Llega un momento en la trayectoria de la
mayoría de directores en el que deciden abordar un retrato de su propia generación,
generalmente desesperanzado. Lo curioso de Cesc Gay, además de ya llevar unos cuantos (como En la ciudad), es que su
acercamiento más acertado y profundo a la desorientación vital de la madurez lo consiguió
precisamente con la película que no iba tan abiertamente de ello: la excepcional e
infravalorada Ficción.
Quizás aquí radica uno de los
mayores problemas de la por otro lado estimable Una pistola en cada mano, estrenada en España esta semana. Su evidente
tesis sobre el ridículo existencial masculino acaba lastrando y encorsetando al conjunto
de la obra. El forzado objetivo discursivo sobre el analfabetismo
emocional de los hombres, sus exagerados subrayados y la necesidad de
recordarnos en cada escena que está radiografiando las derrotas, miserias e hipocresías de los tipos acomodados que han pasado los cuarenta provoca lamentablemente que desde
la primera secuencia nos sepamos ya la película entera. Y que queden a la vista
sus pretensiones y costuras, lo que nos quiere contar o más bien deletrear.
Gay estructura su obra a
través de varios capítulos sostenidos por diálogos accidentales. Los textos,
escritos con talento e inteligencia para tratar de evitar la irregularidad habitual
en este tipo de formatos, abordan el desconcierto del hombre occidental tras el
ocaso del macho y la ausencia de nuevos referentes. Componen una antología quizás excesiva de humillaciones
del varón contemporáneo, cubierta por un humor cruel y compasivo, y que otorga a
las mujeres una superioridad sentimental tan aplastante que a algunos puede
resultarles aterradora. Los papeles se reservan a una especie de all star de la interpretación española,
en el que no me detendré porque para eso ya están los suplementos dominicales.
Una pistola en cada mano resulta
ideal para vomitar reflexiones existenciales afectadas y pretenciosas, tan
habituales en este blog. En esta ocasión, por la machacona obviedad de este
mensaje en el filme y porque otros lo hacen mucho mejor (como Luis Martínez en El Mundo), les ahorraré este trago. Sólo apuntaré para finalizar que Cesc
Gay ha firmado una buena película, que gustará bastante y que, por supuesto, puede
llevar la cabeza bien alta en el panorama del cine español de este año. Pero de tanto
enfatizar el patetismo ridículo de los hombres, el autor catalán ha estado a un
paso de redimirlos y de desnudar involuntaria e irremediablemente a las
mujeres.
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