25 jun 2012

Medianeras y los impostores mochileros sentimentales


Un día habrá que reflexionar seriamente sobre el daño que ha producido el llamado cine “indie” norteamericano de los noventa para que todavía hoy directores con aparente talento sigan apostando por este tipo de comedietas románticas urbanas con pretensiones de retrato generacional y de insultantes referencias al Woody Allen más flojo.

La película argentina Medianeras, de Gustavo Taretto, continúa orgullosa este inolvidable género y nos narra la original historia de dos jóvenes solitarios, cultos y perdidos en la gran ciudad que sueñan con encontrar el amor. Sí, señor, así me gusta. Para hacer todo ello más o menos digerible, el director recurre a unas machaconas voces en off, una discutible metáfora arquitectónica, fragmentos de música agradable (salvo una canción de Daniel Johnston) y a una en general hábil dirección. También, todo hay que decirlo, al buen trabajo de la actriz española Pilar López de Ayala.


Medianeras cuenta así con todos los ingredientes de ese cine low cost de impostor mochilero sentimental, de existencialismo barato y de garrafón, de autocomplacencia en la mediocridad, de romanticismo de carpeta adolescente, de reivindicación nostálgica de la infancia ochentera occidental como si nunca la humanidad hubiera vivido otras infancias, de inspiración supuestamente progresista que esconde el cine más rabiosamente conservador de los últimos 20 años (esto me recuerda que le debo un texto a Jason Reitman y a Young adult).

Todo previsible. Y cobarde, como demuestra ese fugaz momento de la película en que, madre mía, crees que todo lo anterior ha tenido un sentido, que era un hábil pretexto embaucador y que Taretto va a lanzar magistralmente a la vez a los dos personajes por las ventanas que se han construido en las medianeras como colosal y valiente ruptura con dos décadas de almíbar urbano, de poesía de la experiencia de estudiante perdedor enamorado. Pero no. No sólo los dos protagonistas no se estampan al unísono contra el asfalto de la ciudad sobre la que tanto reflexionan superficialmente, sino que, yendo un poco más allá todavía de las simplonas convenciones del género, la obra concluye cerrando una trabajadísima metáfora sobre Dónde está Wally. Brutal.

Bien es cierto que igual estoy siendo un poco duro y que habrá gente a la que le guste Medianeras (la película, en su estilo, es efectiva), como también hay gente que disfruta con Love of Lesbian. Y hay que respetarlo, por supuesto. Además, poco podemos hacer ante ello.

Eso sí, se agradece en el alma a Taretto y a este tipo de directores que traten con infinita ternura a una generación triste y sola que ve películas en un ordenador. Lo digo con la remota esperanza de que dentro de mil años, cuando todo haya acabado, nuestros sucesores en el planeta encuentren en este tipo de documentos un atenuante a la hora de juzgarnos y de dictar sentencia sobre nuestro tiempo.  

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