Llevo más de una década
asistiendo con estupor al debate sobre si los periódicos de papel desaparecerán
cuando, desde hace ya algún tiempo, sé perfectamente que están sentenciados. Sucederá
en diez, veinte o treinta años, pero sucederá. Me permitirán que les cuente la sencilla
experiencia personal que me reveló esta verdad. A finales del siglo
pasado, cuando estaba en la universidad, la mayor parte de mis compañeros de
residencia se compraban el periódico a diario y el resto lo hacían sólo los
domingos. Sin embargo, poco tiempo después, cuando ya compartían piso, todos dejaron
de hacerlo. Jóvenes licenciados, más o menos cultos y con cierto desahogo
económico abandonaron de un año para otro esta sana costumbre. Y para siempre. Ahora
que todos ellos pasan la treintena y hasta alguno ha formado una familia, no se
percibe ninguna intención por su parte de volver al kiosko.
También últimamente se ha puesto
de moda alabar un nuevo periodismo en Internet, alentado desde las redes
sociales, que cuestiona todo el modelo anterior y proclama que no ya el
futuro sino el presente está en la red. Y la verdad es que, si uno se fía de
Twitter, puede intuir que comienzan a fraguar proyectos de éxito. Pero a veces
hay que dejar de mirar la pantalla y salir a tomar el aire. El otro día,
cenando con otros amigos, todos ellos trabajadores de clase media, bien
informados y adaptados a las nuevas tecnologías, me quedé de piedra cuando me confesaron
que no conocían la existencia de medios como Sportyou, Jot Down o Filmin,
sitios que yo suelo frecuentar y que entendía como auténticas referencias de
modelos de negocio en la red.
Realmente estamos ante un momento
difícil y confuso para el periodismo, pero no nos debería pillar por sorpresa
salvo que decidamos que los árboles nos impidan ver el bosque. Vamos a recordar
algo obvio: Internet ha alterado y puede que se acabe cargando la industria
periodística de siglos pasados, como también ha convulsionado la editorial, musical
o cinematográfica. Habrá que adaptarse, pero supongo que pocos sobrevivirán y,
si lo hacen, se parecerán poco a los medios del pasado.
Volviendo la mirada atrás, hay
quien critica cómo las empresas periodísticas abordaron la aparición de
Internet. No seré uno de ellos. Sinceramente, creo que poco más pudieron hacer. Los
principales diarios españoles (y mundiales) decidieron a finales de los noventa ofrecer sus contenidos gratis en la red. En España hubo uno, el más importante,
que intentó establecer poco después un pago por acceder a su página. El resultado: perdió un
liderazgo que hubiera sido incuestionable en favor de la competencia, tuvo que
recular y hoy todavía lucha por la primacía en este sector. Otros importantes periódicos internacionales también vivieron experiencias fallidas al inicio del milenio al tratar de cobrar a sus
lectores.
Influenciados por este fracaso y
atrapados por la proliferación de portales temáticos que minaban su campo de
acción, los periódicos mantuvieron el gratis total en la red y, a medida que
Internet se iba generalizando, perdían lectores (los más jóvenes e ilustrados,
el futuro) a gran velocidad.
Sí puede resultar cuestionable la
actitud de empresas e incluso periodistas que no percibieron desde el primer
momento (o eso ha parecido) la magnitud de la tragedia. Cuando, al inicio de la
era Internet, la industria musical se tambaleaba por las descargas sólo
estábamos asistiendo a un prólogo de lo que les sucedería a otros sectores y,
en especial, al periodístico tradicional.
Ahora parece que está llegando el
apocalipsis del periodismo decimonónico. Cada día se anuncian EREs y despidos
en medios de comunicación y nos lamentamos por el futuro de esta profesión.
Pero cometeríamos un error si no levantáramos la mirada. No nos equivoquemos. La
crisis general y la situación de la publicidad han influido en la velocidad de
la debacle de la industria, pero no son la causa. Desde el nacimiento de
Internet, era inevitable que el sector tendría que reinventarse. El problema radica en que todavía nadie tiene idea de cómo hacerlo.
En estas circunstancias, además
de hacer cursos de community managers, muchos profesionales que lamentablemente
se han quedado sin empleo, alentados por los cantos de sirena de la red, se
lanzan a abrir sus webs, blogs e impulsar proyectos en los que a veces regalan su
trabajo y sus ahorros. Incluso utilizan novedosas fórmulas de financiación como
el crowdfunding. Ven en Internet un nicho donde continuar su carrera
periodística.
Pero la realidad es tozuda y se
encuentra a veces muy alejada de las doctrinas de los llamados gurús. Por citar
los ejemplos que utilicé al principio del texto, tres medios que admiro y considero de referencia en
la red (deportiva, cultural y cinematográfica), Sportyou ha anunciado que despedirá al 40% de su plantilla, Jot Down está "en el límite del capital inicial" y busca el papel y otros medios para obtener ingresos (artículo de El País sobre esta publicación). Y Filmin, que no es periodística sino cinematográfica y que podría ser un buen ejemplo para otros sectores, todavía no es rentable, según su portavoz.
Así que dejémonos de milongas y
espejismos. Nos encontramos en un proceso revolucionario que cambiará para
siempre la industria periodística. Y mientras no se asiente un modelo de
negocio viable y no se estabilice el mercado, esta profesión lo va a pasar muy
mal. Teniendo en cuenta que quizás pasen veinte años hasta que ello suceda,
vayamos asumiendo de una vez que hay una generación de periodistas que desgraciadamente
está bastante jodida.
Y lo realmente triste es que no
existen recetas mágicas para tratar de paliar esta sangría. Desde este humilde
espacio, aportaré alguna breve idea, seguramente equivocada, que podría plantearse para el debate.
En primer lugar, y sintiéndolo
mucho, habría que reflexionar sobre la existencia de la carrera de periodismo. Entiendo
que ello pueda resultar algo polémico, pero me parece un auténtico drama que
muchos adolescentes brillantes que podrían ser ingenieros, médicos o cualquier
otra cosa se decanten movidos por el bello pero en este caso poco práctico romanticismo
por esta licenciatura que conduce a un sector donde no hay empleo ni excesivas
salidas colaterales.
Además, considero que ya es hora
de que los principales medios nacionales e internacionales se pongan de acuerdo
por una vez y establezcan modelos de pago razonables para acceder a los contenidos.
Se mire por donde se mire, resulta bastante absurdo que un periódico ofrezca
gratis en Internet los mismos y a veces más contenidos (y actualizados en
tiempo real) que los que vende a un euro y medio en el kiosko. O que trate de
cobrar por una especie de PDF. Ya existe algún modelo interesante en este
sentido, como el de The New York Times, en el que se permiten visitas a
ilimitadas a la portada y a un número determinado de artículos, pero establece
un pago a quienes pretendan hacer un uso más intensivo de la web.
Y, por último y más importante,
deberíamos ser todos más humildes y reconocer que nadie sabe cómo va a acabar todo
esto. A fin de cuentas, Gutenberg acaba de inventar la imprenta y desconocemos aún hacia dónde nos dirigimos.