24 abr 2012

Boss: las cloacas de la política


No sé si incluiría a Boss en la lista de series de televisión sobre política que más me han gustado y que reflejé aquí, pero lo cierto es que el proyecto impulsado por Farhad Safinia, Gus Van Sant y Kelsey Grammer tiene su interés.

Cuenta la historia de un alcalde de Chicago, interpretado por el propio Grammer, que debe afrontar una grave enfermedad en medio de un par de escándalos y de unas primarias a gobernador del Estado.

La serie olvida todo idealismo sobre la política y se centra, quizás con excesiva gravedad, en la lucha encarnizada por el poder, los engaños, las corruptelas y las malas prácticas que también implica este arte. En este sentido, la trama se me antoja un tanto forzada y en algún detalle hasta ridícula, y supone todo un manual exagerado de los peores vicios de los peores políticos.

A ello se une otro de los principales defectos de la serie: su terrible afectación y barroquismo (que alcanza incluso a sus extrañas y constantes escenas sexuales), que destierra cualquier posibilidad de ironía y sutileza.  

En todo caso, Boss se deja ver y ha tenido una aceptable acogida (está prevista una segunda temporada) y puede resultar muy atractiva para los amantes de la política y, sobre todo, de sus cloacas. 


23 abr 2012

Sobre Black mirror


Black mirror es la serie de televisión más sorprendente de los últimos meses si aceptáramos, claro, a Black mirror como serie de televisión. Más allá de su esencia y su denominación correcta, lo cierto es que la producción del Channel 4 británico explora y alerta con libertad absoluta sobre algunos de los peligros que pueden esconder la era de la comunicación y los excesos o mal uso de las nuevas tecnologías. Impulsada por Charlie Brooker (creador también de Dead set), la obra se divide en tres magníficos capítulos independientes que abordan diferentes temáticas. 

El primero es un thriller político algo burdo en el que el primer ministro británico y su equipo tienen que lidiar por primera vez con una gran crisis ante el poder de las redes sociales que, en la obra, se imponen a a los medios tradicionales. Quizás esta parte, que resulta muy entretenida e inaugura el género de la comunicación política hardcore, sea la menos lograda de las tres, aunque el crítico de El País Jordi Costa ha apuntado que contiene el mejor silencio de la historia de la ficción televisiva (yo no soy quién para decir si se trata del mejor, pero sí doy fe de que es un momento brutal).

El segundo capítulo, Fifteen million merits, me parece una maravilla. Cuenta una historia de amor triste y bella (o sea, una verdadera historia de amor) en un mundo alternativo de inspiración orwelliana donde los seres humanos han quedado prácticamente reducidos a su avatar, disfrutan únicamente de aplicaciones audiovisuales y su máxima aspiración se refiere a participar en el programa Tienes talento. No quiero desvelar nada, pero cada rincón del episodio esconde más metáforas dolorosas sobre nuestra precaria existencia que una reunión de antiguos alumnos de Jesuitas.

La última parte del proyecto aplica a las relaciones sentimentales el devastador efecto de llevar hasta las máximas consecuencias el uso de las nuevas tecnologías, y convierte la terrible práctica de espiar el móvil de la pareja en un entrañable e inofensivo juego de niños.

Habría que apuntar que los episodios de Black mirror tampoco descubren nada nuevo, ni en la forma ni en el contenido. Ya hay multitud de obras sobre los riesgos de la sobreabundancia de información, del abuso de las nuevas tecnologías y sobre la deshumanización que éstas conllevan; además, las historias que nos presenta Channel 4, pese a ser de una calidad muy notable, no inventan en ningún caso la televisión. Ello nos llevaría también a preguntarnos por qué, por ejemplo, no se le ha ocurrido todavía una idea similar a alguna televisión española, aunque esto sólo nos conduciría a la melancolía. 

En todo caso, Black mirror, con sus virtudes y defectos, se presenta como una obra libre y necesaria. Como una extraña y demoledora advertencia sobre el precio de olvidar el factor humano. Como un mapa aterrador que muestra dónde nos dirigimos mientras Tienes talento es líder de audiencia.


(La chica canta bien)


20 abr 2012

La tumba de la cobra


Cuentan que a Ricardo Ricco le apodaron La Cobra sus compañeros de juveniles por sus reiterados y amenazantes movimientos de cabeza para escrutar los rostros de cada uno de sus rivales antes de lanzar su ataque mortífero. Claro que en aquellos tiempos el escalador italiano era la mayor promesa del ciclismo mundial y hoy ocupa una esquina en las secciones de sucesos, lo que nos lleva una vez más a la desoladora reflexión sabatiana sobre los héroes y las tumbas.

