26 nov 2012

La gran película de la que todo el mundo habla


Que Ben Affleck firme una buena película dejó de ser noticia hace tiempo. Lo realmente novedoso en Argo es que su interpretación resulta bastante convincente.

Aquí finalizaría mi comentario sobre la tercera película que dirige el hierático actor de no ser por el unánime aplauso de crítica y público que ha recibido esta obra sobre la huida de algunos diplomáticos norteamericanos escondidos en la embajada de Canadá en Irán durante la crisis de los rehenes de 1979. 


Argo, la gran película de la que todo el mundo habla, es una empresa extraña e improbable que Affleck salva con notable y ya nada sorprendente oficio. Pero también me parece el filme más irregular de su prometedora carrera. 

Tras las notables Adiós pequeña, adiós (2007) y The town (2010), en las que el director adaptaba novelas localizadas en su Boston natal y conocido y demostraba un pulso cinematográfico envidiable, en Argo se enfrenta a un reto muy atrevido al abordar la interesante pero narrativamente problemática peripecia del agente de la CIA Tony Mendez.

Así, la mayor virtud de Affleck en este proyecto radica en haber convertido una materia prima pobre e inclasificable en un producto aceptable. Pese a basarse en hechos reales, que un espía de la CIA utilice el falso rodaje de una película de ciencia ficción en Irán por parte de unos productores excéntricos para adentrarse en aquel país revolucionario representa un punto de partida con grandes posibilidades de naufragar y hacer el ridículo. 

El director planta cara de forma suicida a esta indefinición en el tono de la obra, que visita el género de espías, el thriller y la comedia, y bordea peligrosamente el hundimiento durante gran parte del metraje. Si en La guerra de Charlie Wilson (2007), película con la que comparte bastantes lazos, Mike Nichols y Aaron Sorkin apostaban claramente por el cinismo y el humor para afrontar la alocada historia del senador que armaba a los afganos en su guerra contra los soviéticos, Affleck renuncia en Argo a esta salida evidente y convierte su obra en un curioso y deslavazado cajón de sastre formal.  

De forma inexplicable y elogiable, logra mantener el tipo, incluso en el impotente clímax final, aunque no puede desembarazarse de esa impresión general de meritoria salida de atolladero. 

La obra también transita con dificultad por el delicado sendero del maniqueísmo. En este caso, lo resuelve con menor audacia al no encontrar mejor recurso que una introducción en forma de cómic bastante objetiva sobre los antecedentes de la revolución iraní. Como si, una vez finalizada la película y movidos por cierta vergüenza multicultural, se hubieran percatado de la parcialidad en el enfoque de la cuestión y en la presentación de los revolucionarios.

Por último, la construcción de los personajes, las motivaciones del protagonista e incluso la propia banda sonora se mueven en el mismo terreno inestable del conjunto del filme: el de la incredulidad asumible.

Que quede claro. Argo no está mal. Veo en ella el talento de Affleck como director clásico, mucho trabajo anterior y posterior por disfrazar un material tan débil y peligroso y una honesta preocupación por ocultar un punto de vista demasiado imperialista. Incluso, como apuntaba al principio, la puedo definir como buena. Así que véanla y disfrútenla. Pero, en mi humilde opinión (que no llega ni a la esquina de mi calle), lo que no percibo en ningún caso es la gran película de la que todo el mundo habla. 

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