25 jul 2012

La maldición de Barcelona 92


Al columnista David Gistau no le agradan los relevos en el Gobierno porque le hacen sentir un presidente más viejo. Del mismo modo, a los que nos gustan los deportes, los Juegos Olímpicos nos obligan también cada cuatro años a asumir nuestra edad. Y esta ocasión resulta aún más engorrosa, ya que se cumplen veinte de Barcelona 92 y, claro, los medios nos bombardean nostalgia sin piedad.


Ah, Barcelona 92. No fueron unos juegos especialmente inolvidables en lo deportivo. Ganaron los españoles, sí, pero no hubo grandes gestas para la Historia, salvo la atracción de la presencia de los jugadores de la NBA. No tuvimos una carrera como la de Ben Johnson y Carl Lewis, ni a Sabonis ganando al equipo universitario de Estados Unidos, ni a Michael Johnson volando en el estadio, ni a Argentina doblegando a la selección americana de baloncesto, ni a Michael Phelps o a Usain Bolt entrando en el Olimpo. Pero fue todo estupendo.

Habría que recordar los años y meses previos, con el habitual catastrofismo hispano augurando que íbamos a fracasar nuevamente, que las obras no estarían terminadas, que inevitablemente haríamos el ridículo. Pero no fue así. No, aquello no era el Mundial 82, todavía con su barniz cutre y fatalista. En esos días de Barcelona, sorprendentemente, nos salió todo bien.

Los más cursis hablaron de que en aquel "Hola" orgulloso y estruendoso del estadio Olímpico y en aquellos gritos de júbilo y abrazos en todos los hogares cuando la flecha de fuego alcanzó su objetivo se escondía el adiós a un siglo muy jodido y nuestra presentación ante el mundo moderno. No lo sé. Pero sí recuerdo que algo especial debieron de tener aquellas dos semanas porque mi abuelo, que nunca se había interesado por los deportes, se pasó los días pegado a la televisión viendo la competición de piragüismo, de judo o de lo que fuera, y celebrando el gol de Kiko, la recta de Cacho o las canastas del Dream Team. No sé, quizás él, que había vivido la Guerra Civil y los oscuros años del siglo XX, sentía como una necesidad, un deber o puede que como una especie de recompensa celebrar aquellos Juegos. Lo cierto es que, una vez acabaron, no volvió a mostrar ningún interés en los deportes, ni a ver fútbol, atletismo o baloncesto o, por supuesto, piragüismo o judo.

Más allá de discutibles referencias históricas, a los que ya tenemos cierta edad Barcelona 92 nos persigue como una maldición. Una carga que nos recuerda cada cuatro años el mejor verano de nuestra vida y nos devuelve esa amargura del cuarentón que se encuentra en el metro con su primer amor. Y nos advierte de que ya no tenemos abuelo y sí veinte años más.



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