22 dic 2011

Sobre The artist


Pensándolo un poco, es sorprendente que en esta época de nostalgia impostada nadie hasta ahora hubiera echado el órdago de vender un homenaje a Griffith y Von Stroheim. Quizás nuestra melancolía se queda en alarde mirando al tendido y, sobre todo, a los actuales treintañeros que compran cualquier cosa que recupera “el espíritu de los ochenta”. Spielberg, que tiene talento para el cine pero mucho más para el dinero, lo vio claro y produjo este año una mezcla de Los Goonies y ET para adolescentes y adultos con esa mentalidad.

En todo caso, el mérito de Michel Hazanavicius (además de su novia) y de su productor al haber creado una película muda en blanco y negro de los años 20 y haber triunfado en todo el mundo en pleno siglo XXI es incuestionable. El destino más probable del suicida ejercicio de estilo y de la valentía extemporánea del financiador era el ridículo o, en el mejor de los casos, la indiferencia. A  priori, tirar esos millones de euros por la alcantarilla era más rentable que producir la obra. Por ello, la aventura y su feliz desenlace sólo merece un aplauso y sitúa a la película entre los acontecimientos del año.

Pero más allá de la osadía, The artist destaca, ante todo, por su habilidad. El cine mudo tiene unas reglas limitadas y conocidas que el director copia y homenajea sin rubor. Los recursos visuales, los gags, el papel de la música como auténtica coprotagonista del film, todo en esta película está estudiado al detalle y sin tomar ningún riesgo. A ello se le une una historia sencilla, archiconocida (es el argumento, por ejemplo, de El crepúsculo de los dioses), con un mensaje convencional, universal y emocionante, apto para cualquier público en cualquier época. No se veía una historia de amor tan conservadora desde…, bueno, el cine indie norteamericano de los últimos años nos ha dado grandes ejemplos, pero se me entiende. Por último, se le añaden dos actores entusiastas que consiguen comerse la pantalla y un montaje y una música trabajada hasta la extenuación.

Así, y es muy comprensible, la originalidad y atrevimiento se quedan en la idea. Lógicamente, director y productor habrán pensado que con hacer una película muda en blanco y negro el cupo de lo revolucionario estaba ya cubierto (y lo está) y, a partir de ahí, todo iba a estar medido por la seguridad y la certidumbre. Amarrategui blues en los felices años 20 con envoltorio de genialidad transgresora.

Y bien que hacen. La película, tan clásica y convencional, funciona como un reloj de casino de provincias y hace pasar un rato muy agradable en el cine a cualquiera, lo cual sería un milagro para la mayoría de estrenos semanales. 

21 dic 2011

Mis películas de 2011


Aunque lo realmente revolucionario sería no hacer ninguna lista sobre el año que termina, me aburro bastante y he decidido elegir las diez películas que más me han gustado en 2011. El criterio de selección que he utilizado es el de las obras estrenadas en España desde el 1 de enero (bueno, sí, faltan unos días para acabar el año y he visto que se van a estrenar El Topo o Drive, pero bueno, ojalá tuviera que modificar esta entrada).

Advierto de que todavía no he podido ver La piel que habito, de Almodóvar, o El niño de la bicicleta, de los Dardenne, ambas muy aplaudidas por la crítica. Qué se le va a hacer.  

El árbol de la vida (Terrence Malick)
Película del año, película eterna. Terrence Malick decidió hacer lamejorpelidelahistoria y, más allá de la pretenciosidad, de un mensaje filosófico de garrafón y de un final discutible, le salió una maravilla. Sobre el origen, la fe. Sobre la vida. Inolvidable.  

Another year (Mike Leigh)
En mi opinión, si no hubiera irrumpido Malick, la película del año. Aterradora “comedia dramática” sobre el paso del tiempo y la llegada de la vejez. Sobre esa época en la que uno se da cuenta de que ya no puede esperar nada. Obra maestra de Mike Leigh.  

Animal kingdom (David Michod)
El thriller más potente de 2011. Desde Australia nos llegó a principio de año esta obra oscurísima, original y violenta. Un gran debut de David Michod.

Cisne negro (Darren Arronofsky)
Arronofsky dio una lección de ritmo, intensidad y dirección en un ejercicio de estilo magistral. Material didáctico imprescindible en escuelas de cine.

Midnight in Paris (Woody Allen)
Vomitona de romanticismo encantador y divertido por las calles de París. Quizás algo facilona y simple, pero maravillosa.

Copia certificada (Abbas Kiarostami)
Kiarostami se vistió de Rossellini y nos regaló un paseo por Italia de Juliette Binoche y una reflexión sobre las relaciones de pareja y el paso del tiempo. No hace falta decir nada más.

El origen del planeta de los simios (Rupert Wyatt)
La sorpresa del año. Llegó en verano de tapadillo, ocultada por la pretenciosa, vacía y prefabricada Super 8. Una película de aventuras notable. Una precuela dignísima del clásico.

The artist (Michael Hazanavicius)
Ejercicio de estilo suicida que ha triunfado en todo el mundo. Sólo por ello merece estar en la lista. Más allá de esto (que no es poco), es una obra notable, sencilla y agradable.

Melancholia (Lars Von Trier)
Algo irregular, pero de una fuerza avasalladora. Además, sólo con haberle puesto a un planeta Melancolía y abocarlo a ese fatal pero inevitable destino, ya tiene un sitio en este repaso del año.

La mitad de Óscar (Manuel Martín Cuenca)
La cuota española. Martín Cuenca ha hecho la película más triste y desesperada de 2011, respirando además cine por los cuatro costados.


Bueno, no ha sido el mejor año de la historia en cuanto a cantidad, pero un puñado de estos títulos son ya inolvidables. Se han quedado a punto de entrar en esta humilde e innecesaria lista la magnífica pero tramposa Incendies, la interesante Nader y Simim: una separación o el thriller de ciencia ficción indie del año Monsters. En el caso español (y a falta de ver la de Almodóvar), sólo ha sido aspirante la muy estimable No tengas miedo de Montxo Armendáriz.  

