30 jul 2012

Alexandre y Ye, la pareja improbable


Por edad, Alexandre Vinokourov podría ser el padre de Ye Shiwen pero la casualidad ha querido que el parentesco se reduzca a dos actuaciones increíbles en los primeros días de Londres 2012. Como un fantasma del pasado, el ciclista kazajo, sancionado dos años por dopaje en 2007 y acusado por algunos medios de haber comprado la victoria en la Lieja-Bastogne-Lieja de 2010, ha ganado a los 38 años (sí, 38 años) la medalla de oro en ciclismo en ruta, al tener a su edad más piernas que el resto de la fuga de veintitantos corredores que burlaron la vigilancia de la selección británica. Desde el futuro y para poner aún más a prueba nuestra paciencia, nos ha visitado la nadadora china, de 16 años, quien ha rebajado cinco segundos su plusmarca personal y un segundo el record del mundo de 400 estilos, y ha nadado la última piscina al ritmo de la carrera masculina (sí, los últimos 50 metros al nivel de uno de los mejores de todos los tiempos, Ryan Lochte). Esta pareja improbable debería hacer que nos planteáramos seriamente acompañar con alcohol las tardes olímpicas, pero uno tiene ya mucho aguante y se conforma con tabaco.

Ye Shiwen, tras nadar los últimos 50 como Ryan Lochte

Por otro lado, ha resultado verdaderamente clarificadora la actitud de nuestros chicos del fútbol, incapaces de meter un gol a las potencias de Japón y Honduras, que han demostrado unos maravillosos modales de macarras subiditos. Para ser sinceros, es un alivio que la selección haya sido eliminada, porque el fútbol en los Juegos es como ese cuñado inaguantable al que no soportas pero tiene que estar. Esperemos que ahora Televisión Española se digne a ofrecer en directo por La 1 las pruebas importantes de la competición: el atletismo, la natación y la gimnasia.

En referencia a estos deportes, y como no podía ser de otra manera, ya han comenzado los habituales lamentos patrioteros cuatrienales sobre el pobre nivel español en las disciplinas básicas. Nada sorprendente. En este país se alienta a los niños a que se conviertan en el macarra subidito de la clase que juega al fútbol y no existe estructura ni afición para crear las condiciones desde la base y tener alguna opción en este tipo de competiciones. Con apuntar que el último mundial de atletismo no fue emitido por ninguna televisión española y nadie se escandalizó, ya está todo dicho.

Por lo demás, las cosas van más o menos como estaba previsto, salvo la absoluta pobreza de la ceremonia de inauguración que nos brindó el cineasta Danny Boyle. Algunos medios han demostrado una incompetencia o, en el mejor de los casos, una amnesia sorprendente al comparar este bodrio flojito y cutre con la brutalidad que vimos en Pekin, espectáculo grandioso y desmedido que será difícil de igualar en décadas. Y es que los chinos lo mismo te organizan una barbaridad irrepetible post comunista siglo XXI que te bajan un segundo el record mundial en una piscina. Y se quedan tan anchos. Como Ye Shiwen, que considera que hizo una carrera mejorable en la final de 400 estilos: “Me queda margen de mejora porque no sé nadar bien la braza, ni hago los virajes correctamente, ni soy tan buena en mi crol”. Pues en crol nadas como Ryan Lochte, hija mía.



26 jul 2012

Banderas y cabreos


Quizás porque ya cansaba un poco el asunto de la equipación española o de los tropecientos mil preservativos destinados a la villa olímpica, el caso es que ayer, primer día de competición, sólo nos llegaron cabreos y tensiones desde Londres. Como una lección a quienes huimos en estas dos semanas de las noticias económicas buscando cierta tregua olímpica, el estrés nos recuerda que es una realidad universal.

Así, el equipo femenino de fútbol de Corea del Norte se pilló un rebote de cuidado cuando sus jugadoras fueron presentadas bajo la bandera surcoreana, en una demostración empírica inapelable de que los graciosillos también existen en Escocia. Bien es cierto que las jugadoras podían haber aprovechado para revelar al mundo que en su país también se practica algún tipo de sentido del humor, cosa que permanecerá todavía en el misterio, pero cualquiera se atreve. Además, en el día en que su líder supremo anuncia al mundo que está casado, un incidente diplomático con repercusiones mundiales tiene su punto. El encuentro comenzó con una hora de retraso tras las disculpas de la organización, aunque la delegación norcoreana mantuvo, en un alarde de perspicacia, que la bromita fue premeditada. En todo caso, el equipo demostró en el campo que, además de geopolítica, saben jugar al fútbol y vencieron fácilmente a Colombia.


