Que la contención a veces es fundamental ya lo aprendimos
cuando nuestros padres nos descubrieron la bella palabra esfínter. El siempre
interesante Wes Anderson parecía haberlo asumido también en la extraordinaria Viaje
a Darjeeling, una de las películas más bellas del siglo XXI, con la que el
director completaba un camino creativo coherente, añadiendo una desoladora
sutileza en un universo propio de personajes inadaptados.
Sin embargo, en la recientemente estrenada Moonrise Kingdom, Anderson se
olvida los matices y propone un torrente agotador de su particular estilo
visual y de clichés vacíos de contenido. La película aborda la poco
original historia de dos preadolescentes supuestamente enamorados que se fugan
en una isla mientras el surrealista entorno trata de dar con ellos.
Y es realmente complicado entrar en ella. En primer lugar, por la
imposible identificación de cualquier tipo con los dos protagonistas, niños
repelentes que hablan como adultos y cuyas apariciones suponen un lastre
insoportable en el ritmo de la obra. Además, el conjunto de personajes
inadaptados y ridículos, clásicos del cine de Anderson, están en esta ocasión
tan poco perfilados que se convierten en caricaturas sin ningún interés. Más
allá de la construcción de los protagonistas, el argumento es tan simple y
aburrido que podría pasar por cuento infantil tedioso y sin pretensiones pero
nunca por esas interpretaciones tan elevadas y rebuscadas que he encontrado en
algunas críticas (lo de que “retrata magistralmente el amor preadolescente y
tal” es de nota). Y todo ello envuelto en la particular atmósfera visual del
director, esta vez sin freno, lo que confiere al conjunto cierto aire a
despropósito.
Mencionaré
algún aspecto positivo, por aquello de la elegancia. La secuencia inicial es un
ejemplo de virtuosismo técnico y de su tradicional estilo colorista,
surrealista, vintage. Nada
sorprendente si tenemos en cuenta que, en los últimos veinte años, este
director es quizás junto a Quentin Tarantino el cineasta norteamericano mainstream que mejor ha sabido consolidar un
universo propio, nuevo. Y la película tiene también algún momento divertido,
pero hay que saber buscarlos. Y estar despiertos.
En suma,
obra decepcionante en la que Anderson no puede o no quiere contener su
verborrea visual y caricaturesca, consiguiendo sólo subrayar lo peor de ella y
sublimar el aburrimiento. Contención, Wes, que luego se acaba mojando la cama.
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