El escalador italiano irrumpió en nuestras vidas en el año 2008, más o menos cuando vivíamos por encima de nuestras posibilidades, poniendo contra las cuerdas a Alberto Contador en el Giro y emulando a Marco Pantani en el Tour de Francia con aquel ataque brutal, escalofriante, agarrado en la parte baja del manillar, en las rampas del Aspin. La Cobra asestó un veneno mortal a sus rivales mientras despertaba la admiración del mundo, ansioso por buscar un sucesor del elefantino de Cesenatico. Éste lo era, pero en guapo y rebelde, lo cual le convertía en el candidato ideal para obtener el pasaporte a la leyenda.


No sería a los anales de la historia donde ingresara Ricco sino a las dependencias de una comisaría francesa cuando, unos días después, pasó a engrosar la lista de afectados por el hipócrita sistema antidopaje al dar positivo por CERA, la EPO de tercera generación, sustancias éstas que no requieren mayor explicación porque el ciclismo y los medios de comunicación nos han impartido en la última década un master no solicitado en drogas, creación de glóbulos rojos y oxigenación de la sangre. Desde entonces, decidimos perderle la pista y tampoco prestamos atención tiempo después cuando la irónica casualidad quiso que su novia, también ciclista, fuera suspendida por EPO.

El gran rival de Alberto Contador, el heredero de Marco Pantani, nos recordó ayer por sorpresa su existencia al ser condenado a 12 años de inhabilitación por el Tribunal Antidopaje italiano. No seré yo quien juzgue al ya ex ciclista, pero que se presentara en un hospital en estado crítico confesando que se acababa de hacer una autotransfusión de sangre, además de dar lugar a chistes fáciles con la palabra veneno, resulta por lo menos embarazoso.

Hoy leemos la esquela deportiva de aquel muchacho que nos sobresaltó algunas tardes de aquel tiempo en que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. De aquella cobra que ya no puede morder desde la esquina de una página de periódico.

19 abr 2012

La amargura y Daniel Johnston


Cantarle durante toda tu vida a una muchacha que te sonrió una vez en la adolescencia pudiera parecerle romántico a alguna, siempre que no le toque a ella, claro. Pero si además idolatra al fantasma Casper, lucha contra el diablo y provocó un accidente de avioneta junto a su pobre padre, la cosa deja de tener gracia alguna. Hablo, por supuesto, de Daniel Johnston, quien padece desde joven trastorno mental y al que se le da bien cantar y dibujar.

Hasta aquí la cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque, desde que empezara su carrera, un grupo de amigos, productores, músicos y hasta estrellas mundiales, como Kurt Cobain, vieron en este chico con graves problemas a un genio del renacimiento. Así, Daniel Johnston reinventaba la música  a primeros de los 90 y su locura no sólo hacía gracia, sino que formaba parte y elevaba el encanto. Hasta que sucedió el trágico episodio de la avioneta, claro, y dejamos de saber tanto de él. Pero en 2005 el estreno del documental The devil and Daniel Johnston, hizo renacer su leyenda. En la película, gracias a la costumbre del protagonista del grabarlo todo desde la infancia, asistimos a un completo recorrido por su vida. No valoraré aquí esta obra ni sus objetivos pero sí diré que tiene una virtud innegable: no esconde nada.

La mitificación de los artistas con tragedia a cuestas es un clásico de la juventud, de los desorientados y de cierto periodismo cultural. Abuso de drogas, excentricidades y comportamientos inaceptables son comprendidos y hasta aplaudidos. Incluso se percibe cierto heroísmo en la muerte a los 27 años hasta que lo comprendes todo cuando tú tienes 27 años y muere a esa edad Amy Winehouse. En el caso de Daniel Johnston, la tragedia es su enfermedad mental y los que han conocido casos cercanos similares saben perfectamente que no hay lugar para mitos, sino sólo para amargura.

Escribo esto porque Daniel Johnston anda por España, con sus dibujos y su guitarra, lo cual me parece genial aunque no le aprecie cualidades artísticas fuera de serie en ninguna de las dos facetas. Pero bueno, gracias al cielo no soy un experto en música. Lo cierto es que estas actividades son el centro de su vida y le hacen bien y parece que está algo mejor. Me alegro muchísimo. Sin embargo, lo que me resulta insoportable y vomitivo es el recital de lugares comunes que están ofreciendo estos días ciertos gurús del periodismo y la música de este país, vendiéndonos de nuevo a este autor como si fuera por lo menos Bob Dylan o Leonard Cohen y regodeándose en su triste vida. Cuatro listos con sorprendente influencia que confunden excentricidad con una enfermedad desoladora y amarga. Podrían preguntarle a la muchacha.  