Aunque, pensándolo bien, los enfados infantiles por este tipo de confusiones protocolarias no son patrimonio de las dictaduras brutales. Hay que ver cómo se puso el equipo español de Copa Davis cuando, en la final de 2003 en Australia, sonó el Himno de Riego. También nos negamos a jugar y provocamos un conflicto, enseñando al planeta que aquí, sí, mucho cachondeo pero, en cuestiones de banderas e himnos, tan estirados como los norcoreanos.




Para ser sinceros, quien se ha tomado todo esto con más sentido del humor ha sido el ciclista Alberto Contador, al que, ahí es nada, le han puesto el himno danés y el franquista de Pemán.






Las tensiones olímpicas no finalizaron en Pyongyang, sino en las entradas de la natación. La superarquitecta Zaha Hadid, que ha diseñado el centro acuático, se despachó a gusto con el comité organizador al recordar que no ha sido invitada a ningún evento. No ha aclarado si mantiene la esperanza de que le regalen tickets para los Paralímpicos.

Además, la nadadora española Duane da Rocha, dedicó unas cariñosas palabras a la federación en Twitter: “¡Ya estoy harta y no me pienso quedar callada! En la Real Federación Española de Natación son todos unos impresentables, que son los  primeros para colgarse una acreditación pero no son capaces de facilitarme a mí, que sí que me he ganado a pulso estar en unos JJOO, unas entradas para que mis padres estén en la grada apoyándome. Gracias otra vez por esta piedra en el camino hacia mi sueño…”. Esperemos que esto no afecte a la notable deportista y que sus padres, desde donde quiera que sea, la vean competir en la final.

Duane Da Rocha

25 jul 2012

La maldición de Barcelona 92


Al columnista David Gistau no le agradan los relevos en el Gobierno porque le hacen sentir un presidente más viejo. Del mismo modo, a los que nos gustan los deportes, los Juegos Olímpicos nos obligan también cada cuatro años a asumir nuestra edad. Y esta ocasión resulta aún más engorrosa, ya que se cumplen veinte de Barcelona 92 y, claro, los medios nos bombardean nostalgia sin piedad.


Ah, Barcelona 92. No fueron unos juegos especialmente inolvidables en lo deportivo. Ganaron los españoles, sí, pero no hubo grandes gestas para la Historia, salvo la atracción de la presencia de los jugadores de la NBA. No tuvimos una carrera como la de Ben Johnson y Carl Lewis, ni a Sabonis ganando al equipo universitario de Estados Unidos, ni a Michael Johnson volando en el estadio, ni a Argentina doblegando a la selección americana de baloncesto, ni a Michael Phelps o a Usain Bolt entrando en el Olimpo. Pero fue todo estupendo.

Habría que recordar los años y meses previos, con el habitual catastrofismo hispano augurando que íbamos a fracasar nuevamente, que las obras no estarían terminadas, que inevitablemente haríamos el ridículo. Pero no fue así. No, aquello no era el Mundial 82, todavía con su barniz cutre y fatalista. En esos días de Barcelona, sorprendentemente, nos salió todo bien.

Los más cursis hablaron de que en aquel "Hola" orgulloso y estruendoso del estadio Olímpico y en aquellos gritos de júbilo y abrazos en todos los hogares cuando la flecha de fuego alcanzó su objetivo se escondía el adiós a un siglo muy jodido y nuestra presentación ante el mundo moderno. No lo sé. Pero sí recuerdo que algo especial debieron de tener aquellas dos semanas porque mi abuelo, que nunca se había interesado por los deportes, se pasó los días pegado a la televisión viendo la competición de piragüismo, de judo o de lo que fuera, y celebrando el gol de Kiko, la recta de Cacho o las canastas del Dream Team. No sé, quizás él, que había vivido la Guerra Civil y los oscuros años del siglo XX, sentía como una necesidad, un deber o puede que como una especie de recompensa celebrar aquellos Juegos. Lo cierto es que, una vez acabaron, no volvió a mostrar ningún interés en los deportes, ni a ver fútbol, atletismo o baloncesto o, por supuesto, piragüismo o judo.

Más allá de discutibles referencias históricas, a los que ya tenemos cierta edad Barcelona 92 nos persigue como una maldición. Una carga que nos recuerda cada cuatro años el mejor verano de nuestra vida y nos devuelve esa amargura del cuarentón que se encuentra en el metro con su primer amor. Y nos advierte de que ya no tenemos abuelo y sí veinte años más.



