Parece obvio que Aaron Sorkin no podría escribir un drama
social ambientado en una barriada marginal. Lo suyo es abordar personajes
extremadamente inteligentes y triunfadores en lo profesional, y a la vez sentimentalmente
inseguros y perdidos, que encuentran en la ironía y en los diálogos metralleta
un arsenal adecuado para esconder sus derrotas. En ese terreno es el mejor y le
va bastante bien, por lo que no se antoja probable que escriba alguna vez
textos sobre pequeños traficantes de droga en las esquinas.
Su nuevo proyecto, The Newsroom, cuyo episodio piloto se ha
emitido esta semana, supone su vuelta a la televisión desde Studio 60. Sorkin sitúa esta vez su escenario teatral en
la redacción de un informativo de televisión, donde vuelven a desfilar adictos
al trabajo extraordinariamente brillantes con déficit emocional, irremediablemente
progresistas, soñadores y románticos, que hablan a velocidad de la luz con un
inusual y entrañable sentido del humor y sarcasmo. Todos ellos iluminados por
un guión de precisión marca de la casa.
Pero desgraciadamente, y siendo honestos, The Newsroom tiene
también algunos peros. En primer lugar, adolece de cierta falta de
originalidad. Quien esté familiarizado con la obra del autor, detectará varias
similitudes argumentales con otros trabajos, no sólo en el fondo, siempre
moralizante y profundamente humanista, sino también en la forma. Así, el
comienzo del piloto se parece demasiado peligrosamente al inicio de la serie
Studio 60, las bromas absurdas que aligeran los diálogos son las mismas que en
todos sus guiones (las confusiones con los nombres del personal son ya un clásico)
o el fácil recurso a la tensión sexual no resuelta, que en esta serie se va a
multiplicar al menos por dos respecto a otros libretos.
En segundo lugar, parece que el guionista se ha tomado demasiadas
licencias en la descripción del trabajo de una redacción de informativos. Quien
haya trabajado en un medio de comunicación detectará varias (por favor, ¿cómo
se va a poner al teléfono en directo horas después de la explosión el pobre técnico que inspeccionó el pozo
petrolífero?).
Y, por último, su idealismo. Ah, el idealismo, al que el
relativismo y la crispación política han convertido en estos tiempos en un defecto
imperdonable. Qué se le va a hacer. Pero, más allá de esto, es obvio que a
Sorkin se le ha ido un poco la mano con la moralina en el piloto y,
objetivamente, da algún argumento a quienes le acusan de traspasar
frecuentemente la línea que separa el idealismo del maniqueísmo.
Qué quieren que les diga. El piloto de The Newsroom no es lo
mejor que ha escrito Sorkin. No aporta nada a su carrera que no hayamos visto antes, no refleja fielmente el trabajo de una redacción de noticias y parece aún
más doctrinaria que el resto de su obra. Pero también es cierto que, pese a
estas molestas pegas objetivas, este hombre, ya escriba sobre los asesores del
presidente de los Estados Unidos, un senador que financia a los muyahidines en
la guerra contra la URSS, un show televisivo, el fundador de Facebook, un
general manager de un equipo de béisbol o sobre un telediario, me hace volver a
creer en los Reyes Magos. Y eso a estas alturas es impagable.
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