17 jul 2012

Lanzallamas para gobernar la tierra yerma


Puede parecer divertido que los protagonistas de Bellflower se dediquen a la entrañable y baldía tarea de fabricar un lanzallamas para gobernar la tierra yerma tras el apocalipsis, que creen inminente. Pero, si se piensa en poco, nuestras vidas tampoco andan muy lejos.


Evan Glodell ha construido, quizás involuntariamente, una metáfora sorprendentemente generacional. Dos jóvenes desocupados sin aparente futuro que viven de no se sabe muy bien qué pasan la vida bebiendo cerveza, recordando películas de la infancia, construyendo armas y soñando con patrullar el planeta en su Mother Medusa tras la hecatombe. Mientras tanto, se enamoran con torpeza preadolescente, se desengañan y se hunden en un lodazal de sangre y abandono. 

Si a ello le sumamos una dirección forzadamente cutre y ochentera, con una fotografía amarillenta y desenfocada, se completa uno de los productos más interesantes y locos de los últimos años, donde cabe el indie americano más convencional, la nostalgia ochentera más freak, la road movie más romántica, el cine apocalíptico de inspiración zombie más retro y contemporáneo, y el baño de sangre más gratuito. Y, pese a ello, hay una extraña sensación de coherencia brutal en el conjunto, de desesperanza y broma absurda post Mad Max, post Tarantino. Post todo.  

Obviamente, a la película se le pueden poner muchos reparos (inconsistencia narrativa, excesos dramáticos con tendencia a la brutalidad, cierta pretenciosidad innecesaria en el mensaje,…) e incluso machacarla con lamentables argumentos objetivos. Pero qué puede importar todo esto si tenemos en cuenta que el propio director (y guionista y actor), además de escribir este maravilloso despropósito, fabricó las armas caseras que aparecen en el film y tuneó los coches y hasta la cámara con que rodó la obra. Genial y perturbado, como su película.

Bellflower no se ha estrenado aún en España y es posible que no lo haga nunca, quizás porque aquí preferimos el llamado indie facilón y vomitivo que esconde la comedia romántica más conservadora y dañina. O porque quizás en el fondo sospechamos que construir un lanzallamas para gobernar la tierra yerma tras el inminente apocalipsis es tan baldío y entrañable como estudiar una carrera, tener una cuenta en Twitter o escribir un blog.

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