15 dic 2011

Corresponsal de guerra en Ginebra


La voz de Pedro Barthe acabó con los años sonando a parqué, aunque eso sucedió mucho después de que nos sobresaltara la merienda una tarde de primavera de 1991. Es probable que en aquella época no conociéramos con exactitud el significado del término “dantesco” pero no tuvimos problema en advertir la extrema gravedad de la situación.


Se jugaba la final de la Recopa de Europa de baloncesto en la apacible ciudad suiza de Ginebra. El CAI Zaragoza y el Paok de Salonica luchaban por el primer título europeo para las dos formaciones. Los aficionados griegos, que en aquel tiempo se tomaban las cosas bastante a pecho, tomaron la tranquila localidad helvética para asegurar el trofeo y otorgaron los maños la condición de refugiados.

El partido comenzó así, tras una eternidad de retraso, condicionado por el extraordinario ambiente intimidatorio fabricado por los aficionados rivales. Sin embargo, el CAI se olvidó de no querer jugar, se sobrepuso y logró controlar el encuentro. Los jugadores del PAOK, liderados por Prelevic, parecían atenazados por la tranquilidad de los maños y la brutal presión de su propia afición. Parecía que todo iba bien y la Virgen del Pilar se empezaba a poner guapa para recibir a la copa.

Tal era la situación que los griegos, conscientes del peligroso cariz que tomaba el partido, optaron por el viejo recurso de romper la baraja. En el pabellón, como era de esperar, comenzó a llover. Mecheros y monedas, sobre todo.  Tras unos segundos de duda, los árbitros suspendieron el encuentro y mandaron a los jugadores a los vestuarios. A los españoles, porque los del Paok se quedaron en la pista. El caos reinó.

Nosotros aún no sabíamos nada de la vida ni de que los Balcanes estaban ya aquella tarde de 1991 a punto de hervir. Éramos niños y hermosos y Ginebra se había convertido en el escenario de nuestra primera batalla por televisión. Los Arcega eran nuestros soldados y Pedro Barthe nuestro valiente corresponsal de guerra.

Y, en ese momento, con el partido parado, el carismático capitán griego Fasoulas, micrófono en mano en mitad de la pista, tranquilizó a sus aficionados y nos anunció el fin de la inocencia. Desde entonces, todo fue a peor. Cuando se reanudó el partido, a la pista ya no salió el CAI sino un pelotón de prisioneros derrotados. Los griegos dieron la vuelta al marcador mientras sus rivales sólo pensaban en la evacuación. Al final, el PAOK levantó su título europeo y los maños huyeron como pudieron de la inhóspita Ginebra.

Puede que la memoria magnifique y embellezca estos hechos, que los maños reescribieran la historia a su gusto y se reservaran el papel de nobles ultrajados, de beautiful losers. De hecho, y por suerte, no hubo que lamentar heridos y las cosas acabaron transcurriendo con cierta normalidad. Es posible también que el camino hacia la estación no fuera el desembarco en Normandía y que la violencia griega se quedara en simple intimidación que dio sus frutos. Que Barthe exagerara. En definitiva, podría llegarse a la conclusión de que fue una encerrona de libro. Que nos cagamos más de la cuenta. Pero si no podemos vestir a nuestro antojo las derrotas, entonces sí que ya no nos quedará nada.  



12 dic 2011

Sísifo en el Mont Ventoux

Lo peor que le pudo pasar a Eros Poli aquella tarde de verano de 1994 fue la indiferencia. Nadie recuerda con claridad los motivos por los que un gigantón de dos metros de altura probó suerte en una fuga en solitario en una etapa con el Mont Ventoux a pocos kilómetros de la llegada en Carpentras. Era absurdo e improbable, por lo que el pelotón se tomó la etapa con tranquilidad y lo olvidó por completo, condenándole a un sufrimiento no reservado para él.

Así, el corredor de italiano comenzó la subida al coloso con más de 20 minutos de ventaja sobre un soporífero pelotón donde dominaba un tal Indurain, que ya llevaba ocho minutos en la general a Virenque y al resto de mediocres. En aquellos tiempos, el navarro ganaba los tours en la primera contrarreloj y ponía los puntos sobre las íes en el primer test de montaña para regocijo de los españoles y hartazgo de los aficionados al ciclismo. Años de aburrimiento y exaltación patriótica.

Poli no se creía lo que estaba pasando. Enfrentarse solo a la montaña pelada eterna, una piedra demasiado pesada para él, una empresa abocada al fracaso y al ridículo. No tuvo más remedio que tirar hacia delante, con cara de circunstancias y sufrimiento. Cada kilómetro, cada metro, todavía entre la vegetación, era una carga insoportable y humillante. Perdía un minuto por kilómetro, una vida en cada metro, a la velocidad que iba despareciendo el oxígeno en el puerto.

Por detrás, nadie se acordaba de él. La diferencia con cabeza de carrera se reducía sin querer  y las cosas sucedían como solían suceder. Pantani pasaba una página en la historia de las generaciones del ciclismo al dejar tirado a Luc Leblanc e Indurain ponía su marcheta. Por no aburrirse, más que nada.

Con estos escarceos, la cámara hizo un favor al italiano olvidándolo algunos kilómetros, pero pronto se rindió al espectáculo. En el paisaje lunar, con viento de cara, un gigante que tenía problemas para mantenerse sobre la bicicleta se entregaba a un esfuerzo inútil, absurdo, una penitencia atroz para un lanzador de sprinters. Un hombre solo al comando, gritaban emocionados los veteranos reporteros radiofónicos y los románticos. Los más jóvenes y posmodernos lo obervaban con incredulidad y cierto cachondeo. Retorciéndose en la bicicleta, Poli pedaleaba de cuneta a cuneta hacia la nada. Era aterrador. Y bello.

Al fin, llegó arriba, con apenas un minuto sobre el elefantito del Carrera. Al coronar, tuvo tiempo para pararse un instante para abrocharse el maillot y respirar. No sabemos si, en aquel instante, encontró la calma y cierta felicidad, como Camus imaginó a Sísifo. Pero todos comprendimos que aquel hombre seguiría subiendo para siempre la montaña pelada.

