inevitables enfrentamientos con el aprendizaje y desorientación vital del primero y con el ocaso del segundo.

Guediguian no entrega una película redonda (y ya va siendo costumbre) pero la sutileza con la que aborda al personaje y la carga de profundidad que esconde la sitúan como un documento histórico y existencial necesario. Además, en estos tiempos en los que se cuestiona alegre y peligrosamente la política, la evocación de una figura tan poderosa y protectora en el final de sus días nos conduce a la más urgente nostalgia. Como dice el propio Mitterrand, “detrás de mí sólo vendrán financieros y contables”. Dios, cómo se echa de menos el siglo XX.

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