17 jul 2012

Lanzallamas para gobernar la tierra yerma


Puede parecer divertido que los protagonistas de Bellflower se dediquen a la entrañable y baldía tarea de fabricar un lanzallamas para gobernar la tierra yerma tras el apocalipsis, que creen inminente. Pero, si se piensa en poco, nuestras vidas tampoco andan muy lejos.


Evan Glodell ha construido, quizás involuntariamente, una metáfora sorprendentemente generacional. Dos jóvenes desocupados sin aparente futuro que viven de no se sabe muy bien qué pasan la vida bebiendo cerveza, recordando películas de la infancia, construyendo armas y soñando con patrullar el planeta en su Mother Medusa tras la hecatombe. Mientras tanto, se enamoran con torpeza preadolescente, se desengañan y se hunden en un lodazal de sangre y abandono. 

Si a ello le sumamos una dirección forzadamente cutre y ochentera, con una fotografía amarillenta y desenfocada, se completa uno de los productos más interesantes y locos de los últimos años, donde cabe el indie americano más convencional, la nostalgia ochentera más freak, la road movie más romántica, el cine apocalíptico de inspiración zombie más retro y contemporáneo, y el baño de sangre más gratuito. Y, pese a ello, hay una extraña sensación de coherencia brutal en el conjunto, de desesperanza y broma absurda post Mad Max, post Tarantino. Post todo.  

Obviamente, a la película se le pueden poner muchos reparos (inconsistencia narrativa, excesos dramáticos con tendencia a la brutalidad, cierta pretenciosidad innecesaria en el mensaje,…) e incluso machacarla con lamentables argumentos objetivos. Pero qué puede importar todo esto si tenemos en cuenta que el propio director (y guionista y actor), además de escribir este maravilloso despropósito, fabricó las armas caseras que aparecen en el film y tuneó los coches y hasta la cámara con que rodó la obra. Genial y perturbado, como su película.

Bellflower no se ha estrenado aún en España y es posible que no lo haga nunca, quizás porque aquí preferimos el llamado indie facilón y vomitivo que esconde la comedia romántica más conservadora y dañina. O porque quizás en el fondo sospechamos que construir un lanzallamas para gobernar la tierra yerma tras el inminente apocalipsis es tan baldío y entrañable como estudiar una carrera, tener una cuenta en Twitter o escribir un blog.

16 jul 2012

Chinchetas, disparos, españoles


Evans y su equipo, de charleta ayer en la cima de Pegueres

Sugiere Cadel Evans que tirar chinchetas en las carreteras antes del paso de los ciclistas es una práctica habitual en España. Parece ser que el australiano no corre ya mucho por aquí porque, ya se sabe, es por todos conocido, que los españoles nos dedicamos a vaciar los cajones de clavos cada vez que se acerca una carrera para, amparados en nuestra milenaria gracia, arrojarlos a la calzada minutos antes de que pase el pelotón. No seré yo quien lleve la contraria al todavía campeón del Tour de Francia pero, más allá del gamberrismo patrio, convendría también que Evans organizara un poco su equipo, más que nada por no dar los bochornosos espectáculos ofrecidos ayer en el puerto de Pegueres y en la Vuelta de 2009. Que una cosa es pinchar y otra hacer el moonwalk en la cima de un puerto.




A quien no debió sorprender ayer esta hostilidad del público fue a Óscar Freire, a quien en el Tour de 2010 no le pusieron clavos en el asfalto, sino que le dispararon con una pistola de balines. Se ve que a alguno (en aquella ocasión, Evans no culpó a los españoles) no se le ocurrió mejor idea que practicar su tiro en la bajada de un puerto, alcanzando al ciclista español y a neozelandés Julian Dean.

Freire muestra un disparo recibido durante una etapa del Tour 2010

Pero aún más traumáticos para los ciclistas fueron los abucheos, insultos y hasta escupitajos que recibieron por parte del público francés, esta vez sí, en una de esas etapas que decidieron no disputar en la edición de 1998. Aquel año, la policía decidió registrar los hoteles en busca de sustancias dopantes y, por ello, los equipos españoles decidieron abandonar la carrera. Porque, ya se sabe, es por todos conocido, que en España se practica tolerancia cero hacia el dopaje. 