Poli acabó ganando aquella etapa dramática, improbable, absurda. Como la existencia. La gente volvió a concederle la indiferencia y lo olvidó como suele olvidar las intrascendencias y los polvos de una noche. 

19 nov 2011

Elogio al opositor de provincias

Se alegra cuando la radio cita su fría ciudad castellana en el pronóstico del tiempo. Se enfunda su bata, prepara el café, piensa un poco en ella y se recluye en el rincón de la habitación donde vive desde hace ya un año. Anoche fue duro, piensa. Le cuesta el derecho administrativo, teme los casos prácticos. Pero el repaso al alba lo tranquiliza. Cuando amanezca del todo, bajará al bar a desayunar y hojear el periódico de la provincia, propiedad de un conocido constructor. Es un momento que adora. Después, ya no tendrá un instante de calma, hundido entre temarios y apuntes, hasta que cante a su padre algunos textos justo antes de la cena. Así es su vida ahora. En general, se siente bien.

El sábado es su día libre. Antes de ir al cine, paseará, seguro pero al acecho, por la calle mayor junto a su novia, también opositora. Saludará a los conocidos con ese movimiento de cabeza, educado y distante, que sólo se da en provincias. Se confundirá en ese entrañable plano secuencia de Garci al que recuerda la ciudad cada fin de semana. A la vuelta de la esquina les espera la seguridad y una hipoteca compasiva. Y los hijos, a quienes educarán con cariño y severidad y sin riesgos. Ciertas familias no tienen bebés, sino aspirantes a los cuerpos superiores de la administración.

No echa de menos las supuestas aventuras que corren ahora los antiguos compañeros de clase. Se sabe sensato, haciendo lo correcto. Realmente, según recuerda que leyó en algún sitio, no hay sitios maravillosos a donde ir una vez que sales de la universidad. Como dice el padre del protagonista de Nueve cartas a Berta, a veces hay que ser prácticos. Pero tampoco le cuesta demasiado esta renuncia. Nuestro héroe no ha tenido nunca ensoñaciones románticas peligrosas ni sobrevalorados viajes a Londres. Él sólo se ha perdido en los grandes almacenes y en el aparcamiento del fútbol. Ah, y en aquella despedida de soltero, pero ha corrido un saludable tupido velo sobre el asunto.

Lee a Pérez-Reverte o alguna novela histórica cuando tiene algo de tiempo. Escucha a Revólver y a Los secretos, aunque se ha enganchado últimamente a Franz Ferdinand (también disfruta en secreto de la canción melódica italiana). Vota conservador, pero no tiene problemas en cambiar de opción ante un periodo prolongado de los suyos en el poder. Le encanta Cuéntame. Se baja películas de internet de forma moderada y con atisbo de culpabilidad. Es feliz.

Sabe que su destino cercano le deparará otra vida, otras calles, puestos de responsabilidad en grandes ciudades, tentaciones con secretarias. Pero también es consciente de que un día no lejano regresará a provincias, con su alto nivel consolidado y el bolsillo saciado de futuro. Allí despertarán a la vida sus vástagos. La adolescencia es siempre menos lamentable en ciudades pequeñas. 

También sabe que, contra todo pronóstico, recordará con cariño este tiempo. Es un sacrificio medido y asumible. Bata, café caliente, derecho administrativo y calle mayor llenan su vida de opositor de provincias. Es un auténtico revolucionario de nuestro tiempo.

16 nov 2011

De series sobre política

Ya que estamos en semana electoral, he esquivado un rato de aburrimiento redactando esta innecesaria lista de buenas series de televisión sobre política. Hay a quien le gustan.

The west wing
El referente del género. Inteligente, profunda, divertida y didáctica. Los guiones de Aaron Sorkin deberían enseñarse en las universidades y en los cursos de comunicación política. Algunos apuntan que la serie tiene un defecto: su excesivo idealismo. La posmodernidad ha conseguido que este término adquiera en estos días una connotación negativa.

Dejo un discurso de referencias bíblicas:


Y una lección de primero de campañas:




Yes, minister y Yes, prime minister
Joya de la BBC de principios de los ochenta. Comedia centrada en la vigilancia, control y boicot que realizan los altos funcionarios del Estado sobre las ideas y decisiones de los representantes democráticos (gente bien informada me cuenta que esto a veces es más común de lo que parece). Los brutales y divertidos comentarios del funcionario Humphrey Appelby sobre la administración y sus tácticas dilatorias y envolventes son una lección acelerada de cinismo y política. Para partirse la caja.





The wire
La tercera temporada de esta aclamada serie se centra en la política. La serie nos regala un realista y certero retrato de la política municipal y sus actores principales, con sus motivaciones, dificultades y miserias. Magnífica.


The thick of it
Sátira brutal de la BBC sobre el funcionamiento diario de un Ministerio y sobre el sometimiento de la política a los estrategas de la comunicación. Divertida y actual, aunque demasiado caricaturesca. Inolvidable el personaje de Malcolm Tucker, jefe de prensa del primer ministro, inspirado en el todopoderoso dircom de Tony Blair, Alastair Campbell. La serie dio lugar a la película In the loop.

En este vídeo, Tucker interrumpe una entrevista del ministro de Asuntos Sociales:
                                


State of play
Está serie de la BBC es más bien un thriller sobre periodismo y política, pero es uno de los productos más conseguidos de los últimos años. Quizás la visión del periodismo es demasiado idealista y el desenlace pasado de vueltas e innecesario, pero esto no afecta al buen nivel del conjunto de la obra. Se hizo una película de la serie en Estados Unidos con el mismo título.


House of cards
Notable y oscuro drama de la BBC realizado a principios de los noventa sobre intrigas políticas en el partido conservador tras el periodo de Margaret Thatcher. La trama política inicial está muy conseguida, si bien la serie evoluciona hacia una especie de thriller poco creíble. En todo caso, muy recomendable. El director norteamericano David Fincher está preparando un remake.

