Cantarle durante toda tu vida a una
muchacha que te sonrió una vez en la adolescencia pudiera parecerle romántico a
alguna, siempre que no le toque a ella, claro. Pero si además idolatra al
fantasma Casper, lucha contra el diablo y provocó un accidente de avioneta
junto a su pobre padre, la cosa deja de tener gracia alguna. Hablo, por
supuesto, de Daniel Johnston, quien padece desde joven trastorno mental y al
que se le da bien cantar y dibujar.
Hasta aquí la cosa no tendría
mayor importancia si no fuera porque, desde que empezara su carrera, un grupo de
amigos, productores, músicos y hasta estrellas mundiales, como Kurt Cobain,
vieron en este chico con graves problemas a un genio del renacimiento. Así, Daniel
Johnston reinventaba la música a primeros
de los 90 y su locura no sólo hacía gracia, sino que formaba parte y elevaba el
encanto. Hasta que sucedió el trágico episodio de la avioneta, claro, y dejamos
de saber tanto de él. Pero en 2005 el estreno del documental The devil
and Daniel Johnston, hizo renacer su leyenda. En la
película, gracias a la costumbre del
protagonista del grabarlo todo desde la infancia, asistimos a un completo recorrido
por su vida. No valoraré aquí esta obra ni sus objetivos pero sí diré que tiene
una virtud innegable: no esconde nada.
La mitificación de los artistas
con tragedia a cuestas es un clásico de la juventud, de los desorientados y de cierto periodismo cultural. Abuso de drogas,
excentricidades y comportamientos inaceptables son comprendidos y hasta aplaudidos. Incluso se percibe cierto heroísmo en la muerte a los 27 años hasta que
lo comprendes todo cuando tú tienes 27 años y muere a esa edad Amy Winehouse. En
el caso de Daniel Johnston, la tragedia es su enfermedad mental y los que han conocido
casos cercanos similares saben perfectamente que no hay lugar para mitos, sino sólo
para amargura.
Escribo esto porque Daniel
Johnston anda por España, con sus dibujos y su guitarra, lo cual me
parece genial aunque no le aprecie cualidades artísticas fuera de serie en ninguna
de las dos facetas. Pero bueno, gracias al cielo no soy un experto en música.
Lo cierto es que estas actividades son el centro de su vida y le hacen bien y
parece que está algo mejor. Me alegro muchísimo. Sin embargo, lo que me resulta
insoportable y vomitivo es el recital de lugares comunes que están ofreciendo estos
días ciertos gurús del periodismo y la música de este país, vendiéndonos de nuevo a este
autor como si fuera por lo menos Bob Dylan o Leonard Cohen y regodeándose en su triste vida. Cuatro
listos con sorprendente influencia que confunden excentricidad con una
enfermedad desoladora y amarga. Podrían preguntarle a la muchacha.
(Dejo la canción de Casper, que es de las pocas que me gustan)
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