13 jul 2012

Perros, fantasmas y tiranosaurios


Hay diferentes maneras de acercarse al realismo social más dramático y sucio. Se puede tratar desde el paternalismo, el sensacionalismo, la conciencia y dignidad obrera, el sentimentalismo barato o desde la exageración innecesaria de la tragedia. Salvo éste último, el actor Paddy Considine consigue en Tyrannosaur, su ópera prima como director, evitar con sorprendente madurez la mayoría de estos lugares comunes y entregar una de las obras más estremecedoras, completas y honestas de los últimos tiempos.


Tyrannosaur aborda la historia de dos desheredados, dos auténticos indigentes sentimentales encerrados en sus infiernos vitales, en su propia condena. Dos perros heridos. Él, alcohólico y violento, sentenciado por su pasado y sus demonios interiores, sin ningún asidero más que su mejor amigo enfermo de cáncer y un niño al que saluda todos los días. Ella, frustrada, reprimida y humillada, atrapada por un marido miserable y una vida agotada. 

En este contexto desolador, resulta realmente sorprendente el dominio narrativo y la construcción de personajes del director y guionista, quien logra que, en la primera escena, en la que el protagonista mata a su perro a patadas, no sólo conozcamos perfectamente al personaje, sino encuadrar magistralmente toda la obra. Y que, en medio de este solar sentimental, surja una de las historias de amor más penosas y muertas, y a la vez más bellas, que un servidor ha contemplado en pantalla. Mención especial merece el improbable encuentro de la pareja, cuando él se refugia entre la ropa de la tienda de ella, como un perro asustado.

Bien es cierto que todo es más fácil cuando cuentas con dos actores como Peter Mullan y Olivia Colman, que regalan un trabajo soberbio, que nos escupen a la cara la podredumbre interior de sus personajes. Hay más verdad y más derrota en la miradas de los protagonistas que en 48 horas que González Iñárritu hubiera alargado el metraje de su Biutiful.

Película terrible, inolvidable, que se adentra en los peores rincones del alma con una sabiduría y contención brillantes. Hay quien apuntaría como innecesarios ciertos excesos dramáticos del guión y algún recurso prescindible, como el de la religiosidad de la protagonista, o la escena final, que debiera haber sido la penúltima. Pero seríamos injustos. Con la mirada de Mullan, en la que conviven perros, fantasmas y tiranosaurios, y la réplica de Colman, perdida y abandonada, es más que suficiente.

5 jul 2012

Lecciones de ética y responsabilidad, por Marcelo Bielsa


A los españoles nos encanta llenarnos la boca con la extraordinaria ética, responsabilidad y valores que demuestra Marcelo Bielsa, pero solemos referimos a ellos como conceptos etéreos, con escasa demostración práctica. Es en ese terreno donde también se desenvuelven con maestría los periodistas cursis, dando lecciones pomposas e inútiles y amparándose en la autoridad moral del argentino.

Sin embargo, ahora que Bielsa ha aplicado la ética y la responsabilidad a algo tan asquerosamente prosaico y tan en las antípodas del carácter español como acabar una obra en tiempo y forma, nos ha descolocado completamente.

Según cuentan, resulta que al técnico argentino del Athletic le habían prometido que las actuaciones de remodelación de Lezama estarían listas para el inicio de la pretemporada. Me imagino que los responsables del club, sin dar ninguna importancia al requerimiento del técnico, adoptarían pese a ser de Bilbao Bilbao esa actitud tan española de “sí, sí, tranquilo, la obra irá bien”. Y supongo que la empresa también acabaría abrazando sin otorgarle excesiva trascendencia esa costumbre tan, tan española de retrasarse en las obras.

Bielsa pasea por las obras inacabadas

Lo que no imaginaban ni el club ni la empresa es que Bielsa se toma los compromisos en serio (ya ven, qué ridiculez) y le gusta que la gente cumpla su palabra y sus contratos y realicen sus trabajos según lo convenido. Y deberían haberlo hecho, porque con un tipo al que Pep Guardiola pide una entrevista y acaba encerrado sin piedad varios días hablando de fútbol ininterrumpidamente, hay que tener cierta cautela. Así que Bielsa, ante la situación de los trabajos, se pasó por Lezama y decidió pedir explicaciones: "Ante la falta de otra autoridad de la empresa que hacía la obra, decidí hablar directamente con el jefe de obra; lo llamé a mi vestuario para decirle que las obras no estaban bien hechas, que no iban a estar en la fecha prevista y que, sobre todo, eran un engaño y una estafa”, ha explicado hoy en rueda de prensa. Posteriormente, discutió con él y, según sus propias palabras, se comportó "como un salvaje" y lo echó de las instalaciones.

