Un día habrá que reflexionar seriamente sobre el daño que ha
producido el llamado cine “indie” norteamericano de los noventa para que todavía hoy directores con aparente talento sigan apostando por este tipo de comedietas
románticas urbanas con pretensiones de retrato generacional y de insultantes
referencias al Woody Allen más flojo.
La película argentina Medianeras, de Gustavo Taretto,
continúa orgullosa este inolvidable género y nos narra la original historia de
dos jóvenes solitarios, cultos y perdidos en la gran ciudad que sueñan con
encontrar el amor. Sí, señor, así me gusta. Para hacer todo ello más o menos digerible,
el director recurre a unas machaconas voces en off, una discutible metáfora
arquitectónica, fragmentos de música agradable (salvo una canción de Daniel Johnston) y a una en general hábil
dirección. También, todo hay que decirlo, al buen trabajo de la actriz
española Pilar López de Ayala.
Medianeras cuenta así con todos los ingredientes de ese cine
low cost de impostor mochilero sentimental, de existencialismo barato y de
garrafón, de autocomplacencia en la mediocridad, de romanticismo de carpeta
adolescente, de reivindicación nostálgica de la infancia ochentera occidental
como si nunca la humanidad hubiera vivido otras infancias, de inspiración
supuestamente progresista que esconde el cine más rabiosamente conservador de
los últimos 20 años (esto me recuerda que le debo un texto a Jason Reitman
y a Young adult).
Todo previsible. Y cobarde, como demuestra ese fugaz
momento de la película en que, madre mía, crees que todo lo anterior ha tenido
un sentido, que era un hábil pretexto embaucador y que Taretto va a lanzar magistralmente a la
vez a los dos personajes por las ventanas que se han construido en las
medianeras como colosal y valiente ruptura con dos décadas de almíbar urbano,
de poesía de la experiencia de estudiante perdedor enamorado. Pero no. No sólo los dos protagonistas no se estampan al unísono contra el asfalto de la ciudad
sobre la que tanto reflexionan superficialmente, sino que, yendo un poco más allá todavía de las
simplonas convenciones del género, la obra concluye cerrando una trabajadísima
metáfora sobre Dónde está Wally. Brutal.
Bien es cierto que igual estoy siendo un poco duro y que
habrá gente a la que le guste Medianeras (la película, en su estilo, es
efectiva), como también hay gente que disfruta con Love of Lesbian. Y hay que
respetarlo, por supuesto. Además, poco podemos hacer ante ello.
Eso sí, se agradece en el alma a Taretto y a este tipo de
directores que traten con infinita ternura a una generación triste y sola que
ve películas en un ordenador. Lo digo con la remota esperanza de que dentro de
mil años, cuando todo haya acabado, nuestros sucesores en el planeta encuentren
en este tipo de documentos un atenuante a la hora de juzgarnos y de dictar sentencia sobre nuestro tiempo.
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