12 nov 2011

De senderismo, gin-tonic y otras gilipolleces

En los últimos tiempos he comenzado a sentir una honda preocupación por la mayoría de mis amigos. Asumo que la treintena es una época compleja, en la que ya tienes la edad de tu padre cuando te concibió, en la que dudas de si levantarte los sábados a las nueve o acostarte a esa hora, en la que te planteas qué has estado haciendo la década anterior y comienzas a pensar en la posibilidad de la reproducción y la madurez. Y donde el desencanto se ha puesto hace tiempo a tirar del pelotón y puede que tu escapada termine. Ello conlleva inevitablemente cambios que conducen a cosas absurdas, como comprarse repentinamente un coche o un robot-aspirador (qué gozada) o dejarse o afeitarse la barba. Asumible. Hace unos años se llevaban las hipotecas en yenes (alguna ventaja nos tenía que dejar la crisis).

Todos nos aferramos a este tipo de escapadas absurdas, pero últimamente mis amigos están perdiendo absolutamente el norte y han abrazado sin pudor actividades extravagantes. La más extraña es la súbita adicción al senderismo. Ni que decir tiene que ninguno de ellos ha practicado este pasatiempo diabólico en sus treinta y tantos años de vida ni que tampoco disfruten de ello. Pasan frío, hambre, aburrimiento y muchos de ellos, los más torpes, sufren terriblemente al cruzar un riachuelo o al tener que “poner las manos”. Pero no importa. Incluso alardean de la “vida sana” y el “aire puro” y adoptan una inquietante actitud de superioridad.

Se me escapan las razones de su comportamiento. Quizá es una forma de huir del alcohol, de llevar una vida sana, de “hacer otras cosas”. Quizá sólo envejecen. Otra posibilidad es la presencia de mujeres, ya que es una actividad deportiva en la que no les importa participar. Quizá aspiran a que nuestras conocidas les vean sanos y deportistas, en su esencia animal, en contacto con la naturaleza. Rebuscado y enfermo. Si yo fuera mujer, exigiría que me invitaran a cenar y que se metieran sus bastones y sus botas de trekking (o como se diga) por donde les quepa.

Conste que no tengo nada en contra de esta forma de pasar el rato. Siempre hubo gente para todo, De hecho, tengo otro amigo que al que siempre le gustó el monte más que a un tonto un lápiz y, cuando podía, evitaba emborracharse en las noches universitarias para cogerse el autobús de primera hora del sábado a la sierra. Yo también evitaba salir por ver las semifinales del baloncesto universitario norteamericano. Nada que objetar a las entrañables extravagancias de cada uno.

Pero mi preocupación no acaba en los senderos. También han dado un giro radical a su ocio nocturno. Ello no tendría por qué ser negativo. Hace un tiempo que se echa de menos la creatividad. No sé, podrían experimentar con drogas, con cultura, con veladas literarias y etílicas. Pero no, nada de eso: se han entregado a la conservadora y arcaica constumbre de  beber gin-tonic. Vamos, como mi padre.

No es que tomar esta bebida sea criticable en sí mismo. De hecho, alguna vez he disfrutado de ella después de una copiosa comida Es digestiva y no altera demasiado, y eso lo saben los subdirectores generales de la administración cuando quedan con sus secretarias. Pero la moda que han abrazado mis queridos amigos es vomitiva. Han olvidado sus queridos whiskies (me niego a escribir güisquis) o rones y salen por la noche de gin-tonic en gin-tonic. Hasta la victoria final, supongo.

Extraña costumbre que se ha extendido por la ciudad. Surgen establecimientos con llamativos cartesles con “el gin-tonic más elaborado” o “los mejores del hemisferio norte”. Hay una variedad aterradora. Incluso vi el otro día en mi barrio un establecimiento llamado “gintonería”, al tiempo que me sentía aún más desgraciado y perdido, como un diputado del grupo mixto en la Comisión de Justicia del Congreso

¿La explicación a este fenómeno? Indescifrable. He pensado en la apariencia de estatus, o incluso en que realmente sea la bebida que más les guste (nunca les vi pedir uno y estamos hablando de alguno que en la universidad dormía abrazado a su botella de Ballantines). Y claro, chicas, que no escapan de esta moda. No sé, pero un servidor despreciaría a cualquier mujer que no me abofeteara si la invito a ir al sitio donde sirven “el mejor gin-tonic de la ciudad”. 

¿Crisis de los treinta? ¿Gilipolleces? No está tan claro. Lo cierto es que pasean por el monte y toman gin-tonic como si realmente les gustara. Quizá el raro sea yo. Quizá sólo envejecen. Pero tranquilos: puede que, antes de que nos demos cuenta, quedar a comer en un asador y tomar unos whiskies viendo el fútbol comience a ser percibido como algo revolucionario.     

12 oct 2011

Nos hubiera gustado ver Solaris



El polaco Stanislaw Lem (1921-2006) y el ruso Andrei Tarkovski (1932-1986) han pasado a la historia como dos colosos de la literatura de ciencia ficción y del cine. Sin embargo, la adaptación que hizo el cineasta en 1972 de la novela Solaris (1961) provocó una de las polémicas más recordadas en la siempre complicada relación entre los dos géneros. Ambos renegaron del resultado y se lanzaron dardos durante años. Incluso, al cabo del tiempo, Tarkovski acabó despreciando su propia película y considerándola su peor obra, al no haberse podido desprender por completo del libro del polaco.

En mi caso, durante años deseché la novela. La leí de adolescente, esa época tan desagradable en la que no se sabe nada pero se anda como un idiota. Luego, cuando era universitario y seguía sin entender nada, vi maravillado la película del ruso. Recordaba la novela, sí, pero entonces me pareció una historia plana que el cineasta había sabido llenar de sabiduría y profundidad. Ahora, cuando uno sigue siendo un completo ignorante pero se está más tranquilo, he revisado las dos y me he visto en la obligación de reivindicar al polaco. He descubierto no sólo una de las obras mayores de la Ciencia-Ficción, sino quizás también una de las novelas más sugerentes, hipnóticas y desasosegantes de la historia de la literatura. Y he constatado que el director ruso desaprovechó un material enorme de posibilidades.