Al parecer, y según han explicado los medios, los obreros, en una actitud supuestamente digna, se negaron a ir a trabajar los siguientes días en respuesta a la actitud del argentino. Pero Bielsa hizo algo aún más digno. Fue a la comisaría a denunciarse a sí mismo por haber maltratado al jefe de obra. Imagino que el policía que tramitó la denuncia todavía debe de estar en estado de shock, no sólo porque una persona se presente voluntariamente a decir que ha hecho algo mal, sino por el monólogo que le debió soltar el argentino. También supongo que todos los periodistas de Bilbao le estarán buscando por tierra, mar y aire porque, como decía hoy Oier Fano en Twitter, esa entrevista habría que guardarla como oro en paño.

En definitiva, Bielsa nos ha dado en unos días dos lecciones de ética y responsabilidad inolvidables. Pero no de las que disfrutan y jalean los españoles y los periodistas cursis, sino de las terrenales y desagradables. En una histórica rueda de prensa, ha hecho tambalear dos costumbres hispánicas tan arraigadas e intocables como las de no acabar una obra a tiempo y no autoinculparse de nada. Ello nos obligará inevitablemente a refugiarnos en el otro periodismo deportivo de referencia, el del jijí jajá, y llamarlo “Loco”.


P.D. Ya que he hablado de periodistas, Bielsa ha manifestado hoy: "Tengo muy mal concepto del periodismo y de los periodistas como colectivo, aunque peor concepto tengo de los entrenadores"

Un verano con Mónica: De espejismos vitales


Hay una escena al comienzo de Un verano con Mónica (Ingmar Bergman, 1953) que condensa el argumento de la película y también algo más. Los dos jóvenes inauguran en la mesa de un tugurio su repentino amor con planes para ir al cine y al fin del mundo. Salen apresuradamente del bar, con esa prisa tontuela que sólo conocen los enamorados y, en ese momento, la cámara gira hacia una mesa cercana en la que tres ancianos apuran sus vasos en silencio. Uno de ellos, riendo nerviosamente, se atreve a decir: “Con la primavera florecen nuevos amores”. Y otro, con la mirada perdida, le contesta: “Sí, maldita sea”, dando voz en ese lamento inútil, escéptico y desolado a todos los hombres que no pueden amar y a las historias de amor enterradas.

Esta película, adaptación de una novela previa, supone el preludio de las primeras grandes obras del director sueco. Desde el punto de vista de su trayectoria cinematográfica, estamos ya cerca del gran Bergman, del riguroso y brutal cirujano del alma humana, que sólo cuatro años después firmaría dos de las mejores obras del siglo XX, Fresas salvajes y El séptimo sello.


El autor de Uppsala cuenta la historia de dos jóvenes trabajadores de Estocolmo, interpretados por Lars Ekborg y Harriet Andersson, que se enamoran perdidamente al final de la primavera y deciden abandonar sus trabajos precarios y sus débiles apoyos familiares para disfrutarse mutuamente en el campo. Así, emprenden una huida en un pequeño barco del padre de él para, de embarcadero en embarcadero, de prado en prado, abandonarse al mejor verano de su juventud. Pronto, como suele suceder, llegarán las dudas, y también el hambre y un inoportuno embarazo que les devolverá a la ciudad donde nunca volverán a ser los de antes.

Bien por las necesarias concesiones a la novela o por altibajos en el propio guión, la obra dista de ser redonda, enredándose en una especie de triángulo amoroso extraño que no viene a cuento (con pelea de machos incluida), deteniéndose demasiado en las innecesarias penurias alimentarias que sufren los protagonistas y, por momentos, bordeando un sorprendente tono social y hasta obrero, de inspiración rosseauniana.

Sin embargo, Bergman pasa de puntillas por estas tramas y resulta obvio que su interés se centra en los indescifrables y caprichosos deseos de los dos jóvenes, en el dolor y la belleza del espejismo estival, resumido en una secuencia inolvidable en la que el chico, tras desnudar a su pareja, ve como ésta comienza a correr desnuda entre las rocas de una playa deshabitada, y en su mirada sabemos que él sabe, feliz y aterrado, que está asistiendo al mejor momento de su vida. También buscará la cámara su rostro (recurso que acabaría siendo un clásico en la carrera del director y que aquí aparece sólo en un par de momentos clave), cuando, ya lejos de aquel verano, ve por primera vez a su hija, asustado y consciente de su derrota vital. Y el de ella, en una fiesta, ya sin su marido y sin su bebé, que nos transmite su inevitable insensibilidad, su decisión de convertirse en espíritu libre, herido e incorregible, el rechazo a su propia vida.

