Tyson Gay rompió a llorar tras la final de 100 metros lisos
de los Juegos de Londres pero sus lágrimas no eran tanto una respuesta a su
cuarto puesto (9,80) sino a la certeza de que nunca hubiera podido con
Usain Bolt. Era un llanto aplazado que se debió producir en 2010 o 2011 y que
ayer emergió en la intimidad, eclipsado por otros protagonistas.
El velocista norteamericano ha protagonizado un reto enorme,
legendario. Pero nadie se ha enterado. Campeón del mundo en 2007, tuvo que ver
por televisión cómo Bolt asombraba al mundo en Pekin e intuyó lo que iba a
suceder en 2009 en Berlin. Sin embargo, Gay creyó en sí mismo y en una empresa
imposible: ganar al jamaicano. Así, mientras su extrovertido rival se dedicaba
a descansar y divertirse, se encerró durante dos años con disciplina militar
para ser el campeón del mundo en Daegu 2011. Su sacrificio obtuvo resultados.
Igualó la marca del jamaicano en Pekin (9,69) y le espantó de la competición en
2010 tras ganarle alguna carrera (Bolt alegó molestias y se retiró hasta 2011).
Todo estaba dispuesto para un duelo histórico en Corea del Sur. Sin embargo,
una inoportuna lesión echó por tierra dos años de trabajo ermitaño. La ironía o
la justicia poética hizo que el jamaicano tampoco disputara aquella final de
100, que debió de ser eterna, tras cometer una ridícula salida nula.
Gay derramó ayer esas lágrimas que la historia le reservaba
para Daegu. Lo hizo exiliado del foco de atención, en una esquina del estadio
olímpico, fuera del podio, superado por su viejo rival Gatlin y alejado de crónicas
pomposas. Ya está en la historia de ilustres perdedores.
Quien no se encuentra en esta entrañable nómina, pese a no
ganar la final de 10.000, es Kenenisa Bekele. El heredero de Gebreselassie no
tuvo opciones reales de ganar su tercer oro olímpico en la distancia en una
carrera que estaba ganada de antemano por el británico Mo Farah. Tampoco nadie
lo esperaba. Pero el etíope se obcecó y no renunció a superar en la leyenda a
su maestro. Derrota previsible, segura, aburrida. Pero que humaniza a Kenenisa.
Hay quien pudiera pensar que la pifia de McKayla Maroney en
la final de salto femenina también la humaniza. Pero no, más bien la deja en
ridículo. La gimnasta norteamericana es tan superior a sus rivales en este
ejercicio que hasta a los jueces les dio vergüenza expulsarla del podio tras
caer de culo en su segundo salto. Así que le regalaron la plata, aunque ella
hubiese preferido que la tragase la tierra.
Quien también perdió esta final fue la ahora alemana Oksana
Chusovitina, que saca a la norteamericana un par de décadas. A sus 37 años, la
alemana pone fin a su carrera, en la que ha inventado hasta un salto. Como Gay,
también lloró, pero sus lágrimas no pueden estar más alejadas. Ya está en el
olimpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario