14 ago 2012

Kiseki: las cenizas de la infancia


Que Hirozaku Kore-eda es un maestro a la hora de dirigir niños y transmitir las pequeñas grandes cosas que suceden e importan durante la infancia ya lo sabíamos desde la notable y dramática Nadie sabe. En Kiseki, el director japonés se aleja de la gravedad y tremendismo final de aquella y nos regala una conmovedora y luminosa reflexión sobre la infancia que, sin la necesidad de recurrir al dramatismo exagerado, nos dibuja también una amarga reflexión de lo que significa crecer.


Kore-eda tiene la maravillosa virtud de preocuparse de lo que piensan y sienten los niños, de cómo enfrentan el mundo con unos guías tan torpes como nosotros. A los niños los tenemos ahí, correteando entre nosotros con sus juegos y preguntas sobre la vida. No les damos excesiva importancia, pero de esas respuestas construirán un mundo de sueños que serán aniquilados por la gravedad y el conformismo. Como el de toda una ciudad impasible al lado de un volcán que escupe cenizas.

Kiseki parte de la relación que afrontan dos hermanos que se ven obligados a residir en ciudades diferentes tras el divorcio de sus padres. El mayor, reflexivo y sensible, convive con su madre y abuelos en un ambiente sobreprotegido mientras sueña con unir de nuevo a la familia. El pequeño, travieso y feliz, vive con su padre, músico bohemio y desorientado, en una divertida relación de igual a igual en la que el niño parece aportar la sensatez. Ambos enfrentan la situación desde visiones contrapuestas: la no aceptación y el inevitable conformismo. Pero con un mismo fin: no sufrir. En este sentido, hay una escena, el único flashback de la obra, que resume a la perfección esta situación. Los padres inician una fuerte discusión a la hora de la cena que está a punto de llegar a las manos. En ese momento, el mayor se sitúa en medio de los dos implorando que paren, mientras que el pequeño coge su cena y se va a ver la tele, harto de la pelea.

Un día, el hermano mayor escuchará a un compañero en clase decir que si ves a dos trenes bala cruzarse y pides un deseo, éste se cumplirá. Así, embarcará a sus amigos y a su hermano en una maravillosa aventura para viajar a esa zona y lograr que sus padres vuelvan a estar juntos.

Pero la historia de Kore-eda no se detiene en este entrañable punto de partida, sino que aporta un conjunto de personajes secundarios (las familias, los amigos de los niños, los padres de éstos, el papel de los abuelos,…) y de lúcidas metáforas que elevan la obra a un nivel superior. Nada sobra en esta fascinante fábula sobre la infancia y sobre la vida. El estupor que siente el hermano mayor ante las cenizas del volcán que cubren la ciudad y, sobre todo, frente al comportamiento despreocupado de sus ciudadanos por un hecho que él considera dramático resumen a la perfección ese estado, curioso, soñador y emocionante, que es la niñez.

El director japonés narra con su habitual realismo, tan natural que parece introducirnos en el grupo de amigos de los pequeños, en sus familias, y acompaña con sus también ya tradicionales transiciones musicales, tan vitales y melancólicas como la propia infancia.

Pero, como decíamos antes, Kore-eda no se limita a los niños. La obra esconde también una genial reflexión sobre la relación padres-hijos, sobre la inevitable pérdida que un día llegará. Ellos abandonarán la infancia y sus sueños, pero un día también dejarán a sus padres, que quedarán perdidos en un mar de nostalgia y amargura lleno de niños correteando entre ellos con sus juegos y preguntas sobre la vida. Hay un momento magistral de la película en que se nos muestra, se nos escupe, esta dolorosa realidad.

Un día el niño aprenderá a convivir con las cenizas que cubren su ciudad. Seguirán ahí todo el tiempo mientras transita por la vida, como un compañero entrañable y a veces molesto. Como los sueños de la infancia. 

13 ago 2012

El maldito y melancólico día después


A los que nos gusta el deporte, el día después de los Juegos experimentamos una melancolía insoportable. Como la madre que acaba de despedir a un hijo que se va a estudiar fuera, ese día, en una muestra irrefutable de nuestra inmadurez, nos venimos irremediablemente abajo. Así que lo mejor será cerrar esto cuanto antes y centrarnos en la prima de riesgo.