Veremos también al final de la película una de esas brutales secuencias teatrales de ruptura y tragedia, en las que los personajes rebuscan en su alma las mayores crueldades que escupir al que fue todo, tan características luego en la carrera del cineasta. Y llama además la atención el interés de Bergman por utilizar de forma recurrente la ciudad neblinosa en las transiciones, como elemento opresor de los protagonistas, como contraste al verano luminoso en que vivieron su amor.  

La película finaliza con el padre y la hija ante el espejo de una tienda, con el rumor de las olas de fondo de cuando ella corría desnuda por la playa en el mejor momento de la vida. De aquel maldito espejismo estival y vital que desean y lamentan los ancianos en el bar.

4 jul 2012

Moonrise kingdom o la sublimación del aburrimiento


Que la contención a veces es fundamental ya lo aprendimos cuando nuestros padres nos descubrieron la bella palabra esfínter. El siempre interesante Wes Anderson parecía haberlo asumido también en la extraordinaria Viaje a Darjeeling, una de las películas más bellas del siglo XXI, con la que el director completaba un camino creativo coherente, añadiendo una desoladora sutileza en un universo propio de personajes inadaptados.



Sin embargo, en la recientemente estrenada Moonrise Kingdom, Anderson se olvida los matices y propone un torrente agotador de su particular estilo visual y de clichés vacíos de contenido. La película aborda la poco original historia de dos preadolescentes supuestamente enamorados que se fugan en una isla mientras el surrealista entorno trata de dar con ellos.

Y es realmente complicado entrar en ella. En primer lugar, por la imposible identificación de cualquier tipo con los dos protagonistas, niños repelentes que hablan como adultos y cuyas apariciones suponen un lastre insoportable en el ritmo de la obra. Además, el conjunto de personajes inadaptados y ridículos, clásicos del cine de Anderson, están en esta ocasión tan poco perfilados que se convierten en caricaturas sin ningún interés. Más allá de la construcción de los protagonistas, el argumento es tan simple y aburrido que podría pasar por cuento infantil tedioso y sin pretensiones pero nunca por esas interpretaciones tan elevadas y rebuscadas que he encontrado en algunas críticas (lo de que “retrata magistralmente el amor preadolescente y tal” es de nota). Y todo ello envuelto en la particular atmósfera visual del director, esta vez sin freno, lo que confiere al conjunto cierto aire a despropósito.

Mencionaré algún aspecto positivo, por aquello de la elegancia. La secuencia inicial es un ejemplo de virtuosismo técnico y de su tradicional estilo colorista, surrealista, vintage. Nada sorprendente si tenemos en cuenta que, en los últimos veinte años, este director es quizás junto a Quentin Tarantino el cineasta norteamericano mainstream que mejor ha sabido consolidar un universo propio, nuevo. Y la película tiene también algún momento divertido, pero hay que saber buscarlos. Y estar despiertos.

En suma, obra decepcionante en la que Anderson no puede o no quiere contener su verborrea visual y caricaturesca, consiguiendo sólo subrayar lo peor de ella y sublimar el aburrimiento. Contención, Wes, que luego se acaba mojando la cama.

3 jul 2012

La Cultura de la Transición y otros cuentos


Resulta edificante encontrar propuestas que se alejan voluntariamente de los cauces tradicionales y pretenden abrir nuevos caminos a la hora de interpretar los cánones de la cultura española de las últimas décadas. Por su frescura y descaro, la obra CT o la Cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española (Debolsillo) representa un loable y sano intento de cuestionar los dogmas y estructuras predominantes de este sector en España.


Los autores participantes en el proyecto, coordinado por Guillem Martínez, entienden que la Cultura de la Transición (desde aquí, CT, como a ellos les gusta denominarla) ha sido un paradigma cultural hegemónico que ha actuado como tapón de otros movimientos o corrientes no aceptados. Es una cultura, según Amador Fernández Savater, consensual, despolitizadora y desproblematizadora, que se ha adueñado de las palabras, los temas y la memoria. Toda obra está absolutamente pautada y prevista, mientras que lo problemático no se considera cultura. “La cultura no se mete en política y el Estado no se mete en la cultura”, explica Martínez. La mayoría de autores consideran que esta estructura hegemónica se ha visto desestabilizada por el movimiento 15-M y por la aparición de las redes sociales y de una generación que trata de romper este escenario.

