Ahora que se discute tanto sobre
el futuro del periodismo y los nuevos modelos de negocio, conviene recordar el improbable
proyecto en el que se embarcaron hace dos décadas un redactor de sucesos y un
policía de la ciudad de Baltimore. David Simon y Ed Burns se apostaron durante
meses en una esquina de un barrio al que nadie quería mirar para
escuchar las voces que no se oyen a menudo.
De esa aventura en Baltimore oeste nació el libro The corner y su posterior adaptación por parte de la cadena HBO al formato miniserie, en la que me detendré a continuación. Luego vinieron otras cosas,
pero esa parte de la historia ya la conocemos casi todos.
Si en The wire la protagonista principal es la ciudad, que ya no volvería a ser nunca la misma tras este milagro televisivo, The corner (2000) centra exclusivamente el foco en los auténticos perdedores de esa urbe, los drogadictos y sus tristes e insalvables motivaciones, protagonistas más secundarios en su hermana mayor.
Tomando como referencia a una familia destruida por la droga y a algunos adictos del
barrio a principios de los noventa, Simon (que escribe junto a David Mills todos los episodios) construye un documento desgraciadamente
realista sobre la absoluta derrota y la nula esperanza. La obra se aleja así de la
tradicionales asideros de este tipo de historias, que
acaban derivando en la mayoría de ocasiones en el thriller o el género de mafias y adoptando
un punto de vista tremendista o sentimental. Aquí sólo hay una mirada fría que reduce su interés a aquellos que se levantan cada mañana con el fin de reunir diez dólares para poder
comprar su dosis diaria de calma y destrucción, a sus familias, a los adolescentes tan conscientes de la esquina como destino, y deja
a un lado otras piruetas argumentales que sí encontramos en otros productos de los autores.
The corner (cuyos capítulos fueron dirigidos por Charles S. Dutton, natural también de Baltimore) se presenta como un evidente de embrión de The Wire. La serie se toma su tiempo para presentarnos a los personajes y las tramas, se detiene en la triste
cotidianeidad en una especie de costumbrismo sucio, mientras compone con calma decimonónica su blues de Baltimore oeste.
También podemos percibir algunos
defectos que pulirían Simon, Burns y Mills en sus posteriores proyectos. Así, en The corner se nota a
partir del cuarto episodio cierto agotamiento argumental y una sensación de
estar dando demasiadas vueltas a lo mismo que lleva a exagerar algunas tramas
de redención y caída. Además, y quizás por esa necesidad de alzar
la voz sobre la tragedia de ese barrio y por la propia alma política y pedagógica de la obra, hay
un continuo ansia documental, de recordarnos continuamente que está contando historias reales,
seguramente innecesario desde el punto de vista narrativo. A ello se unen
algunas prescindibles evocaciones de un pasado idílico de Baltimore oeste,
antes de que la droga lo destruyera todo sin que a nadie le importara,
Pero The corner no es sólo una
serie de televisión a la que se deba despachar con cuatro virtudes y defectos. Es
sobre todo un doloroso y necesario alegato político, un lamento
desesperado sobre un barrio a dos paradas de autobús del
centro. Sobre una esquina como agujero
negro de la humanidad de finales del siglo pasado a la vista y tolerado por
todos. Es, en definitiva, una serie imprescindible no sólo por lo que acabó siendo, un excelente prólogo de la monumental e inabarcable The Wire, sino por lo que es.
En fin, todo esto pasaba y sigue pasando en la
parte trasera de esta ciudad, de todas las ciudades, y uno, mientras ve The
corner, sólo puede agradecer al azar con vergonzoso egoísmo el haber nacido lejos
de Baltimore oeste, de haber evitado hasta el momento todos los Baltimores oestes. Y también a David Simon y a Ed Burns que olvidaran las sesudas reflexiones
sobre el periodismo y los modelos de negocio y no miraran, como todos hacemos, para otro lado.
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