De los Juegos diremos que han sido bastante interesantes, algo previsibles y con la dosis adecuada de momentos memorables. En la piscina, Ryan Lochte no pudo acercarse al olimpo y le dejó también el reinado de estos juegos al homenajeado Michael Phelps. Vimos a una china hacer una marca sideral en 400 estilos, a una americana coleccionando medallas y a un velocista francés poniendo patas arriba al estadio. Celebramos bastantes records y jubilamos al poliuretano. Todo correcto.

En atletismo, tampoco hubo excesivas sorpresas. Bolt dominó la velocidad masculina, jamaicanas y americanas se repartieron la femenina, Farah se convirtió en el rey del fondo y los kenianos anduvieron bastante desorientados. Salvo Rudisha, claro, que nos regaló el momento de los juegos corriendo en solitario en menos de 1,41 los 800 metros. También hemos empezado a borrar de la historia a la RDA, con el record mundial femenino de 4x100 que consiguió el maravilloso relevo norteamericano, y se rozó el record del mundo en las fantásticas carreras de vallas. Todo aparentemente bien.


Siempre Usain.

En cuanto a la gimnasia, se cumplieron en general los pronósticos y las americanas, que desde Atlanta 96 no presentaban un equipo tan competitivo, fueron las reinas de los juegos. En individual, Gabrielle Douglas le arrebató el trono y enseñó la puerta de salida a su compatriota Jordyn Weiber, que tuvo que ver la final desde la grada.   

En deportes de equipo, ha destacado la sorprendente victoria de México en fútbol, que mantiene la maldición de Brasil en el torneo. En baloncesto, los norteamericanos revalidaron son solvencia su título de Pekin y los franceses tiraron de experiencia para conquistar el balonmano. Buenos torneos en general.

Ah, los españoles. Pues, salvo Mireia Belmonte, ni fu ni fa. 17 medallas y más de 30 diplomas que nos sitúan en la media de los últimos años. Desaparecidos en el estadio y en la gimnasia, nos agarramos a lo que sea. Eso sí, la nadadora de Badalona hizo historia al situar en primer plano a España en la piscina en dos carreras inolvidables para el deporte de nuestro país. Ojalá sirva para fortalecer la estructura y afición de la natación nacional.

Mención especial merece la generación del 80 de baloncesto, que han disputado sus últimos Juegos Olímpicos. Pau Gasol, Juan Carlos Navarro, José Manuel Calderón y Felipe Reyes fueron sus representantes en Londres (no estuvieron Raúl López, Carlos Cabezas o Berni Rodríguez). Campeones del mundo junior, campeones del mundo senior, dos veces campeones de Europa, dos platas olímpicas. Con ellos se van los mejores años de nuestras vidas.


Generación del 80 del baloncesto español (foto de 1999)

Ah, y Londres. Pues no les han quedado nada mal los juegos a los británicos. El tiempo se ha portado, el ambiente en los estadios era fantástico, la pista de atletismo rapidísima y el transporte no ha colapsado. Tampoco hemos tenido ninguna polémica grave. Quizás el único pero haya sido la ceremonia de inauguración que se marcó Danny Boyle, lastrada ya de antemano por la majestuosidad que vimos en Pekin.

Bueno, ya está. Hay que seguir. En unas horas, habrá desparecido la melancolía del maldito e inmaduro día después de los juegos. Ya veremos lo que hacemos.

10 ago 2012

La soledad de Rudisha


David Rudisha protagonizó ayer un alegato en favor de la soledad. En la línea de salida de la final de 800 había otros siete corredores, sí, pero probablemente el keniano nunca se percató de su presencia. Nada más iniciarse la carrera comenzó a correr, despreocupado y mirando sólo hacia delante, sin importarle ninguna otra circunstancia. Siempre en primera posición, sin más rival que uno mismo, el atleta completó dos vueltas al estadio inolvidables y demostró que el ser humano puede tardar menos de 1,41 en hacerlo.