(Dejo la canción de Casper, que es de las pocas que me gustan)


16 abr 2012

Freire y el heroísmo


Si Óscar Freire hubiera nacido en Las Ardenas compartiría alguna plaza con algún héroe de la segunda guerra mundial, pero como nació en Torrelavega, se tiene que conformar con ser hijo predilecto de Cantabria y alcalde honorario de su ciudad, cargos que sirven para que el político de turno llene su agenda el día de la entrega y poco más. A Freire, triple campeón del mundo y con parcela propia en la historia del ciclismo, no se le reconoce como debería en su propio país, algo que comparte involuntariamente con Pedro Almodóvar, porque aquí siempre hemos preferido los héroes de las siestas de tres semanas y las altas cumbres. Quizás por eso o por alguna otra razón que él sabrá vive en Suiza y se atreve a decir esto del asunto "Contador".

El caso es que el corredor cántabro, a sus 36 años y ya de vuelta de todo, dio ayer una lección de las que se recuerdan en la Amstel Gold Race, primera clásica del tríptico de Las Ardenas, clásica que no se corre propiamente en Las Ardenas y que está patrocinada por una cerveza. Pero que es muy importante, vamos. A unos diez kilómetros de meta, cuando nadie lo esperaba, mientras el grupo de favoritos se dedicaba a la clásica guerra de nervios, Freire, el sprinter solitario, la leyenda sin heroísmo, arrancó solo en busca del muro del Cauberg, donde finaliza la carrera. Por detrás, tras un pequeño desconcierto inicial, Gilbert, ganador en los dos últimos años, se erigía en capo de la carrera poniendo a tirar a su equipo contra el cántabro.

El ciclista español de Katusha lo tenía difícil pero BMC no lograba recortar la diferencia, que nunca fue significativa. El cántabro mantenía 10 o 12 segundos de ventaja sobre el pelotón al inicio del kilómetro de ascensión al Cauberg. Había esperanza. Por detrás, a un suspiro, afilaban sus cuchillos los galgos: Valverde, Purito, Sagan, Gilbert, Boasson-Hagen. Y se encendieron los petardos.

Freire asciende el muro de Cauberg con una pequeña diferencia sobre Gilbert y el resto de favoritos









Como perro viejo que es, supongo que a trescientos metros el cántabro ya sabía que no lo iba a conseguir. Que su intento se iba a quedar en una penúltima gesta para el recuerdo. Que iba a ser sobrepasado en la línea de meta por un campeón de prestigio como Gilbert, por un superdotado para estas llegadas como Purito, por un Valverde buscando la redención o, aún mejor, por el mejor corredor de los próximos años, una auténtica bestia, el eslovaco Peter Sagan. Qué Amstel para el recuerdo en la que el joven ciclista del Liquigas pasaría una página de historia del ciclismo jubilando a Freire en la línea de meta de su última Amstel.

Pero no era día para ser sublimes. Hubo que apañar una nota a pie de página y cerrar apresuradamente el libro de historia porque a Sagan le sobró un alarde que había hecho kilómetros atrás y se vio sobrepasado en los últimos metros por el secundario que nadie se esperaba: Enrico Gasparotto. Sí, Enrico Gasparotto. A sus 30 años, el corredor italiano sorprendía a todo el mundo y se sorprendía sobre todo a sí mismo llevándose una de las clásicas más importantes del año. El bravo pero muy secundario ciclista del Astana cumplía el sueño de una vida y les arrebataba una de las grandes al pasado y al futuro del ciclismo.

Que te gane Gasparotto tras una exhibición para el recuerdo debe parecerse a trabajar en un call center después de haber estudiado una ingeniería superior, cosa que igualmente no pasaría si hubiésemos nacido en Las Ardenas. Pero quizás a estas alturas Freire ya sólo se conformaba con un poco de heroísmo.

13 abr 2012

Las dos Españas


Ha debido de ocurrir algo verdaderamente extraño en este país en los últimos años cuando El hombre tranquilo ha pasado de emitirse los sábados de madrugada a los jueves en el prime time de La 1. Se podría pensar que hemos retrocedido treinta años en estupidez televisiva, que Garci se ha convertido en director en la sombra de Televisión Española, que se quiere agradar al fiscal general del Estado o que todo se debe a la crisis económica y a la herencia recibida, que es la explicación que uno da sobre cualquier tema en estos tiempos cuando no sabe muy bien qué decir.

