Al columnista David Gistau no le agradan los relevos en el Gobierno porque le hacen sentir un presidente más viejo. Del mismo modo, a los que nos gustan los deportes, los Juegos
Olímpicos nos obligan también cada cuatro años a asumir nuestra edad. Y esta ocasión resulta aún más engorrosa, ya que se cumplen veinte de Barcelona 92 y, claro, los medios nos bombardean nostalgia sin piedad.
Ah, Barcelona 92. No fueron unos juegos especialmente
inolvidables en lo deportivo. Ganaron los españoles, sí, pero no hubo grandes
gestas para la Historia, salvo la atracción de la presencia de los jugadores de la NBA. No
tuvimos una carrera como la de Ben Johnson y Carl Lewis, ni a Sabonis
ganando al equipo universitario de Estados Unidos, ni a Michael Johnson volando
en el estadio, ni a Argentina doblegando a la selección americana de
baloncesto, ni a Michael Phelps o a Usain Bolt entrando en el Olimpo. Pero fue
todo estupendo.
Habría que recordar los años y meses previos, con el
habitual catastrofismo hispano augurando que íbamos a fracasar nuevamente, que
las obras no estarían terminadas, que inevitablemente haríamos el ridículo.
Pero no fue así. No, aquello no era el Mundial 82, todavía con su barniz cutre
y fatalista. En esos días de Barcelona, sorprendentemente, nos salió todo bien.
Los más cursis hablaron de que en aquel "Hola" orgulloso y
estruendoso del estadio Olímpico y en aquellos gritos de júbilo y abrazos en
todos los hogares cuando la flecha de fuego alcanzó su objetivo se escondía el
adiós a un siglo muy jodido y nuestra presentación ante el mundo moderno. No lo
sé. Pero sí recuerdo que algo especial debieron de tener aquellas dos semanas porque
mi abuelo, que nunca se había interesado por los deportes, se pasó los días
pegado a la televisión viendo la competición de piragüismo, de judo o de lo que
fuera, y celebrando el gol de Kiko, la recta de Cacho o las canastas del Dream
Team. No sé, quizás él, que había vivido la Guerra Civil y los oscuros años del
siglo XX, sentía como una necesidad, un deber o puede que como una especie de recompensa
celebrar aquellos Juegos. Lo cierto es que, una vez acabaron, no volvió a
mostrar ningún interés en los deportes, ni a ver fútbol, atletismo o baloncesto
o, por supuesto, piragüismo o judo.
Más allá de discutibles referencias históricas, a los que ya
tenemos cierta edad Barcelona 92 nos persigue como una maldición. Una carga que
nos recuerda cada cuatro años el mejor verano de nuestra vida y nos devuelve
esa amargura del cuarentón que se encuentra en el metro con su primer amor. Y
nos advierte de que ya no tenemos abuelo y sí veinte años más.
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