Nadie dudaba de que, tarde o temprano, Rudisha lograría esta proeza. Pero lo verdaderamente inesperado fue la majestuosa exhibición, que apostara por la soledad. Un hombre solo al comando, sin liebres, pistas mágicas o botín en la línea de la meta. Derribando las certezas del medio fondo, el keniano demostró que se puede liderar una prueba desde el inicio y batir el record del mundo en solitario, que se puede desembarcar en Normandía y desfilar en Paris. Que la soledad hay que elegirla y evitar que te venga impuesta. 

No sabemos si se dio cuenta pero detrás de él sí había otros atletas, corriendo como posesos hacia el cielo detrás de su improbable liebre. Todos hicieron su mejor marca personal de siempre, lo que explica el clima de aturdimiento que reinaba en la meta. Seguramente, muchos de ellos nunca pensaron que pudieran llegar tan lejos y experimentaron la extraña  convicción de que no lo hubieran logrado en su vida de no ser por aquel tipo solitario que les torturó durante 800 metros.

La soledad de Rudisha es ya la imagen de estos juegos, que han encontrado por fin su sentido histórico, como lo hicieron los de Los Angeles con Carl Lewis, los de Atlanta con Michael Johnson o los de Pekin con Usain Bolt.

Ah, Bolt. Qué vamos a contar de nuestro amigo Usain, del tipo que incendió los juegos de hace cuatro años y situó los mundiales de Berlin en la historia, del hombre adelantado un par de décadas a su época que podría haber bajado de 9,5 en 100, rozar los 19,0 en 200 e incluso hacer grandes cosas en longitud de no haber tenido una irremediable tendencia a la relajación y la dispersión. Así es el jamaicano. En Londres, como Phelps, ha cumplido el guión. Ha ganado las dos carreras con su habitual facilidad extraterrestre, pero también ha dejado la sensación de que no reventará más cronómetros. Más que nada porque pasa, ya que su actual forma aún le valdría para que cualquier marca comercial o mitin de la Diamond League le preparase las condiciones idóneas para hacerlo. Pero para eso tendría que entrenar duro y sufrir y Usain prefiere irse de vacaciones. Así son los mitos. 

8 ago 2012

Fantasmas y despedidas


Que las cosas siempre pueden ir a peor es algo que Liu Xiang ha asumido esta semana. El atleta chino, emblema de Pekin 2008, ha repetido su actuación de hace cuatro años en los 110 metros vallas. El problema es que, como entonces, no ha superado ningún obstáculo de la primera ronda.

Liu llegaba a Pekin comjo auténtico referente de los juegos y con un país encima, cosa que adquiere especial gravedad si tenemos en cuenta que este país es China. Campeón olímpico en Atenas, el vallista chino mantenía una rivalidad legendaria con el cubano Dayron Robles que se iba a resolver en el nido. Sin embargo, su tendón de aquiles dijo basta y, en una mañana trágica para el pueblo chino, no pudo disputar la carrera.

Ahora, cuatro años después, el atleta buscaba algún leve desquite de aquel trauma nacional. Pero la historia que estaba protagonizando no iba de redención, sino de drama maldito. Nada más escuchar el pistoletazo de salida, se le apareció el fantasma de Pekin y no tuvo más remedio que comerse la primera valla. Se quedó unos segundos sentado, helado, quizás reflexionando sobre maldiciones y asumiendo su destino.


También ha estado muy reflexiva estos días en su desgracia Viktoria Komova. Las medallas de plata que ha obtenido representan esta vez un fracaso que no ha disimulado. Como ya era inevitable su destino en estos juegos, la gimnasta rusa finalizó su participación con un ejercicio desastroso en la barra de equilibrio, cruel metáfora de su estado de ánimo.

A quien también la ha perseguido un fantasma es a la rumana Catalina Ponor. Pero esta vez en forma de la estadounidense Alesandra Raisman. Perdió el bronce en barra tras una reclamación de la gimnasta americana y los jueces le arrebataron el título en suelo al valorar exageradamente un soso ejercicio de su rival. Lo llevó con clase y estoicismo.

No sabemos cómo están llevando los kenianos su participación en el estadio olímpico pero su comportamiento en las carreras de fondo está resultando desconcertante. Amenazan con tripletes, records olímpicos y tiran las primeras vueltas con su habitual majestuosidad, pero después se despiden del oro en medio de una absoluta carencia de táctica y de piernas.