Sea como fuere, lo cierto es que la casualidad quiso que ayer la película de John Ford compitiera en horario de máxima audiencia con El árbol de la vida, que emitía a la misma hora Canal +, con lo que el cinéfilo patrio de mediana edad se vio envuelto en un dilema de incómodas implicaciones morales. Porque son dos obras majestuosas pero que a la vez no pueden ser más diferentes y emocionar a todos por igual.

Y es que El hombre tranquilo, con su belleza y tranquilidad rancia, es más de espíritu mesetario, conservador y recio, mientras que la película de Malick, con su grandilocuencia y su filosofía de andar por casa, aspira a una supuesta sensibilidad elevada pero con aroma a garrafón, muy de España plural. Por entendernos, Mourinho se encontraría muy a gusto en las praderas de Innisfree y a Guardiola le encantaría ser el protagonista atormentado del poema visual de Malick. Así que el mando a distancia era anoche la única barrera entre lo que Dios manda y la recargada gravedad de reflexionar sobre la existencia. Batalla a muerte en prime time por los valores de las dos Españas.

Es una pena que El árbol de la vida se haya emitido en una televisión de pago, por lo que no podemos comparar las audiencias. Lo cierto es que Ford marcó un share aceptable (11,9%). Sin embargo, quien triunfó una vez más fue Gran hermano (20,3%) como dolorosa metáfora del voto oculto y del centro político.

12 abr 2012

Apocalipsis, estrategias de comunicación y gente que va a Londres y ve películas en un ordenador


Que el apocalipsis estaba cerca, eso ya nos lo venía advirtiendo constantemente el actual gobierno cuando ni siquiera era gobierno y encontró en la crisis económica una excusa para olvidar la exagerada y lamentable (y también efectiva) oposición de la primera legislatura de Zapatero y hacerse así con el poder. Pensándolo bien, tampoco era estrictamente necesario ponerse así, ya que la trituradora de picar gobiernos que es la crisis iba a hacer caer al gabinete socialista sin que importaran demasiado las alharacas de la oposición. Sin embargo, como aquí de lo que se trata es de machacar al adversario, la derecha española decidió ir a por todas, anunciar el apocalipsis y presentarse como la única salvación real de la economía española.  

A nosotros todo esto nos pilló en Londres, donde mi generación podría obtener un escaño en el ayuntamiento si alguna vez nos diera por empadronarnos y votar. Teníamos un currillo más o menos basura y aprendíamos más o menos inglés, lo cual podíamos haberlo hecho perfectamente en Madrid, pero eso sería más barato y conocido, como mi vecina del sexto, y pasábamos bastante.

Unos volvieron de Londres y otros no y, ante la situación que nos rodeaba, decidimos encerrarnos en casa con el ordenador a ver películas, que es lo que hacían nuestros abuelos cuando éramos pequeños. Ellos no tenían ordenador pero acabaron siendo unos expertos del western; nosotros tenemos todo tipo de artilugios pero andamos bastante desorientados entre el mumblecore y Basilio Martín Patino, con lo cual no hemos avanzado demasiado salvo por el hecho de poder ir a Londres en dos horas.

A lo que iba. Que el apocalipsis está aquí, eso ya lo sabemos o por lo menos lo oímos constantemente del gobierno, ahora sí gobierno, único héroe que nos salvará de una situación que han creado los socialistas, nuestros mayores enemigos, que no sólo han hundido a España, sino que hicieron caer también a Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y Lehman Brothers, por lo que son extremadamente poderosos y uno se pregunta por qué no pasan de una vez de nuestro país y toman ya el poder del conjunto planeta.

Esta estrategia de comunicación, tan burda como eficaz, campa por el momento a sus anchas y se cuela incluso detrás de las persianas donde una generación que viajó a Londres ve series de televisión en el ordenador. La lucha implacable contra la herencia recibida tendrá carta blanca durante toda la legislatura y, a poco que la situación mejore (que mal se tiene que dar para que en cuatro años no haya por lo menos un respiro), la derecha dispondrá de un relato coherente para garantizarse el poder quizá durante décadas. Con el mensaje “Los socialistas nos arruinan y nosotros lo arreglamos”, lo tendrán todo hecho.

Es una estrategia del todo o nada donde uno podría echar de menos cierta prudencia y humildad, tan característica por cierto de la derecha española, pero viendo la seguridad de la portavoz del gobierno proclamando que las políticas de austeridad y la reforma laboral son de lo mejor que nos ha pasado en nuestra vida, parece que lo tienen todo controlado.

