12 abr 2012

Apocalipsis, estrategias de comunicación y gente que va a Londres y ve películas en un ordenador


Que el apocalipsis estaba cerca, eso ya nos lo venía advirtiendo constantemente el actual gobierno cuando ni siquiera era gobierno y encontró en la crisis económica una excusa para olvidar la exagerada y lamentable (y también efectiva) oposición de la primera legislatura de Zapatero y hacerse así con el poder. Pensándolo bien, tampoco era estrictamente necesario ponerse así, ya que la trituradora de picar gobiernos que es la crisis iba a hacer caer al gabinete socialista sin que importaran demasiado las alharacas de la oposición. Sin embargo, como aquí de lo que se trata es de machacar al adversario, la derecha española decidió ir a por todas, anunciar el apocalipsis y presentarse como la única salvación real de la economía española.  

A nosotros todo esto nos pilló en Londres, donde mi generación podría obtener un escaño en el ayuntamiento si alguna vez nos diera por empadronarnos y votar. Teníamos un currillo más o menos basura y aprendíamos más o menos inglés, lo cual podíamos haberlo hecho perfectamente en Madrid, pero eso sería más barato y conocido, como mi vecina del sexto, y pasábamos bastante.

Unos volvieron de Londres y otros no y, ante la situación que nos rodeaba, decidimos encerrarnos en casa con el ordenador a ver películas, que es lo que hacían nuestros abuelos cuando éramos pequeños. Ellos no tenían ordenador pero acabaron siendo unos expertos del western; nosotros tenemos todo tipo de artilugios pero andamos bastante desorientados entre el mumblecore y Basilio Martín Patino, con lo cual no hemos avanzado demasiado salvo por el hecho de poder ir a Londres en dos horas.

A lo que iba. Que el apocalipsis está aquí, eso ya lo sabemos o por lo menos lo oímos constantemente del gobierno, ahora sí gobierno, único héroe que nos salvará de una situación que han creado los socialistas, nuestros mayores enemigos, que no sólo han hundido a España, sino que hicieron caer también a Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y Lehman Brothers, por lo que son extremadamente poderosos y uno se pregunta por qué no pasan de una vez de nuestro país y toman ya el poder del conjunto planeta.

Esta estrategia de comunicación, tan burda como eficaz, campa por el momento a sus anchas y se cuela incluso detrás de las persianas donde una generación que viajó a Londres ve series de televisión en el ordenador. La lucha implacable contra la herencia recibida tendrá carta blanca durante toda la legislatura y, a poco que la situación mejore (que mal se tiene que dar para que en cuatro años no haya por lo menos un respiro), la derecha dispondrá de un relato coherente para garantizarse el poder quizá durante décadas. Con el mensaje “Los socialistas nos arruinan y nosotros lo arreglamos”, lo tendrán todo hecho.

Es una estrategia del todo o nada donde uno podría echar de menos cierta prudencia y humildad, tan característica por cierto de la derecha española, pero viendo la seguridad de la portavoz del gobierno proclamando que las políticas de austeridad y la reforma laboral son de lo mejor que nos ha pasado en nuestra vida, parece que lo tienen todo controlado.

Esperemos por el bien de todos que tengan razón, pero nunca podemos descartar del todo que el Gobierno, pese a sus esfuerzos y sabiduría infinita, podría, ay, no tener éxito. En este caso, estaríamos ante lo que en comunicación se llama efecto “pasarse de listo”, más dañino que el “somos la hostia y los otros unos inútiles perversos que nos arruinan y está demostrado”. Porque la sensación que han generado se podría volver en su contra con una virulencia asombrosa. Si éstos, que eran tan inteligentes y que iban a enderezar las cosas, nos siguen hundiendo, la reacción de los ciudadanos puede ser terrible. Que una cosa es apretarse el cinturón y otra que les obliguen a ahorcarse con él. Y que advertir sobre la cercanía del apocalipsis no es lo mismo que disfrutarlo en primera persona sin poder hacer nada por evitarlo.

Confiemos en que no tengamos que bailar al son de estas entrañables moralejas y que el gobierno modere su infantil y brutal estrategia de comunicación, porque las experiencias infantiles y brutales, como el divorcio de los padres, permanecen siempre en el armario de las frustraciones y son muy peligrosas. Y puede que ahora una generación se entretenga viendo películas en la pantalla de un portátil y yendo y viniendo de Londres y pasando de política, pero quizás a la siguiente le dé por soluciones más, cómo decirlo, intensas. Y eso no lo querría nadie, salvo quizás mi vecina del sexto que anhela desde hace tiempo un cambio radical en su vida.

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