30 oct 2012

Homeland y los que aman

Los entusiasmos generalizados suelen entristecerme pero eso es problema mío y por supuesto no lo es de quienes disfrutan de la existencia ni tampoco de la serie Homeland. Esta obra de la cadena Showtime se ha convertido en apenas temporada y media en una especie de referente para los llamados amantes de las series, nueva clase social generalmente joven (cada vez menos, ¡eh!), desorientada, elitista, con carrera, Twitter y lamentablemente ahora desempleada en su mayoría. Aunque sean series vistas en un ordenador, por amar que no quede.

Por si hay alguien que quede sin saberlo, Homeland es una serie de espías que bebe y de alguna manera trata de superar el trauma post 11-S mediante una propuesta aparentemente atrevida y arriesgada. La obra se basa en la extraordinaria potencia de su premisa inicial (un marine americano dado por muerto es rescatado tras ocho años secuestrado por Al-Qaeda y una agente de la CIA sospecha que puede haber sido captado por este grupo) y discurre con cierto oficio por los habituales cánones más convencionales de la narrativa de espías para dummies.

Sí es cierto que, además de la fuerza del arranque, la serie introduce arquetipos y ambigüedades no demasiado utilizados en la televisión de masas, pero en el fondo estamos ante un folletín con pretensiones de espías y posibles terroristas al que, por exigencias del género, se le da demasiadas vueltas para completar los capítulos firmados. Incluso, en uno de estos giros de la trama, se llega sin pudor al absurdo de liar sentimentalmente a los dos protagonistas. Ambos están de manicomio, por cierto.

Pese a ello, la serie hubiera pasado a la historia de la televisión y hubiera superado definitivamente el duelo del 11-S en la ficción occidental si el personaje principal hubiera hecho en el último capítulo lo que se suponía que tenía que hacer y no se hubiera entregado, como lamentablemente era de esperar, a un desenlace pobre de telefilme de sobremesa.

Pero esto no acababa aquí. Por aquello de las audiencias, porque así lo establece la llamada “era de las series” y porque también así lo esperan sus amantes, resultaba al parecer absolutamente imprescindible una segunda temporada que doblara la duración de una narración a la que le sobraba el 70%, lo que hacía presagiar el desastre total.

Sin embargo, aquí he de reconocer la eficacia que han demostrado hasta el momento los guionistas con semejante regalo envenenado. En los cuatro primeros capítulos (que he visto ante la persistente insistencia de algunos amigos), asumiendo la imposibilidad de mantener el mismo juego argumental del pasado año, han acelerado sorprendentemente la trama y hasta podría parecer que tratan de pasar página y resituar de alguna manera la obra.

Veremos cómo evoluciona la serie y la audacia de sus escritores, a quienes animamos fervientemente a incluir un atentado terrorista que no sea salvado en el último suspiro por nuestra trastornada heroína de la CIA y, por supuesto, a eliminar de una vez al ya incomprensible personaje principal y a su insólita familia, que cargan desde hace tiempo. De esta manera, nuestra vida seguiría igual pero podríamos disfrutar de una serie de espías pseudoadulta.

En todo caso, no soy excesivamente optimista sobre los derroteros que tomará Homeland, más aún cuando está siendo alabada mayoritariamente por público y crítica. Hasta el punto de que se está comparando este producto manido, conformista, efectista y tramposo con algunas de las mejores series de los últimos años. Pero esto también es sólo problema mío y no de los que aman.



(Una humilde recomendación: la interesante "Rubicon", que no despertó entusiasmo generalizado y quizás por ello la tenemos más cariño del que realmente merece, nos acercaba al mundo de los espías desde una óptica más realista, adulta y honesta)

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