David Rudisha protagonizó ayer un alegato en favor de la
soledad. En la línea de salida de la final de 800 había otros siete corredores,
sí, pero probablemente el keniano nunca se percató de su presencia. Nada más iniciarse
la carrera comenzó a correr, despreocupado y mirando sólo hacia delante, sin
importarle ninguna otra circunstancia. Siempre en primera posición, sin más
rival que uno mismo, el atleta completó dos vueltas al estadio inolvidables y
demostró que el ser humano puede tardar menos de 1,41 en hacerlo.
Nadie dudaba de que, tarde o temprano, Rudisha lograría esta
proeza. Pero lo verdaderamente inesperado fue la majestuosa exhibición, que apostara por la
soledad. Un hombre solo al comando, sin liebres, pistas mágicas o botín en la
línea de la meta. Derribando las certezas del medio fondo, el keniano demostró
que se puede liderar una prueba desde el inicio y batir el record del mundo en
solitario, que se puede desembarcar en Normandía y desfilar en Paris. Que la soledad hay que elegirla y evitar que te venga impuesta.
No sabemos si se dio cuenta pero detrás de él sí había otros atletas, corriendo como posesos hacia el cielo detrás de su improbable
liebre. Todos hicieron su mejor marca personal de siempre, lo que explica el clima
de aturdimiento que reinaba en la meta. Seguramente, muchos de ellos nunca
pensaron que pudieran llegar tan lejos y experimentaron la extraña convicción de que no lo hubieran logrado en
su vida de no ser por aquel tipo solitario que les torturó durante 800 metros.
La soledad de Rudisha es ya la imagen de estos juegos, que
han encontrado por fin su sentido histórico, como lo hicieron los de Los
Angeles con Carl Lewis, los de Atlanta con Michael Johnson o los de Pekin con
Usain Bolt.
Ah, Bolt. Qué vamos a contar de nuestro amigo Usain, del
tipo que incendió los juegos de hace cuatro años y situó los mundiales de Berlin
en la historia, del hombre adelantado un par de décadas a su época que podría
haber bajado de 9,5 en 100, rozar los 19,0 en 200 e incluso hacer grandes cosas
en longitud de no haber tenido una irremediable tendencia a la relajación y la
dispersión. Así es el jamaicano. En Londres, como Phelps, ha cumplido el guión.
Ha ganado las dos carreras con su habitual facilidad extraterrestre, pero
también ha dejado la sensación de que no reventará más cronómetros. Más que
nada porque pasa, ya que su actual forma aún le valdría para que cualquier marca
comercial o mitin de la Diamond League le preparase las condiciones idóneas
para hacerlo. Pero para eso tendría que entrenar duro y sufrir y Usain prefiere
irse de vacaciones. Así son los mitos.
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