Que el apocalipsis estaba cerca,
eso ya nos lo venía advirtiendo constantemente el actual gobierno cuando ni
siquiera era gobierno y encontró en la crisis económica una excusa para olvidar
la exagerada y lamentable (y también efectiva) oposición de la primera legislatura
de Zapatero y hacerse así con el poder. Pensándolo bien, tampoco era
estrictamente necesario ponerse así, ya que la trituradora de picar gobiernos
que es la crisis iba a hacer caer al gabinete socialista sin que importaran demasiado
las alharacas de la oposición. Sin embargo, como aquí de lo que se trata es de
machacar al adversario, la derecha española decidió ir a por todas, anunciar el
apocalipsis y presentarse como la única salvación real de la economía española.
A nosotros todo esto nos pilló en
Londres, donde mi generación podría obtener un escaño en el ayuntamiento si
alguna vez nos diera por empadronarnos y votar. Teníamos un currillo más o
menos basura y aprendíamos más o menos inglés, lo cual podíamos haberlo hecho
perfectamente en Madrid, pero eso sería más barato y conocido, como mi vecina
del sexto, y pasábamos bastante.
Unos volvieron de Londres y otros no y, ante la situación que
nos rodeaba, decidimos encerrarnos en casa con el ordenador a ver películas,
que es lo que hacían nuestros abuelos cuando éramos pequeños. Ellos no tenían
ordenador pero acabaron siendo unos expertos del western; nosotros tenemos todo tipo de artilugios pero andamos
bastante desorientados entre el mumblecore
y Basilio Martín Patino, con lo cual no hemos avanzado demasiado salvo por el
hecho de poder ir a Londres en dos horas.
A lo que iba. Que el apocalipsis está aquí, eso ya lo
sabemos o por lo menos lo oímos constantemente del gobierno, ahora sí gobierno,
único héroe que nos salvará de una situación que han creado los socialistas, nuestros
mayores enemigos, que no sólo han hundido a España, sino que hicieron caer también
a Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y Lehman Brothers, por lo que son extremadamente
poderosos y uno se pregunta por qué no pasan de una vez de nuestro país y toman ya el
poder del conjunto planeta.
Esta estrategia de comunicación, tan burda como eficaz,
campa por el momento a sus anchas y se cuela incluso detrás de las persianas
donde una generación que viajó a Londres ve series de televisión en el
ordenador. La lucha implacable contra la herencia recibida tendrá carta blanca
durante toda la legislatura y, a poco que la situación mejore (que mal se tiene
que dar para que en cuatro años no haya por lo menos un respiro), la
derecha dispondrá de un relato coherente para garantizarse el poder quizá
durante décadas. Con el mensaje “Los socialistas nos arruinan y nosotros lo
arreglamos”, lo tendrán todo hecho.
Es una estrategia del todo o nada donde uno podría echar de
menos cierta prudencia y humildad, tan característica por cierto de la derecha
española, pero viendo la seguridad de la portavoz del gobierno proclamando que
las políticas de austeridad y la reforma laboral son de lo mejor que nos ha
pasado en nuestra vida, parece que lo tienen todo controlado.
Esperemos por el bien de todos que tengan razón, pero nunca
podemos descartar del todo que el Gobierno, pese a sus esfuerzos y sabiduría
infinita, podría, ay, no tener éxito. En este caso, estaríamos ante lo que en
comunicación se llama efecto “pasarse de listo”, más dañino que el “somos la
hostia y los otros unos inútiles perversos que nos arruinan y está demostrado”.
Porque la sensación que han generado se podría volver en su contra con una
virulencia asombrosa. Si éstos, que eran tan inteligentes y que iban a
enderezar las cosas, nos siguen hundiendo, la reacción de los ciudadanos puede
ser terrible. Que una cosa es apretarse el cinturón y otra que les obliguen a ahorcarse
con él. Y que advertir sobre la cercanía del apocalipsis no es lo mismo que
disfrutarlo en primera persona sin poder hacer nada por evitarlo.
Confiemos en que no
tengamos que bailar al son de estas entrañables moralejas y que el gobierno
modere su infantil y brutal estrategia de comunicación, porque las experiencias
infantiles y brutales, como el divorcio de los padres, permanecen siempre en el
armario de las frustraciones y son muy peligrosas. Y puede que ahora una
generación se entretenga viendo películas en la pantalla de un portátil y yendo
y viniendo de Londres y pasando de política, pero quizás a la siguiente le dé
por soluciones más, cómo decirlo, intensas. Y eso no lo querría nadie, salvo
quizás mi vecina del sexto que anhela desde hace tiempo un cambio radical en su vida.