Esperemos por el bien de todos que tengan razón, pero nunca podemos descartar del todo que el Gobierno, pese a sus esfuerzos y sabiduría infinita, podría, ay, no tener éxito. En este caso, estaríamos ante lo que en comunicación se llama efecto “pasarse de listo”, más dañino que el “somos la hostia y los otros unos inútiles perversos que nos arruinan y está demostrado”. Porque la sensación que han generado se podría volver en su contra con una virulencia asombrosa. Si éstos, que eran tan inteligentes y que iban a enderezar las cosas, nos siguen hundiendo, la reacción de los ciudadanos puede ser terrible. Que una cosa es apretarse el cinturón y otra que les obliguen a ahorcarse con él. Y que advertir sobre la cercanía del apocalipsis no es lo mismo que disfrutarlo en primera persona sin poder hacer nada por evitarlo.

Confiemos en que no tengamos que bailar al son de estas entrañables moralejas y que el gobierno modere su infantil y brutal estrategia de comunicación, porque las experiencias infantiles y brutales, como el divorcio de los padres, permanecen siempre en el armario de las frustraciones y son muy peligrosas. Y puede que ahora una generación se entretenga viendo películas en la pantalla de un portátil y yendo y viniendo de Londres y pasando de política, pero quizás a la siguiente le dé por soluciones más, cómo decirlo, intensas. Y eso no lo querría nadie, salvo quizás mi vecina del sexto que anhela desde hace tiempo un cambio radical en su vida.

3 abr 2012

Lynch y el desasosiego onírico


No tiene que venir un clérigo fundamentalista a ver con nosotros el videoclip de David Lynch y advertirnos sobre la decadencia de Occidente, como escribe Antonio Fraguas en El País, sino que muchos "indies" que no son clérigos pero a saber si son fundamentalistas han llegado ya a la misma trascendente conclusión. No sé, lo de la decadencia de Occidente se empieza a parecer peligrosamente a la crisis de valores del Madrid, que de tanto denunciarla y jalearla puede acabar regodeándose en triunfos inapelables.

Que Lynch se haya metido en la música no debiera sorprendernos tanto como que lo haga Leonor Watling, con quien por cierto comparte una irrefrenable tendencia a la intensidad. Aunque en un caso es una intensidad supuestamente oscura y perturbadora, de suburbio del Los Ángeles post novela negra, y en el otro una intensidad encantadora y condescendiente, hundida en el fango de lo políticamente correcto, muy de vermú del barrio de La Latina.

Pero bueno, vayamos a la cuestión. Ya que el vídeo (de la canción prefiero no hablar) es un absoluto despropósito, inferior en mi opinión a otros complejos acercamientos a la cuestión que he podido ver esta semana (como éste del blog La Scene), se requiere cierto contorsionismo intelectual. Antes de definirlo como botellón y desfase de extrarradio postmoderno con pretensiones, siempre nos podemos agarrar al “desasosiego onírico”, comodín que le sirve al director para salir indemne de cualquier ocurrencia y a sus seguidores para justificar los patinazos. A mí esto del  desasosiego onírico me suena más a la inquietud preadolescente de mearse en la cama (nadie ha llevado mejor a la pantalla esta, sí, terrible realidad que la serie Shin Chan), pero se ve que hay un universo de pesadillas con mujeres desnudas, jugadores de fútbol americano y macarras que se me escapa. La gente se agarra al “desasosiego onírico” como el Gobierno a la “herencia recibida”. De  momento, sigue colando.

Es más, da la impresión de que Lynch se ha embarcado en un tour de force infernal con sus fans con el objetivo de conocer sus límites desconocidos. Hemos llegado a un punto en el que Mullholland Drive se considera ya una película de estructura simplona (a fin de cuentas, es absolutamente lineal) y Terciopelo Azul o Carretera perdida como ensayos convencionales sobre la condición humana o de comunes patologías. La verdad está hoy en Inland Empire y no en la prosaica cosechadora de Richard Farnsworth. Y sigue colando.

Desconozco si Lynch va a volver a dirigir una película o si se va a centrar en  tomar cafés sin parar, abrir baretos en Paris y a dirigir cortos con conejos y vídeos musicales que no tengan sentido alguno pero que produzcan desasosiego onírico y reflejen la decadencia de Occidente.  Sorprendentemente, parece evidente que la segunda alternativa resulta más divertida para todos, así que a disfrutar. También podemos bajar el volumen y disfrutar de la última obra del director con la música de Leonor Watling, lo cual es una experiencia verdaderamente brutal y contracorriente.