20 abr 2012

La tumba de la cobra


Cuentan que a Ricardo Ricco le apodaron La Cobra sus compañeros de juveniles por sus reiterados y amenazantes movimientos de cabeza para escrutar los rostros de cada uno de sus rivales antes de lanzar su ataque mortífero. Claro que en aquellos tiempos el escalador italiano era la mayor promesa del ciclismo mundial y hoy ocupa una esquina en las secciones de sucesos, lo que nos lleva una vez más a la desoladora reflexión sabatiana sobre los héroes y las tumbas.

El escalador italiano irrumpió en nuestras vidas en el año 2008, más o menos cuando vivíamos por encima de nuestras posibilidades, poniendo contra las cuerdas a Alberto Contador en el Giro y emulando a Marco Pantani en el Tour de Francia con aquel ataque brutal, escalofriante, agarrado en la parte baja del manillar, en las rampas del Aspin. La Cobra asestó un veneno mortal a sus rivales mientras despertaba la admiración del mundo, ansioso por buscar un sucesor del elefantino de Cesenatico. Éste lo era, pero en guapo y rebelde, lo cual le convertía en el candidato ideal para obtener el pasaporte a la leyenda.


No sería a los anales de la historia donde ingresara Ricco sino a las dependencias de una comisaría francesa cuando, unos días después, pasó a engrosar la lista de afectados por el hipócrita sistema antidopaje al dar positivo por CERA, la EPO de tercera generación, sustancias éstas que no requieren mayor explicación porque el ciclismo y los medios de comunicación nos han impartido en la última década un master no solicitado en drogas, creación de glóbulos rojos y oxigenación de la sangre. Desde entonces, decidimos perderle la pista y tampoco prestamos atención tiempo después cuando la irónica casualidad quiso que su novia, también ciclista, fuera suspendida por EPO.

El gran rival de Alberto Contador, el heredero de Marco Pantani, nos recordó ayer por sorpresa su existencia al ser condenado a 12 años de inhabilitación por el Tribunal Antidopaje italiano. No seré yo quien juzgue al ya ex ciclista, pero que se presentara en un hospital en estado crítico confesando que se acababa de hacer una autotransfusión de sangre, además de dar lugar a chistes fáciles con la palabra veneno, resulta por lo menos embarazoso.

Hoy leemos la esquela deportiva de aquel muchacho que nos sobresaltó algunas tardes de aquel tiempo en que vivíamos por encima de nuestras posibilidades. De aquella cobra que ya no puede morder desde la esquina de una página de periódico.

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