La hipótesis de trabajo, como vemos, sería tentadora. Sin embargo, el libro se limita a recopilar un conjunto de textos que, en su mayoría, se centran simplemente en repetir o comentar una tesis que consideran irrefutable. En este sentido, se echa de menos cierta profundización en las cuestiones que tratan o simplemente esbozan los autores. Da la sensación de que muchos de ellos son planteamientos de brocha gorda, con argumentos cogidos a la carrera aquí y allá para reafirmar su convicción. Además, se intuye un molesto adanismo en la mayoría los textos, que presentan una enmienda a la totalidad a 35 años de cultura en este país.

En segundo lugar, parece obvio que la obra peca de exceso de ambición y trata de abarcar demasiado. Se mezclan argumentos, o más bien esquemas, políticos, periodísticos, literarios, musicales, cinematográficos, televisivos, sin apenas orden, detalle o profundidad. Absténganse pues quienes busquen sesudos ensayos que traten de demostrar la existencia de una CT hegemónica, sus mecanismos de control y sus efectos en la sociedad.

Y llama por último la atención la absoluta confianza o incluso obsesión que manifiestan la gran mayoría de autores con el movimiento 15-M como elemento liberador, como alternativa que ha descolocado a la CT, incapaz de darle sentido desde sus tradicionales estructuras.

Pero más allá de estas reflexiones generales sobre la obra, merece la pena realizar algunos comentarios sobre las temáticas y algunos aspectos interesantes que contienen los trabajos.


Política
Algunos textos se centran exclusivamente en la política de la Transición y dejan en segundo plano los aspectos más genuinamente culturales. En general, utilizan argumentos clásicos muy críticos hacia el llamado "mito de la Transición". Nada especialmente nuevo. Sí resulta curioso el empeño por contraponerlo con el 15-M, las redes sociales, las descargas o el No a la guerra. En cuanto al 15-M, algunos de ellos avisan a este movimiento de que no caiga en la trampa de realizar propuestas políticas o de formar un partido, porque su indefinición es lo que realmente trastorna a la CT. Curioso argumento.

Literatura
En el ámbito literario, Carolina León y Pablo Muñoz abordan el poder que han mantenido durante treinta años los suplementos culturales de las grandes industrias mediáticas para crear un canon literario español de cohesión. “Entras en el canon si tus ficciones sirven al modelo y se desenvuelven sin verdaderos conflictos con el presente”, apunta León. La autora considera que, en general, la crítica ha evitado problemas con este canon y ha reforzado el modelo de la CT, y pone como ejemplo el recordado incidente del crítico Ignacio Echevarría (uno de los autores de este volumen) con el escritor Bernardo Atxaga a cuenta de la novela El hijo del acordeonista. Finalmente, León muestra confianza en el 15-M para revitalizar la crítica literaria sin que parezca preguntarse qué tendrá que ver una cosa con la otra.

La escritora Belén Gopegui ahonda en estos argumentos en una reflexión enmarañada y confusa sobre estar o no en la CT. Ella no se considera dentro.

En cuanto a escritores, los autores del volumen citan como claros exponentes de la CT a Muñoz Molina, Javier Marías, Félix de Azúa, Juan José Millás, Rosa Montero o Javier Cercas (ya que estamos, también podían haber llamado al régimen cultural hegemónico Cultura Prisa). Como excepciones al modelo, mencionan a Rafael Chirbes, Isaac Rosa, Alberto Olmos o a la citada y colaboradora en el volumen, Belén Gopegui. Llama la atención una diferenciación que realiza Guillem Martínez: Muñoz Molina y Javier Cercas son CT; Carlos Ruiz Zafón y Arturo Pérez-Reverte son cultura de masas. Demasiada brocha gorda, reitero.

Música
En este apartado, Víctor Lenore, aunque también cae en generalizaciones y en otros defectos comunes a la mayoría de los textos, aporta algunas de las ideas más sugerentes del conjunto de la obra. El autor mantiene que la CT, con su industria y medios, han silenciado durante treinta años a grupos con carga política y a la música popular de las clases medias y bajas. Así, recuerda que sólo Extremoduro y La Polla Records pudieron romper en alguna ocasión este tapón. En este sentido, mantiene que la mayoría de la música escuchada por los jóvenes de clases populares en los ochenta y noventa, bakalao y rock duro, fue silenciada por los medios de comunicación. Además, también pone de manifiesto cómo grupos y estilos de música que arrasaban en estos ámbitos de población, como pueden ser Camela o ahora el reggaeton, no tienen la bendición de la cultura oficial, que ha utilizado las radiofórmulas para estandarizar una música popular ajena a los problemas sociales.