Quien se ha despedido del oro con elegancia ha sido la rusa Yelena Isinbayeva. El mito de la pértiga femenina dijo adiós al trono planetario en el que ha habitado más de una década con una medalla de bronce y una sonrisa. La echaremos de menos.

No sé si extrañaremos tanto a Marta Domínguez, más que nada porque no hemos sabido de ella en Londres. La campeona del mundo de 2009, que ya es madre y senadora, se presentó en los juegos sin competición previa de alto nivel y desapareció de la final de 3.000 obstáculos a la primera de cambio. Tampoco se la vio en la zona mixta. Como un fantasma en su despedida.

6 ago 2012

Tyson Gay y otros perdedores


Tyson Gay rompió a llorar tras la final de 100 metros lisos de los Juegos de Londres pero sus lágrimas no eran tanto una respuesta a su cuarto puesto (9,80) sino a la certeza de que nunca hubiera podido con Usain Bolt. Era un llanto aplazado que se debió producir en 2010 o 2011 y que ayer emergió en la intimidad, eclipsado por otros protagonistas.

El velocista norteamericano ha protagonizado un reto enorme, legendario. Pero nadie se ha enterado. Campeón del mundo en 2007, tuvo que ver por televisión cómo Bolt asombraba al mundo en Pekin e intuyó lo que iba a suceder en 2009 en Berlin. Sin embargo, Gay creyó en sí mismo y en una empresa imposible: ganar al jamaicano. Así, mientras su extrovertido rival se dedicaba a descansar y divertirse, se encerró durante dos años con disciplina militar para ser el campeón del mundo en Daegu 2011. Su sacrificio obtuvo resultados. Igualó la marca del jamaicano en Pekin (9,69) y le espantó de la competición en 2010 tras ganarle alguna carrera (Bolt alegó molestias y se retiró hasta 2011). Todo estaba dispuesto para un duelo histórico en Corea del Sur. Sin embargo, una inoportuna lesión echó por tierra dos años de trabajo ermitaño. La ironía o la justicia poética hizo que el jamaicano tampoco disputara aquella final de 100, que debió de ser eterna, tras cometer una ridícula salida nula.

Gay derramó ayer esas lágrimas que la historia le reservaba para Daegu. Lo hizo exiliado del foco de atención, en una esquina del estadio olímpico, fuera del podio, superado por su viejo rival Gatlin y alejado de crónicas pomposas. Ya está en la historia de ilustres perdedores.

Quien no se encuentra en esta entrañable nómina, pese a no ganar la final de 10.000, es Kenenisa Bekele. El heredero de Gebreselassie no tuvo opciones reales de ganar su tercer oro olímpico en la distancia en una carrera que estaba ganada de antemano por el británico Mo Farah. Tampoco nadie lo esperaba. Pero el etíope se obcecó y no renunció a superar en la leyenda a su maestro. Derrota previsible, segura, aburrida. Pero que humaniza a Kenenisa.

Hay quien pudiera pensar que la pifia de McKayla Maroney en la final de salto femenina también la humaniza. Pero no, más bien la deja en ridículo. La gimnasta norteamericana es tan superior a sus rivales en este ejercicio que hasta a los jueces les dio vergüenza expulsarla del podio tras caer de culo en su segundo salto. Así que le regalaron la plata, aunque ella hubiese preferido que la tragase la tierra.

Quien también perdió esta final fue la ahora alemana Oksana Chusovitina, que saca a la norteamericana un par de décadas. A sus 37 años, la alemana pone fin a su carrera, en la que ha inventado hasta un salto. Como Gay, también lloró, pero sus lágrimas no pueden estar más alejadas. Ya está en el olimpo.

4 ago 2012

Douglas y Komova: la alegría y la trascendencia


Gabrielle Douglas consiguió el pasado jueves la medalla de oro de gimnasia pero lo curioso fue que la logró sin perder la sonrisa y la frescura. Como si estuviera en su gimnasio de Iowa en la última hora de su entrenamiento antes de ir a tomar un helado, la gimnasta de 16 años accedió al trono de los Juegos de Londres con una serie de ejercicos correctos rematados siempre por una expresión de felicidad contagiosa.