Lem construye de la nada un nuevo mundo y detalla con envidiable precisión y soltura sus principales comportamientos y hasta su propia historiografía. Nos regala un planeta que no puede ser abordado por la mente humana, tan pobre y pretenciosa. Y a partir de aquí reflexiona sobre la imposibilidad o al menos la enorme dificultad que conllevaría el contacto con otras formas de vida.  “No imaginamos que pueda haber algo muy distinto y, con esta idea, partimos hacia otros mundos ¿Y qué haremos con esos otros mundos? Dominarlos o que ellos nos dominen ¡No hay otra idea en nuestros patéticos cerebros! Ah, cuánto esfuerzo inútil”, apunta el protagonista, el astronatuta Kris Kelvin, quien acabará citando también la teoría (inventada) de Gratterston: “nunca será posible ninguna clase de contacto entre el hombre y alguna civilización extrahumana”, tan repetida en las últimas décadas.

Pero, además de ser una obra de ciencia ficción fascinante, en el olimpo del género, el libro supone asimismo un viaje al interior del alma humana, un encuentro con los fantasmas que arrinconas en tu mente pero que definen o completan tu esencia. “El hombre se ha lanzado al descubrimiento de otros mundos y otras civilizaciones sin haber explorado íntegramente sus propios abismos, ese laberinto de oscuros pasadizos y cámaras secretas, sin haber penetrado en el misterio de las puertas que él mismo ha condenado”, reflexiona Kelvin.

                       


Además, también es una bella historia de amor, con entrañables declaraciones de un romanticismo extravagante: “¿Te han enviado para torturarme o para hacerme feliz, o eres tan sólo un instrumento que ignora su función y del que se sirven para examinarme?” O “no puedo asegurarte que te querré siempre, ¿y si mañana me convirtieran en una medusa verde?”

No era de extrañar, pues, que a Tarkovski le atrajera el lado intimista de la novela. La obra del cineasta ruso siempre estuvo marcada por una intensa espiritualidad, por una reivindicación de valores profundos que veía en peligro de extinción en las nuevas generaciones soviéticas de los setenta.

Así, Tarkovski comienza pronto a marcar diferencias con la novela. Añade un prólogo en el que Kelvin visita a su familia antes de emprender el viaje al planeta, en el que introduce con habilidad el Informe de Breton. Aquí ya tenemos mucha agua, mucha naturaleza, muchos silencios, mucha intensidad. Como siempre, vamos (Tarkovski era un artista muy inteligente, pero sus temas y metáforas siempre fueron repetitivos). Luego nos regala diez minutos en un coche realmente memorables que seguramente tengan un significado muy importante y sesudo.

Ya en la nave, el ruso adapta libremente la novela. En un primer momento, sigue con cierta fidelidad el argumento: los compañeros de misión, los visitantes, la expulsión al espacio de la mujer-visitante del protagonista, las preguntas y dudas de Kelvin ante la situación se sus compañeros. Sin embargo, pronto la película se apartará descaradamente del libro y se centrará exclusivamente en los demonios interiores del astronauta, culminando, cómo no, con el protagonista postrándose ante su padre en la casa familiar (no hará falta aclarar que ni el padre ni la casa están presentes en el libro, pero bueno, así era el ruso). Y con mucha agua, por supuesto.  

Y es que Tarkovski desecha toda la parte de ciencia ficción. La minuciosa descripción que hace el novelista de las formas del planeta, de las simetriadas o asimetriadas, las reflexiones sobre el contacto con la vida extraterrestre, las conversaciones científicas con Snaut y Sartorius. Alardeó incluso de ello: “En Solaris, si hay algo que no me interesaba, era la ciencia ficción”. Se preocupa menos del planeta y de su comportamiento que Mourinho del buen fútbol, y se centra en el hombre desorientado, buscando el perdón, la espiritualidad, la calma, el sentido de la existencia.

Para ser justos, el ruso también nos regala una secuencia bellísima que no se encuentra en el libro: la cena de los tripulantes en la biblioteca, en la que desaparece la gravedad y aparece el mejor Tarkovski.

A pesar de todo, sinceramente, me gusta la obra que hizo el ruso. La película, pese a lo que diga su director, es soberbia. Sin embargo, resulta muy lamentable que despreciara el material científico-aventurero de la novela, que complementaría y elevaría sin duda el nivel global. Si el ruso hubiera aparcado un momento su concepción irrenunciable del cine, si hubiera tenido un gesto de humildad y hubiera valorado el potencial artístico del conjunto de la novela, podríamos estar hablando, sin exagerar, de una película excepcional, con mayúsculas, de las mejores de la historia del cine. En fin, una pena.

“Me hubiera gustado ver el planeta”, se lamentaba Lem. A mí también. 


22 jul 2011

Películas que dan miedo de verdad

El cine de terror (y sus numerosos subgéneros, desde el thriller inquietante hasta el gore) se ha convertido en las últimas décadas en uno de los géneros más rentables de la industria cinematográfica. Hay propuestas brillantes, sí, que crean tensión y desasosiego, pero la mayoría se despachan con un par de sustos y tramas de y para adolescentes subnormales.

Escribo esto tras ver una de estas últimas películas. El sopor que me ha generado me ha hecho reflexionar sobre las películas “de miedo” que realmente me han aterrado de verdad, que me han dificultado dormir tras su visionado. Y descubro que son muy pocas y que algunas que me alteraban cuando era niño me resultan ahora insoportables.

Aquí va una lista con algunas películas de terror en las que un servidor ha pasado miedo de verdad viéndolas de adulto. No incluyo thrillers o dramas que pueden angustiar y hacer pasar un mal rato al espectador (algunas de este tipo en las que lo he pasado mal últimamente han sido Shutter Island o La cinta blanca), sino que me ciño exclusivamente al género puro y duro:

La profecía
Un referente en el género “niño poseído” y en todo el cine de terror (junto a The innocents). El chaval, la cuidadora, el perro, los susurros de la banda sonora,… Aterradora.
         
        El resplandor
La imagen del niño con el triciclo a toda velocidad por los interminables pasillos del hotel forma ya parte de los miedos profundos de al menos un par de generaciones.

