De las primarias demócratas de hace ya un lustro se ha dicho y escrito casi todo. También de la victoria de ese extraterrestre político llamado Barack Obama y de su campaña presidencial. Pero el huracán azul de 2008 ha ocultado para muchos una historia mucho más sugerente y humana, como a fin de cuentas son todas las historias de derrotas y desesperación ante un seguro hundimiento: la loca e increíble campaña republicana de John McCain.
La producción de la cadena norteamericana HBO Game change se centra precisamente en el insoportable trance con el que tuvo que lidiar el antiguo héroe de guerra norteamericano y su equipo hace cuatro años, tratando de competir no sólo con un adversario político, sino con una especie de encantador mesías posmoderno agitador de multitudes, al mismo tiempo que trataban de alejarse del todavía presidente George W. Bush.
La obra se basa en en el libro del mismo título escrito por los periodistas John Heilemann y Mark Halperin, en el que abordan las peripecias de ambos partidos en aquellos inolvidables meses, y que sigue la lamentable tendencia al culebrón del periodismo político actual (y también económico; de hecho, la aclamada publicación Too big to fail, del periodista Andrew Ross Sorkin, que narra los convulsos días en torno a la caída de Lehman Brothers y que también fue llevada a la pantalla por HBO, adopta también la forma de una novelita chismosa sobre las aventuras del secretario del tesoro y los CEOs de los principales bancos norteamericanos).
Pero bueno, volvamos a la película. Su director, Jay Roach, y el guionista, Danny Strong (ambos se encargaron también de la interesante Recount sobre la polémica adjudicación del Estado de Florida en las elecciones de 2000), sitúan el foco en Steve Schmidt (Woody Harrelson), experimentado consejero político que asumió el descomunal reto de dirigir la campaña de McCain (encarnado por un desconcertante Ed Harris, que parece más preocupado de imitar los gestos y peculiares características corporales del candidato que por darle vida) y de tomar las decisiones que, a la postre, acabarían condicionando el destino del Partido Republicano en años posteriores.
Así, Shmidt apostará por movimientos arriesgados e impactantes, o más bien desesperados y hasta suicidas, para tratar de reventar el advenimiento del primer presidente negro, y que alcanzarán su apogeo con la precipitada elección de la desconocida y extravagante gobernadora de Alaska, Sarah Palin (clavada por Julianne Moore), sin ninguna experiencia en política nacional, para acompañar a McCain en el ticket presidencial. Schmidt y su equipo irán descubriendo las inimaginables carencias de su candidata en cualquier materia y, a la vez, su también indiscutible encanto hacia ciertas bases de su partido, lo que derivará en una pesadilla incontrolable.
Habrá quien acuse a la HBO de caricaturizar e incluso ensañarse con esta lideresa de la extrema derecha norteamericana (de hecho, tanto McCain como Palin desacreditaron de pasada tanto el libro como la película). Yo en su lugar no lo haría muy alto, no vaya a ser que se quedaran cortos.
En el film se echa quizás en falta la gota que colmó el vaso de este rocambolesco proceso electoral: el hundimiento de Lehman Brothers y el riesgo real de colapso de toda la economía. Roach y Strong pasan de puntillas por la controvertida decisión del candidato republicano de suspender repentinamente su campaña e ir a Washington a "ayudar" a buscar una solución, asunto que sí es abordado ampliamente en el libro (como se ha apuntado en la extensa bibliografía sobre aquellos días, la aparición de McCain y posteriormente de Obama arrastrado por su rival, fue percibida como un engorro por la Administración y el Congreso, que trataban de evitar como fuera que el barco se hundiera y como que no estaban para fotos).
Como en la mayoría de proyectos de HBO, el producto resulta bastante interesante y entretenido. Sin embargo, pese a un conjunto muy cuidado, muy de la casa, de alumnos aplicados, a la obra le cuesta desembarazarse de un incómodo aire a telefilme (de hecho, lo es) barato, que intentan y a veces logran elevar los excelentes trabajos de Harrelson y Moore.
En todo caso, se trata de una película más que útil para conocer las motivaciones e interioridades de un proceso electoral que, si bien no tuvo ese halo tan romántico que tanto nos gusta y que presidió la campaña de la otra acera, fue el germen de una radicalización de una parte de la derecha norteamericana que afectaría seriamente al Partido Republicano y al conjunto de la política de ese país. Y también representa un ejemplo más de que las decisiones desesperadas, además de imprevisibles, pueden acabar siendo peligrosas. O ridículas, que a veces es peor.
Como apuntó Steve Schmidt, "esto no fue una campaña electoral, fue sólo un reality show de los malos".