Gabrielle Douglas

En contraste con la alegría americana, la rusa Viktoria Komova dio un recital de sufrimiento y trascendencia. Su expresión de dolor cuando vio a la americana incendiar al pabellón en su ejercicio de suelo fue dramática e inolvidable. Sabía que tendría que hacer un ejercicio de diez y ni aún así tendría muchas posibilidades de desbancar a su rival. Todo dispuesto, pues, para que el riesgo que debía tomar la llevara al suelo y al ridículo. Sin embargo, con la frialdad de tiempos soviéticos, Komova se marcó un ejercicio inolvidable, majestuoso, perfecto.

Komova (derecha) sufre durante la competición

Douglas y Komova no se saludaron al finalizar la competición, confirmando que representan dos almas, dos visiones del mundo antagónicas. Las de la alegría despreocupada y la grave trascendencia.

El que ha superado ya esta fase de dudas existenciales o feliz ingenuidad es Michael Phelps. Ya está por encima de cualquier filosofía. Él disfruta en estos juegos de su homenaje y se ha dado el lujo de ganar dos oros más con tranquilidad funcionarial, como el japonés Uchimura en gimnasia masculina.

Ah, llegaron las medallas españolas. Nadie esperaba unas carreras así de Mireia Belmonte. Tampoco ella. Fueron dos platas monumentales, de gran campeona, cosa que no pensábamos que estuviera al alcance de la catalana. Lo de Maialen Chorraut estaba en las previsiones pero las previsiones hay que cumplirlas, que pensará Jordyn Wieber, quien el jueves compartió con Komova la gravedad de la derrota ante una sonrisa despreocupada que parecía querer salir corriendo a comprar un helado.

1 ago 2012

La rutina de hacer historia


Desde hace cuatro años, Michael Phelps sabía que el 31 de julio de 2012 se iba a covertir en el mejor deportista de la Historia. Este olimpo diferido, esta certeza absoluta de la gloria, debe de ser agotadora. Porque el nadador de Baltimore ya tocó el cielo y logró su momento para la eternidad en la piscina de Pekin, con sus brutales ocho oros, y era obvio que las medallas que necesitaba en Londres iban a caer casi por inercia. Así que, como un príncipe heredero esperando durante años a subir al trono, el estadounidense se ha pasado este tiempo manteniendo la forma, viendo cómo otros jóvenes iban superándolo y preparando sus palabras de agradecimiento que por fin pronunció ayer. Para Phelps, esto de Londres no eran unos juegos, era un homenaje. 

Decimoctava visita de Phelps al podium olímpico

Como las hazañas seguras resultan aburridas, buscamos nuevos héroes en la piscina. Agnel, Franklin o la lituana de 15 años Meilutyte llenan en 2012 las crónicas elogiosas de los diarios. También encontramos a la china de 16 años Ye Shiwen, pero aquí los textos periodísticos desprenden un aire a thriller. En este caso, más allá de lo que nos parezcan sus marcas, hay algo de cruel en que una niña de esta edad tenga que leer este tipo de páginas sobre sus triunfos.

Yannick Agnel

Comparten también con Phelps la engorrosa rutina de hacer historia el equipo americano de baloncesto o Usain Bolt. Por suerte para el jamaicano, ha surgido un candidato serio en las pruebas de velocidad, su compatriota y supuesto amigo Johan Blake, lo que le hace más llevadera la espera.

Como las medallas de Phelps y quizás con la excepción de la hazaña francesa en la piscina, los primeros días de los Juegos están impregnados de cierta previsibilidad. Las críticas a la organización, las fases previas de los deportes de equipo, la ansiedad española, los resultados por equipos en gimnasia. Esperamos con impaciencia nuevos héroes, hazañas inesperadas, los rostros que acompañarán a Yannick Agnel en los resúmenes de dentro de cuatro años.

El de la gimnasta estadounidense Gabrielle Douglas puede ser uno de ellos. Ayer, ella y su equipo nos regalaron una serie de ejercicios perfectos que hicieron hervir al pabellón de North Greenwich, y nos recordaron que la previsibilidad de una victoria, la rutina de hacer historia, pueden también esconder belleza.

Douglas celebra el triunfo junto a sus compañeras