La semilla del diablo
Polanski filmó una atmósfera y un martirio brutal para una madre en el que nos embarcó a todos. La última parte de la película es de lo más acongojante que uno ha visto.

Paranormal activity
El género "falsa realidad" como fenómeno de masas nació a finales de los noventa con la discretita El proyecto de la bruja de Blair y se encuentra ahora en pleno apogeo con multitud de propuestas taquilleras, como Monstruoso o la española Rec. Paranormal activity sigue al pie de la letra las reglas de este tipo de cine. Es simple y vacía, sí, pero cuando la pareja se acuesta y el reloj de la videocámara comienza a avanzar, uno no sabe dónde meterse.  

The innocents
En España se la bautizó como “Suspense” (a todo esto, cómo se lo debían pasar hace medio siglo los que ponían los títulos que les daba la gana a las películas extranjeras). Auténtica joya del cine de miedo. Niños y fantasma aterradores en un viejo y gélido caserón.

The ring
Me refiero a la original japonesa. Aunque en un segundo visionado, me pareció aburrida y le vi las costuras por todos los lados, nunca olvidaré la primera vez que vi la escena final y la desconfianza con la que miré al televisor durante unos días.

Funny games
Me refiero a la original, aunque me han dicho que el remake es idéntico (a todo esto, ¿ha dado Haneke una explicación convincente de por qué se prestó a volver a rodar la misma película para los norteamericanos?). Bien es cierto que esta obra es más bien un ejercicio de estilo moralizante sobre la violencia y este tipo de "entretenimiento" cinematográfico, con caricaturas en vez de personajes malvados, y con apelaciones a la inteligencia del espectador sobre la catadura de lo que está viendo o disfrutando. Pero, más allá de las lecciones del director austriaco, el mal rato que pasa uno es de órdago.

18 jul 2011

Otra lista de series

Como este blog es muy original, aquí va una lista de las mejores series de televisión que he visto. En mi humilde opinión, claro.

1- The wire
Literatura rusa, disección certera, compleja y total de una ciudad, personajes inolvidables. Lo que quieran. El Baltimore de primeros de siglo forma parte ya de nuestra memoria sentimental. Cinco temporadas perfectas componen esta maravilla de la cadena HBO.

2- El ala oeste de la Casa Blanca
Nadie escribe diálogos entre personas muy inteligentes como Aaron Sorkin. El humor, la mala leche y el inmenso talento derrochado en réplicas vertiginosas desbordan los capítulos de esta extraordinaria serie. Se esperan con ansiedad nuevos proyectos del escritor.

3- Mad men
Elegante y perfecta con sabor al mejor cine clásico. Pero no sólo es eso. Mad men también es una compleja obra sobre las contradicciones, deseos y desesperanzas humanas. Lo mejor de la televisión actual. 

4- Los Soprano
Inolvidable serie sobre la vida familiar y profesional de un mafioso con problemas de estrés. James Gandolfini nunca dejará de ser Tony.

5- Breaking bad
Inteligente y enferma, como su protagonista. Una de las propuestas más complejas, amorales y curiosas de la televisión. A ver cómo la cierran.

6- Lost
No tiene la calidad literaria de las anteriores pero ya es historia de la televisión. Como lo fueron Twin Peaks o Expediente X. Sugerente y profunda a veces. Adictiva siempre.

7- The Pacific
Sorprendentemente, peor considerada que su gemela Band of brothers. En mi opinión, está mucho más conseguida. Perfecto cine bélico con el sello Spielberg. Tiene capítulos inolvidables que perfectamente podría haber firmado Eastwood, como Melbourne. Y una banda sonora eterna. 

8- Twin Peaks
David Lynch dejó su sello con esta propuesta atemporal. La especial y envolvente atmósfera y el extraño y genial sentido del humor disculpan la deriva que tomó la serie en los últimos capítulos.

9- Expediente X
Marcó una época de la televisión que sigue vigente. De hecho, la exitosa e interesante Fringe no deja de ser una revisión de este clásico.

10- Treme
Quizás es un poco osado incluir esta serie después de una sola temporada. Pero es que repite con similar calidad dramática el acercamiento de The Wire a una ciudad y sus habitantes, esta vez a la Nueva Orleans post Katrina. Lo hacen desde la maravillosa música de la ciudad, que marcará toda la serie (en Baltimore utilizaron la droga). Veremos cómo evoluciona.


15 jul 2011

Eterna película sin importancia



Disculpen el facilón y evidente juego de palabras en el título pero lo cierto es que la exitosa Pequeñas mentiras sin importancia (Guillaume Canet) también es facilona, evidente y, por encima de todo, eterna. 

La mayoría de escritores y cineastas no suelen resistir a la tentación de, en algún momento de sus carreras (suele ser al principio), intentar construir un fiel retrato de la crisis de su propia generación cuando la vida ya va en serio. De sus miedos, hipocresías y contradicciones. De su resistencia peterpanesca. En estos casos, el formato de grupo de amigos de la infancia/juventud que se reúnen cuando ya no son los que eran (ni lo que iban a ser) y viven una especie de catarsis personal y colectiva y tal... resulta muy socorrido. 

En este subgénero, recuerdo con muchísimo agrado la excepcional Reencuentro (Lawrence Kasdan) y me pareció en su momento también notable (aunque menos que la anterior) Los amigos de Peter (Kenneth Brannagh), pese a sus exageraciones y su final efectista. En el cine español, muy dado a las reflexiones generacionales presuntamente profundas aunque terriblemente huecas en el fondo, podemos encontrar ejemplos para aburrir. Salvaría quizás las propuestas de Cesc Gay en En la ciudad y, sobre, todo en la olvidada e infravalorada Ficción (soberbio Eduard Fernández en ambas, por cierto).

La película de Canet, que ha arrasado en Francia y también ha cosechado muy buenos resultados de taquilla en España, sigue al pie de la letra las reglas no escritas y los lugares comunes de este tipo de obras. En esta ocasión, un grupo de amigos en torno a los cuarenta afrontan unas vacaciones mientras un miembro de la cuadrilla se debate en un hospital entre la vida y la muerte tras un grave accidente de tráfico. 