Lenore también hace una interesante crítica a la llamada Movida y a la música moderna, a quien reprocha “su afán de distinción, de tribu y de no haber explorado los conflictos comunes a todos”. Y recoge una maravillosa cita realizada en los ochenta en Madrid por John Peel, locutor de la BBC: “Los grupos modernos no me parecen gran cosa pero Los Chichos o Los Chunguitos son la hostia”.

En este sentido, reprocha también al indie actual (“el género más patrocinado en la historia de la música popular”) su “narcisismo y elitismo” y apunta que “ha degenerado en un discurso de lo más reaccionario”. “Nada más ridículo que los aires de superioridad contracultural de los que mejor sintonizan con la clase dirigente”, sentencia. Por último, recuerda la evidente absurdidad que se impuso en los noventa entre estos grupos españoles de cantar en inglés.

Cine
El crítico Jordi Costa firma el texto más creativo de toda la obra. Utiliza la figura del inexistente crítico y director de cine, Juan Luis Izquierdo, para fantasear sobre lo que podía haber sido un cine español alternativo y valiente y deslizar algunas críticas demoledoras a los modelos dominantes. Costa explica que el costumbrismo populista de Pedro Almodóvar se convirtió en hegemónico en la Transición frente a otras propuestas más valientes, representadas por ejemplo por Iván Zulueta o Eloy de la Iglesia.

Son especialmente divertidas las referencias a la supuesta película perdida de Izquierdo, Instinto, como alternativa a la historia de España en la que Raza y Pulgasari se dan la mano, o a la oportunidad perdida que tuvo José Luis Garci en Las verdes praderas de quemar la casa de la sierra con toda la familia dentro, lamento que comparte un servidor. También merece atención su Diccionario inclemente del cine español. Citaré sólo la definición de Alejandro Amenábar: “El sueño húmedo de la CT. Un cineasta apolítico, inodoro e insípido […] La precisión técnica como perpetuo salvapantallas para camuflar la evidencia de un conjunto vacío”.

Internet
La obra incluye algunos textos previsibles que resaltan el papel de Internet para superar la CT, defienden las descargas o los métodos de compartir archivos y critican a la SGAE. Y es una pena, porque un servidor se ha comprado el libro y, al parecer, resulta que los autores no hubieran visto mal que lo hubiera “compartido”.


El libro aborda otras cuestiones diversas (no se toca la pintura o el llamado arte contemporáneo, por cierto), como el humor (donde se destaca el papel de El Jueves, los chicos manchegos de La Hora Chanante o el que se puede encontrar en Twitter, frente a los modelos dominantes de las últimas décadas, como Martes y Trece), la igualdad (vienen a criticar la hipocresía del feminismo progresista) o hasta el ciclismo (agradeceré siempre en el alma al escritor Gonzalo Torné haberme descubierto el blog ciclismo2005.blogspot.com, escrito por un tal Sergio). Reivindica así con orgullo la calificación de cajón de sastre.

En definitiva, como decía al principio, la obra resulta bastante deslavazada y su crítica y enmienda a la totalidad a lo que llaman Cultura de la Transición parece bastante superficial. Incluso hay quien podría apuntar con malicia que las denuncias sobre la existencia de un paradigma cultural perverso, que no aborda los conflictos reales y que no permite el acceso a los autores disidentes puede esconder también cierto pataleo de quien no ha conseguido el reconocimiento de crítica o público a su obra. O que la llamada Cultura de la Transición que aquí se denuncia no es más que la cultura de masas, con su mercado, sus intereses ocultos, sus referencias, sus injusticias y sus contradicciones. Así parece entenderlo uno de los autores del libro, Carlos Acevedo: “La CT es una variación hispana de la cultura de masas, la cual entiendo como un dibujo de la cultura definido por quien la produce, promueve y distribuye y no por quien la recibe, valora e incorpora a su vida cotidiana”.

En todo caso, y más allá de los reparos que pueda suscitar la obra, hay que reconocer y valorar que iniciativas como ésta suponen aire fresco en el debate cultural de este país. Y que nos iría mejor si tuviéramos todos los meses en las librerías más ejemplos de agitación intelectual.