Aceptamos que la ficción moldee y dulcifique la realidad
para sentirnos más cómodos. No tenemos reparos en bajar la guardia y valorar
positivamente acercamientos tramposos y baratos al amor, la violencia, la
tragedia o las relaciones sociales, porque, pensamos, una de las principales
funciones del arte es entretener y, a fin de cuentas, bastante tenemos con
nuestra pesada cotidianeidad y con aguantar a un par de artistas realistas
radicales.
Todo ello no me parece necesariamente mal, siempre que no se
rebasen ciertos límites. Así, cuando se escoge abordar un cáncer imprevisto o una
enfermedad terminal inesperada e improbable, considero que deberíamos ser algo
más exigentes con el tono de la obra y rechazar cualquier impostura o tráfico
barato de sentimientos.
Digo esto porque en los últimos meses han aparecido en nuestra
cartelera dos propuestas cinematográficas antagónicas sobre el cáncer y el
doloroso y a veces definitivo punto de inflexión que genera en las vidas de los
afectados y de las personas que les rodean. Se trata de la francesa Declaración de guerra, de Valérie
Donzelli, y de la alemana Stopped on the
track, de Andreas Dresen.
La película de Donzelli, aplaudida por la crítica y de
cierto éxito en los circuitos de cine independiente, cuenta la historia de una
joven pareja a cuyo bebé se le diagnostica un cáncer extraño, peligroso y
posiblemente fatal. Tal premisa argumental, dura e insoportable, debería suponer un reto
inabarcable tanto para el narrador como para el espectador, pero la directora
francesa renuncia a afrontar lealmente este imposible laberinto y opta por dotarlo de cómodas salidas
de emergencia emocionales, hasta el punto de regalar al espectador una especie de cuento asumible
sobre el cáncer infantil y las relaciones de pareja con ciertas pretensiones pero que, en la práctica, se acomoda en la más pura superficialidad.
Bien es cierto que Declaración la guerra no llega a la
lamentable prostitución de tragedias de Mi
vida sin mí, de Isabel Coixet, auténtico referente del buenrollismo cancerígeno,
pero es evidente que la película francesa se decanta por un tono amable de
comedia romántica indie plagada de canciones poperillas con el objetivo de que
el espectador occidental pase un rato hasta medio agradable observando las evoluciones de
una pareja de jóvenes enamorados y del cáncer de su bebé.
En el otro extremo, el director alemán Andreas Dressen se
inclina en Stopped on track por abordar desde el realismo la terrible
historia de un hombre de mediana edad, casado y con dos hijos pequeños, a quien
se le diagnostica un tumor cerebral maligno y fatal. Dressen apuesta fuerte y
enseña en la primera escena todas sus cartas, con el frío diagnóstico en una
fría sala de hospital, interrumpido por una rutinaria llamada telefónica que debe
atender el médico en medio de la catástrofe, con una fría estimación de unos
dos meses de vida. A partir de ahí, el
incomprensible e inevitable deterioro, la imposible aceptación de la muerte,
los ataques de rabia e impotencia, el vergonzoso y oculto sentimiento de los
familiares de que todo acabe una vez que se ha asumido que no hay una salida,
la elección de las canciones que sonarán en el funeral.
El cineasta alemán se queda fuera y renuncia a juzgar ni a
apoyar o dejar caer a los protagonistas, adoptando a veces un tono cercano al
documental, y evitando en todo momento el atrayente tremendismo innecesario.
Sin embargo, ello no significa que renuncie al ritmo, a la narración
cinematográfica y que dé incluso algún pequeño respiro al espectador,
coincidente con los, supongo, escasos oasis de felicidad o resignación de
un hombre empujado a una muerte prematura. Así, utiliza como recurso la
personalización del tumor, a quien el protagonista imagina ver en un late night
comentando sus evoluciones, o la canción Love
and mercy, de Brian Wilson, que el enfermo toca desde su cama.
El conjunto sugiere dolor, frialdad, desesperanza, que
desgraciadamente es lo que suele suceder en la vida real cuando se afrontan
este tipo de tragedias, donde no suena de fondo una canción de Antony and
the Johnsons. Y, sobre todo, verdad y honestidad a la hora de tratar una historia de este tipo.
Ello no debe sorprender a los familiarizados con la obra de
Dresen, que ya abordó con innegable honestidad el verano de un par de amigas
que contemplan un trozo de Berlín este desde su balcón (Verano en Berlín, 2005) o las relaciones sentimentales y sexuales
cuando se acerca la vejez (En el séptimo
cielo, 2008), y que ahora, con Stopped on track, se convierte en mi
opinión en uno de los alumnos aventajados de Michael Haneke en el panorama del cine
europeo.
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