Hasta aquí, todo bien. De hecho, el film arranca con mimbres esperanzadores. Los personajes están bien definidos, la historia fluye con cierto pulso y durante la primera hora, mientras vamos descubriendo los roles de cada uno y la película se instala en un tono de comedia agridulce, la obra es bastante efectiva. Además, el magistral trabajo de François Cluzet, que se come a sus compañeros de reparto en cada escena, eleva la altura del conjunto.

Sin embargo, a partir de este momento la película entra en barrena. Se alargan innecesariamente las tramas, surgen otra reiterativas y poco creíbles y el sopor se adueña de la escena. Las historias y sus resoluciones son obscenamente evidentes y se nos ofrecen, entre videoclip y videoclip, tan masticadas que, a su lado, Up sería un referente del cine de arte y ensayo. Además, desaparece el tono relajado que había sostenido a la película y se nos pretende adentrar en un territorio presuntamente intenso y trágico, aunque en el fondo sólo consiga ser aburrido y torpe.

Pero lo peor nos espera en el desenlace. Además de previsible y penoso, lo realmente irritante es su duración. La escena final, forzada y relamida, resulta ante todo eterna. No recuerdo haber mirado tantas veces el reloj en un cine como en este espectáculo burdo que culmina casi tres horas de supuesta terapia generacional. Y todo ello finaliza en un momento final absolutamente ridículo. De vergüenza ajena.

Guillaume Canet ha obtenido un éxito descomunal con esta interminable película. Y me alegro, pero no lo puedo comprender. Supongo que Cesc Gay tampoco. En el mejor de los casos, la obra pide a gritos unas tijeras y toneladas de sutileza. Quizás uno se ha vuelto muy fino. 


P.D. Dicho todo lo anterior, he de confesar aturdido que muchas personas de mi entorno se han emocionado sinceramente con esta película. Ello nos debe llevar a todos a reflexionar seriamente sobre nuestra existencia.

7 jun 2011

Two lovers: Del amor y otras derrotas


James Gray ya había demostrado su enorme talento en reflejar ambientes negros, fríos y desesperanzados en la notable La noche es nuestra. En Two lovers (basada lejanamente en Las noches blancas de Dostoievski), abandona la temática negra gangsteril y nos sumerge en la derrotada existencia de un hombre de treintaytantos, depresivo y con tendencias suicidas, que vive o más bien pasa el tiempo con sus preocupados y protectores padres en una zona residencial de Nueva York, y a quien inesperadamente se le presentan a la vez dos posibilidades de amar: una encantadora y conservadora y otra soñadora y creativa.

Las dos opciones funcionan como metáforas de la encrucijada de caminos vitales que venía rehuyendo el personaje principal. Una se desarrolla en terreno conocido, en la casa familiar que le oprime, en el cuarto que le recuerda sus ilusiones frustradas. La otra la descubrirá por la ventana, fuera, en ese mundo que imagina más allá, cuya emoción y vacío también tocará con los dedos. Una le muestra el camino de una familia, del negocio de sus padres; la otra, la posibilidad de la aventura, de un futuro distinto que ya hace tiempo había olvidado. Dos alternativas, dos mujeres tan derrotadas o más que el. Todos perdidos en un bloque de edificios de Brooklyn.

Quitémonos ya la careta. La película es tan buena, tan buena, que temo no ser justo con ella este comentario si sigo por la senda habitual. Así que no hablaré del clasicismo que impregna todo el metraje, de sus magistrales interpretaciones, de su gran banda sonora, de su incomprensible escasa repercusión. Sólo diré que transmite tanta veracidad, tanta vida (y tanta desesperanza), que uno llega a sentirse incómodo siendo testigo de momentos tan íntimos y tan reales entre los protagonistas, que uno, por aterradora identificación, acaba por desearle de corazón toda la suerte del mundo a estos perdedores.

Los sueños apagados, la inútil toma de decisiones, el dolor de vivir sin ganas, el temible azar, la noche de Nueva York que ya no será nuestra. Acercamiento complejo, oscuro y real al amor, obra con alma imperecedera, Two lovers nos pone ante el incómodo espejo de la amargura, la del protagonista y su decisión, tan azarosa como vivir o morir ahogado.


6 jun 2011

Cohen, el versionado

Leonard Cohen, reciente Premio Príncipe de Asturias de las Letras para lo bueno y para lo malo, es quizás uno de los músicos más versionados de la historia de la música. De hecho, hay quien considera que muchas de las adaptaciones superan a los temas originales del autor de Montreal. Ello se debe a que muchas composiciones de Cohen, sobre todo en su primera etapa, adolecen de cierto descuido musical. Son canciones desnudas, poemas acompañados por una fría guitarra. Es opinable.

Lo que es cierto es que las versiones proliferan por todos los rincones del planeta. Hay quizás un disco/documental de referencia: Leonard Cohen. I´m your man, en el que, junto a una entrevista con el propio Cohen, varios referentes de la música actual cantan los principales himnos del canadiense. También hay un trabajo similar en español, Acordes con Leonard Cohen, de resultado más bien discutible aunque cuente con algunos temas dignos.

Aquí va una humilde y heterodoxa lista de versiones recomendables:

- Tonight will be fine (Teddy Thompson)

Uno de los casos más evidentes de que la versión supera a la original. Teddy Thompson reinterpreta el tema de Cohen y lo convierte en un himno. 




Hallelujah (Jeff Buckley)

Quizás una de las canciones más versionadas de la historia de la música. Aquí hay donde elegir. Desde la correcta versión de Rufus Wainwright hasta la de Enrique Morente y Lagartija Nick pasando por infinidad de músicos de toda condición y de triunfitos. Nos quedaremos con la también muy conocida de Jeff Buckley, por la influencia que tuvo en el mundo indie en los noventa.




- Suzanne (Nick Cave)

Aquí Nick Cave no toca nada. Acompaña en actitud reverencial la inmortal canción. (el vídeo es el que hay)



- The traitor (Martha Wainwright)

Una de las mejores versiones. 



- You know who I am (Santiago Auserón)

No parece nada del otro mundo, pero la chulería (y el inglés) de Santiago Auserón le da cierto encanto.



- The stranger song (Nacho Vegas)

Una de las mejores traducciones de Cohen al español, si obviamos, claro, el debate sobre el significado de "stranger". En todo caso, el término "extranjero" queda bien en la canción.



- Chelsea Hotel (Jabier Muguruza)

Una de las más osadas. El cantautor vasco se atrevió a traducir este himno con resultado desigual. Hay a quien le resulta fuera de lugar e incluso ridículo. A mí me parece bastante entrañable.



- Take this waltz (Enrique Morente)

Y acabamos con un lujo: versión en directo de Take this waltz de Morente. Gracias eternas a quien lo haya colgado en Youtube.

4 jun 2011

La vergüenza: buen cine español


La vergüenza (David Planell) es una de las agradables sorpresas que nos han deparado últimamente algunos jóvenes (y no tan jóvenes) directores españoles y que rompen una lanza a favor del llamado cine español en una época en que denostar el esfuerzo de muchos trabajadores de la industria de este país (y no siempre por motivos puramente artísticos) se ha convertido en poco menos que un deporte nacional. Ahí están otras recientes obras notables, como Tres días con la familia (Mar Coll) o Bon Apetit (David Pinillos).

La película, a través del tema del acogimiento familiar, ofrece un incómodo y complejo acercamiento a la paternidad, el paso de la juventud a la madurez, las relaciones de pareja y las mentiras que hemos construido para salir a flote y evitar encarar los problemas.

Para ello, utiliza la historia de una pareja de treintaytantos que tiene  problemas y dudas sobre el cuidado de un menor peruano acogido. Esta situación hará tambalear sus propias convicciones progresistas y biempensantes y les obligará a enfrentarse consigo mismos.

La película tiene, paradójicamente, un gran problema: su extraordinario primer acto. El guión funciona con una perfección sorprendente durante los primeros cuarenta minutos en los que la historia y los personajes fluyen en estado de gracia, y uno se llega a preguntar si está viendo una versión contemporánea y madrileña de Escenas de un matrimonio o de una película de Mike Leigh (en estas comparaciones quizás exagero un poco) y por qué esta obra no ha tenido un aplauso y una repercusión mayor.

Sin embargo, a partir de ahí, la obra no logra mantener el nivel (no es una crítica, en mi opinión era casi imposible) y se dispersa bastante. Así, se introduce en ese momento una trama nueva que, para mi gusto, resulta innecesaria, y la historia principal comienza a avanzar a trompicones abrazando lugares comunes en las relaciones de pareja.

Por último, la resolución resulta un tanto artificial y se percibe cierto atisbo moralizador. Además, se cierran metáforas forzadas bastante obvias (el agua) y se desperdician otras más naturales (¿por qué al final no hacen el trabajo de clase ni se retoma este asunto?).

Para ser justos, no es que la película desfallezca en la segunda parte. Ni mucho menos. Mantiene el tipo muy dignamente durante todo el metraje. Lo único que sucede es que el portentoso inicio empequeñece el resto del relato y deja una sensación agridulce. Se pasa de un maravilloso y perfecto tren de alta velocidad a un cómodo y digno media distancia y eso condiciona la percepción del viaje.  En todo caso, 40 minutos de talento dramático de ese nivel no se ven todos los días y justifican plenamente un aplauso decidido a la película.

En resumen, recomiendo sin dudarlo La vergüenza. Esperemos que David Planell firme otra película pronto.

Ah, se me olvidaba: monumental trabajo de Alberto San Juan.

2 jun 2011

Innecesario premio al genial Cohen

Soy un admirador de Leonard Cohen desde siempre, incluso cuando en los años noventa la gente te miraba raro al confesarlo. Y no tan lejos. Recuerdo que en 2009, cuando hice un viaje a otro país para ver el concierto de su primera gira en muchos años (en España tenía la exclusiva el FIB, sin comentarios), mis allegados se sorprendían de que me gustara y hasta de que siguiera vivo.

Para mí, es quizás el músico que más me ha llenado y seguramente sea uno de los pocos de mi generación que ha leído Beautiful losers (monumental título, novela más bien discreta), pese a que hasta ayer era realmente difícil encontrarlo en las librerías españolas.

Es por ello que el premio Príncipe de Asturias de las Letras me parece en primer lugar oportunista. Hubiera reconocido el valor del premio hace unos años, cuando el músico canadiense había escrito lo mismo (ha aportado desde entonces un par de canciones nuevas) y no se había puesto de moda entre los "modernos" ni realizaba constantes giras por nuestro país (y que siga de moda y que haga más giras, que no se me malinterprete).

En segundo lugar, lo de las "letras". Esto es discutible. Es cierto que Woody Allen o Bob Dylan recibieron el galardón en la categoría de Artes, pero entiendo que aquí la aclaración entre estas categorías la debe hacer la Fundación. En todo caso, teniendo un premio de artes, no se comprende cómo se ha perdido la oportunidad de concedérselo a Cohen y reservar el específico de letras a un escritor, y evitar así preguntas del tipo ¿merece más el premio de las letras el autor de Famous blue raincoat que Philip Roth o Enrique Vila-Matas (por poner dos ejemplos cualquiera)? Bueno, todo esto es opinable. De hecho, Garci lleva varios años solicitando el Nobel de Literatura para Woody Allen.

Y, por último, parece que se va consolidando la idea de que el requisito fundamental para conceder un premio Príncipe de Asturias es que el galardonado acceda a acudir a Oviedo a recogerlo. Bueno, pues que lo digan claro y así evitamos debates estériles. De hecho, lo más positivo de todo esto es que parece que Leonard Cohen volverá a España este año.

En definitiva, me alegro de cualquier reconocimiento que se haga a este culpable sin atenuantes de mi educación sentimental, pero creo sinceramente que este tipo de premios son a estas alturas innecesarios. La única noticia que espero de verdad con ansia de él es la confirmación de que definitivamente va a publicar nuevas canciones.